Psicodelia neuroqueer

Los psicodélicos reaparecen como una herramienta contemporánea prometedora, particularmente en la terapia asistida donde se utilizan, por ejemplo, para abordar ansiedad social o la depresión resistente al tratamiento, destacando su capacidad para inducir experiencias místicas y contribuir a cambios positivos en el funcionamiento psicológico a largo plazo.

Las investigaciones muestran que estas sustancias pueden reducir la actividad en la red neuronal implicada en la autorreferencia y el pensamiento rígido, mientras fomentan una mayor conectividad entre regiones cerebrales que típicamente no están asociadas. Esta desorganización neuronal puede ser crucial para permitir el ingreso de nuevas perspectivas y experiencias perceptivas, llevando a una mayor apertura y cambios positivos en la personalidad, particularmente cuando se aprovecha adecuadamente la fase post-experiencia para la integración terapéutica.

En los últimos años, el incremento de evaluaciones y detección de condiciones como autismo o TDAH, y el reconocimiento de cómo estas condiciones pueden manifestarse de manera diferente en la adultez, en mujeres y en personas trans y no binarias, abren reflexiones apremiantes e ineludibles también para el ecosistema psicodélico, en torno a los usos terapeúticos en estas poblaciones.

Trascender la dualidad: salud/enfermedad

“La liberación de aquellos que son considerados “desordenados” puede tener un impacto profundamente emancipador”. E. Thomas.

La idea de que hay un tipo “normal” de cerebro/mente, o un estilo “correcto” de neurocognición es una ficción construída culturalmente. La neurodiversidad, término acuñado en los años 90, es un hecho, las variaciones en la estructura y el funcionamiento del cerebro son infinitas: no existen dos cerebros iguales.

Por definición, ninguna persona queda por fuera de la neurodiversidad. Sin embargo algunas, nos alejamos de lo socialmente considerado “típico”. Ser neurodivergente, es tener un cerebro/mente que estructural y funcionalmente diverge de la norma.

Desde el paradigma de la neurodiversidad, condiciones como el TDAH, el autismo, la bipolaridad o la dislexia —entre otras—, no son considerados trastornos sino diferencias naturales que en algunos casos pueden requerir adaptaciones, apoyos y que generalmente encuentran barreras sociales discapacitantes y discriminatorias.

Es más, no basta con hablar de neurodiversidad. El ámbito de la salud, además del educativo, debe tener enfoque neuroafirmativo —ese que reconoce fortalezas y no únicamente desafíos, para ayudar a las personas a sentirse valiosas y empoderarse— y saber cómo aplicarlo al acompañamiento de las personas neurodivergentes para hacer que los espacios sean seguros para las neurominorías.

Sinestesia* identitaria: entre el espectro y el arcoiris

“Mi esperanza es que (…), como las minorías oprimidas que por doquier han alcanzado su libertad en el mundo, las personas con cerebros neurodivergentes serán liberadas de todo prejuicio y recibirán ayuda para lograr la dignidad, la integridad y la plenitud de sus vidas”. T. Armstrong.

Estudios recientes sobre género, orientación y neurodivergencias sugieren que las personas dentro del espectro tenemos una mayor probabilidad de identificarnos como transgénero o de género diverso, gays, lesbianas, bisexuales o asexuales.

Así como a quienes nos liberamos de la imposición culturalmente arraigada y forzada de la heteronormatividad se nos conoce como queers, a quienes nos liberamos intencionalmente del enmascaramiento forzado de la neuronormatividad pueden llamarnos neuroqueers. El concepto de neuroqueer —acuñado por la Dra y activista Nick Walker en el año 2008— representa un cruce rico e importante de los campos de los estudios de la neurodiversidad y la teoría queer.

Esta interseccionalidad visibiliza la complejidad de las experiencias divergentes y pone en evidencia la necesidad de incluir en las investigaciones —tanto dentro de los equipos de investigación como en las muestras observadas— las voces de todas las minorías, que también son racializadas, precarizadas, disidentes, para un reflejo más completo y preciso del impacto y el potencial de los psicodélicos en su uso terapeútico.

Promover un set & setting verdaderamente seguro

“Lo que denominamos subjetividad no es sino la cicatriz que deja el corte en la multiplicidad de lo que habríamos podido ser”. Paul B. Preciado.

Para quienes nos alejamos de la norma, los psicodélicos pueden ser una forma de conectar con nuestro verdadero yo, permitirle emerger y hacer las paces con nuestra autenticidad. Las personas neuroqueer enfrentamos desafíos únicos a lo largo de la vida que pueden incluir disforia, incomodidad corporal y trauma crónico asociado a abusos, violencia y discriminación.

Estas terapias son valiosas y útiles para explorar la multidimensionalidad de nuestra identidad, ya que nos proporcionan una vía de acceso y reconexión con partes profundas del ser, esas que aún somos más allá del condicionamiento que la educación y la cultura imperante nos imprimen.

Para abordar estos procesos de manera efectiva y segura, sin riesgos de retraumatización, quienes nos asisten deben tener herramientas sólidas y formación al respecto. Es vital que especialistas y espacios terapéuticos tengan perspectiva de género y enfoque neuroafirmativo para asegurar el respeto hacia todas las identidades. Esto incluye no patologizar nuestras diferencias, preguntar los pronombres, usar el nombre elegido y ofrecer un entorno seguro para explorar el género y la orientación sexual sin juicio.

Peor que un mal viaje

“A medida que el mundo nos vuelve cada vez más locas, es crucial que tomemos en serio el conocimiento loco y reconozcamos su potencial”. Micha Frazer-Carroll.

El modelo de estrés de las minorías predice que quienes formamos parte de grupos marginados experimentamos un mayor estrés, lo que resultará en peores condiciones de salud mental simplemente en virtud de las microagresiones y las barreras diarias asociadas con el estatus de minoría. Varias investigaciones muestran tácitamente que la ansiedad social que padecemos es un síntoma del extenso trauma que la sociedad inflige a las personas que nos alejamos de la norma desde la niñez; en otras palabras, que lo que buscamos aliviar es un síntoma, no de un trastorno, sino de traumatismo por opresión estructural.

‘Yo, también, necesito pertenecer’

“Cuando el entorno físico y social sea amigable para alguien con discapacidad, ciertamente ofrecerá mejor calidad de vida para las demás personas.” C. Werneck.

Si bien pocas personas saben lo que se siente al ser genuinamente libres y comportarse auténticamente, dentro de las comunidades históricamente oprimidas esto es especialmente perjudicial y peligroso. Las personas disidentes estamos necesitadas de apoyo y tenemos deseo de pertenencia a un tejido social, al igual que el resto del mundo pero pertenecer tiene su costo.

Para protegernos de violencia y discriminación en determinadas situaciones o entornos, las personas travesti, trans y no binarias buscamos ser leídas como cisgénero, o evitar reafirmar nuestra verdadera identidad: a ese mecanismo de supervivencia se lo conoce como cispassing y su impacto sobre la calidad de vida y la salud mental es innegable.

Además nos hemos acostumbrado a enmascarar nuestras diferencias intentando encajar en los entornos neurotípicos, esos diseñados y organizados para la neuromayoría y que no tienen en cuenta las necesidades de acomodación que las personas divergentes podemos llegar a necesitar (por ej.: reducción de estímulos como luces y sonidos). Esto puede hacer que a nivel superficial parezcamos socialmente “normales” o “aceptables”, pero el masking requiere un esfuerzo prolongado y fatigante para nosotres que, sostenido en el tiempo, está relacionado con niveles de estrés y angustia significativos, consumo problemático, depresión.

La expectativa de vida en neurominorías suele ser más baja que en la población general, y las razones varían según diferentes factores. Lo que reduce la esperanza de vida no es la neurodivergencia en sí misma, sino las condiciones de salud asociadas: accidentes, comorbilidades como los riesgos cardíacos, depresión y riesgos aumentados de suicidio. La esperanza de vida para personas trans es abrumadora y no supera los 40 años.

Anarquía y cooperación

“El asombro puede ser la emoción vinculante por excelencia que impulsa la integración social y la cooperación”. Gowdy-Krall.

La hipótesis del cerebro anárquico de Carhart-Harris sostiene que los estados rígidos de conciencia, como la depresión y el trastorno obsesivo-compulsivo, se caracterizan por bajos niveles de entropía cerebral, es decir, un pensamiento rígido y repetitivo. En el otro extremo, los estados de alta entropía, como la psicosis temprana o el estado psicodélico, se asocian con pensamientos desorganizados y caóticos.

La idea central es que el cerebro humano funciona mejor en un punto de equilibrio llamado “criticidad”, donde existe un balance óptimo entre orden y desorden, lo que maximiza el procesamiento de la información y la creatividad. Según Carhart-Harris, los psicodélicos pueden contribuir a que el cerebro, normalmente en un estado de baja entropía (subcriticidad), se acerque a este punto de equilibrio, mejorando la flexibilidad cognitiva sin perder cohesión.

En modelos matemáticos de actividad cerebral, la sorpresa se conceptualiza como un error de predicción, es decir, la diferencia entre lo que el cerebro predijo que ocurriría y la información sensorial que entra.

Si lo psicodélicos tienen el potencial de aflojar rigideces y abrirnos a nuevas perspectivas, tanto para quienes se autoperciben dentro de los parámetros establecidos por la norma como para quienes divergemos radicalmente de ella, la posibilidad de reunirnos para aliviar nuestro sufrimiento y acercarnos compasivamente a valorar e integrar nuestras diferencias —esas que socialmente hemos insistido en patologizar y considerar errores— pareciera contener la fuerza de una revolución.

Dosis heróica de realidad

“Para imaginar la totalidad, uno debe expandir el marco”. Nick Walker.

Es tiempo de asumir que no hay salud individual sin salud colectiva y que no habrá una nueva salud mental que pueda desligarse de una nueva economía, un nuevo modo de vida y una nueva alternativa política (Exposto).

¿Quién para atender el llamado a reflexionar crítica y activamente sobre la forma en la que estas sustancias se están investigando y usando? ¿Podemos cuestionar las estructuras y sesgos que están configurando dentro del ecosistema psicodélico y que podrían estar replicando discriminación y violencia estructural?

Quizás sea buena idea abrir el diálogo con el movimiento transfeminista, ambientalista y de pueblos originarios para reunir fuerzas y potenciar la plasticidad cognitiva que estas medicinas ofrecen en beneficio de hacer emerger nuevas dinámicas para la política y la sociedad.

*La sinestesia es una variación no patológica de la percepción humana. Las personas sinestésicas experimentan de forma automática e involuntaria la activación de una vía sensorial o cognitiva adicional en respuesta a estímulos concretos. En experiencias con psicodélicos, muchas veces la sinestesia es parte de la anarquía sensoperceptiva del viaje y luego desaparece con el resto de la psicodelia.

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