¿Alguna vez usaste drogas para tener un encuentro sexual? “sí, marihuana y alcohol para animarme”, “alguna vez usé marihuana para intensificar el placer”, “una mordidita de pasti para meterle un poco de chimi a la noche”, “alcohol para desinhibirme”, “marihuana para intensificar las sensaciones”, “éxtasis para intensificar la experiencia”. Estas fueron algunas de las respuestas que recibimos al hacer esta pregunta. ¿Te suena? Pues no sos la única persona que lo hizo. Esta práctica se llama chemsex, o como tituló MATE en español: Erotismo psicoactivo.
La palabra chemsex proviene de la conjunción de dos términos en inglés: chemical y sex, refiriéndose al uso de sustancias químicas en el contexto sexual. En líneas generales, cuando hablamos de chemsex hacemos referencia al encuentro sexual planificado entre dos o más personas, pero al que se le agrega un condimento extra: el uso intencionado de drogas.
El chemsex implica el consumo de drogas con el objetivo de iniciar, modificar y/o mejorar un encuentro sexual con una o más personas.
Para definir qué es chemsex, son claves la planificación e intención. Es decir, si salí, tomé varias cervecitas y luego tuve relaciones sexuales y me sentí más deshinibidx como consecuencia del alcohol que circulaba por mi sangre, eso no es chemsex, porque no lo planifiqué, solo sucedió así de casualidad. Para que una práctica sea considerada como chemsex, tiene que haber planificación e intencionalidad.
El uso de drogas en contextos sexuales es un fenómeno que se estudia hace varios años. Peeeero, estos estudios han arrastrado un importante sesgo. Hasta hace muy pocos años, el fenómeno era estudiado casi exclusivamente en hombres que tienen sexo con hombres. Pero, entonces…¿si no soy hombre y no tengo sexo con otros hombres no puedo usar drogas en un contexto sexual? ¿¡Qué me están diciendo!? Como escuchás. Hasta hace nada, de esto, no se hablaba (ni se estudiaba) en otros contextos. Por eso, son muy pocos los datos que tenemos de qué tan común es esta práctica en la población general.
Por sus características, el chemsex es considerado uno de los grandes desafíos actuales en el campo de la salud pública, ya que implica el entrecruce entre posibles prácticas sexuales de riesgo y posibles prácticas de consumo de drogas de riesgo. Además, la heterogeneidad entre los perfiles socio-psicológicos de quienes practican chemsex hace muy difícil pensar en estrategias preventivas y de reducción de daños que puedan ser útiles para todxs.
De hecho, para abordar el fenómeno lo primero que necesitamos es conocer cómo se manifiesta y cuáles son sus características a nivel local. Sino, podríamos caer en el error de aplicar estrategias e intervenciones que funcionaron en otros lados, pero que acá poco pueden lograr.
Frecuencia del chemsex en Argentina
Hace algunos meses, lanzamos una encuesta anónima que completaron 786 jóvenes de entre 18 y 35 años de Argentina. Al analizar las respuestas, observamos que el 50.3% había practicado chemsex en los seis meses previos. Y ese porcentaje es alto, independiente de con qué estudio lo comparemos.
Los datos muestran que uno de cada dos jóvenes que respondieron a la encuesta, habían usado drogas de manera intencional para iniciar, modificar o mejorar un encuentro sexual. Las investigaciones que estudiaron el fenómeno en hombres que tienen sexo con hombres, reportan porcentajes que van del 3 al 45%. ¿Y en población general? Lo más cercano que tenemos para comparar es una investigación con estudiantes universitarios, donde el 22% reportó haber practicado chemsex en el año previo, bastante más bajo que el porcentaje que encontramos acá.
Además, entre quienes reportaron haber usado drogas de manera intencional en un contexto sexual, observamos que más de la mitad (50,7%) lo había hecho de 1 a 3 veces al mes, el 23% al menos una vez a la semana y el resto, con baja frecuencia (menos de una vez al mes).
Un montón ¿no? Esto nos hace pensar dos cosas. La primera, es que estudiar el fenómeno en población general, no solo tiene sentido, sino que es necesario. La segunda, es que es importantísimo saber cómo se da el fenómeno a nivel local, para poder pensar en estrategias para reducir los daños y potenciar los placeres asociados a esta práctica.
Cómo es el chemsex en Argentina
Entonces…pasemos a lo segundo: caracterizar esta práctica a nivel local. Empecemos por las drogas que se usan.
El top 3 de las drogas más usadas en la práctica de chemsex, incluye:
- Marihuana (82.8%)
- Alcohol (68.6%)
- Éxtasis/MDMA (37.5%).
Además, el policonsumo (es decir, el uso de dos o más drogas en una misma ocasión de consumo) también es bastante común entre quienes practican chemsex. De hecho, el 56.7% de las personas que reportaron practicarlo suelen consumir más de una droga para este fin, siendo las combinaciones más utilizadas la de marihuana y alcohol, y la de marihuana y éxtasis/MDMA.
Esto se parece bastante poco a lo que ocurre en otras regiones, donde las drogas más utilizadas para el chemsex son las metanfetaminas, el GHB/GBL, la mefedrona, la cocaína y la ketamina. Este detalle no es menor. Ya que, en general, los daños que podamos experimentar y las estrategias que deberíamos poner en marcha para cuidarnos, dependen en gran medida, de las drogas que estemos usando. Esto nos hace pensar que, tal vez, una parte de lo que sabemos de chemsex, cuidados y formas de prevenir daños, al venir de estudios realizados en otros lados, resulta poco aplicable en nuestro contexto.
Si alguna vez usaste drogas en contextos sexuales, ¿te preguntaste qué motivaba esa acción? ¿Por qué lo hacías? En el estudio del uso de drogas, entender los motivos por los cuales se las usa, resulta de gran utilidad. Claramente, no es lo mismo, tomarme una cerveza para festejar que aprobé un parcial, que tomarme una cerveza (o varias) porque desaprobé, estoy muy triste y quiero, al menos por un rato, olvidarme que tengo un recuperatorio más que rendir a fin de año.
Muchas veces, cuando queremos modificar alguna conducta (especialmente cuando se trata de un comportamiento que podría generarnos daños o exponernos a algunos riesgos), resulta muy útil entender el por qué se realiza. Por eso, dentro de nuestra encuesta, incluimos preguntas para identificar los principales motivos por los cuales lxs jóvenes de Argentina, practicaban chemsex.
Los dos motivos más comunes, eran los que nos esperábamos encontrar. En primer lugar, las personas indicaron usar drogas en contextos sexuales con el objetivo de incrementar el deseo y el placer sexual. Y el segundo motivo, tenía que ver con el uso de drogas para facilitar el encuentro sexual, en términos de lograr mayor conexión e intimidad con la(s) otra(s) persona(s).
Encontramos que casi el 40% había usado drogas de manera intencional en un encuentro sexual, con el fin de aliviar estados emocionales negativos, como la ansiedad, el miedo, la tristeza, el estrés.
El tercer motivo más común, en cambio, nos llamó bastante la atención. Encontramos que casi el 40% había usado drogas de manera intencional en un encuentro sexual, con el fin de aliviar estados emocionales negativos, como la ansiedad, el miedo, la tristeza, el estrés. Esto es algo que, en las investigaciones de factores de riesgo para el consumo de alcohol y de marihuana se conoce como motivos de afrontamiento (coping motives).
Los estudios encuentran de manera consistente que, en general, quienes consumen drogas para aliviar estados emocionales negativos, no solo consumen más y con mayor frecuencia, sino que también experimentan más consecuencias negativas derivadas de su consumo. Esto debería, mínimamente, llamarnos la atención y amerita una exploración mucho más profunda.
Riesgos y daños potenciales del chemsex
Ahora toca pasar a la parte menos linda de la descripción del fenómeno y que tiene que ver con las posibles consecuencias o daños derivados del chemsex. No tenemos que perder de vista que tanto el uso de drogas como el mantener relaciones sexuales, pueden constituir prácticas de riesgo. Y si mezclamos ambas, al mismo tiempo, las chances de experimentar daños se incrementan y, además, cambia el tipo de daños que podemos experimentar.
Durante o después de la práctica de chemsex, podemos experimentar desde problemas poco graves como tener sensaciones físicas desagradables, hasta algunos más graves como sufrir una intoxicación o sobredosis, ser hospitalizadx, o contraer alguna infección de transmisión sexual.
Entre lxs jóvenes que encuestamos y que reportaron haber usado drogas de manera intencional para iniciar, modificar o mejorar un encuentro sexual, encontramos que las dos consecuencias negativas más experimentadas en los seis meses previos eran bastante preocupantes, aunque por motivos diferentes.
La primera consecuencia (la más reportada) fue la de haber tenido relaciones sexuales sin protección (sin preservativo, campo de látex, etc.). De hecho, el 65% de las personas encuestadas reportó haberla experimentado en los seis meses previos. De nuevo, un montón ¿no? Además, ¿es necesario que entremos en detalle de los riesgos a los que nos estamos exponiendo al no cuidarnos?
Más preocupante aún es si tenemos en cuenta el contexto actual, donde los casos de sífilis en nuestro país han ido en aumento, donde la mayoría de los nuevos diagnósticos se dan en personas jóvenes y donde algunas políticas públicas como la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI) son puestas en duda. En momentos como este es cuando más tenemos que hablar del tema en lugar de barrerlo bajo la alfombra.
La segunda consecuencia más reportada, y que fue experimentada por el 55% de lxs jóvenes encuestadxs, consistió en haber destinado más tiempo o gastado más dinero del planificado en la práctica del chemsex. Capaz parece algo sin importancia o que, a simple vista, parece poco grave. Sin embargo, para quienes están familiarizadxs con el estudio de los trastornos adictivos, este resultado debe haber activado una pequeña alarma en su cabeza.
De hecho, esta consecuencia refleja una pérdida de control sobre la conducta de chemsex, uno de los varios criterios que especialistas en salud mental utilizan para diagnosticar los trastornos por uso de sustancias y trastornos relacionados (como el trastorno por juegos de apuestas). Claramente esto debe combinarse con varios otros criterios y sostenerse por un determinado lapso de tiempo para que se pueda arribar a un diagnóstico. Así que a no desesperar. Peeeero, no debemos ignorar estos datos y menos aún, minimizarlos.
Por otro lado, si bien no fueron de las más reportadas, hay una serie de consecuencias que merecen nuestra atención por la posible gravedad que revisten. Entre ellas, podemos mencionar lesiones sexuales, ataques de pánico o de ansiedad, dificultades para recordar el encuentro sexual y dificultades para tener encuentros sexuales sin estar bajo los efectos de alguna droga.
Esto último es bastante preocupante y más si lo sumamos a otro dato del cual disponemos y que tiene que ver con el porcentaje del total de encuentros sexuales en los seis meses previos que involucró el uso de drogas. Al respecto, nos encontramos que, entre quienes habían practicado chemsex, aproximadamente el 40% de todos sus encuentros sexuales había involucrado el uso intencional de drogas. Y se viene la tercera: Un montón ¿no? Si tomamos todos estos datos en conjunto, podemos sospechar que estamos frente a un grupo de personas en riesgo de sufrir daños derivados de esta práctica y de desarrollar un vínculo poco sano con las drogas. Claramente hacen falta muchos datos más para sacar conclusiones al respecto, pero debemos prestar atención.
Reducción de riesgos y daños en el chemsex
Sabemos que el chemsex es más común de lo que imaginábamos, sabemos que quienes lo practican están expuestxs a una gran variedad de potenciales consecuencias negativas, pero también sabemos que quienes practican chemsex ponen en marcha una serie de conductas con el objetivo de disminuir los potenciales riesgos y daños, algo que se conoce como estrategias de reducción de daños. Sería algo así como ponerse el casco o el cinturón de seguridad si uno va a manejar una moto o un auto, pero para el chemsex.
Entre quienes respondieron a nuestra encuesta, encontramos que las estrategias de reducción de daños que más utilizaron para la práctica de chemsex, fueron:
- Evitar compartir elementos sexuales (como juguetes sexuales)
- Consumir sólo las drogas que unx llevó
- No compartir materiales para consumir (como jeringas o canutos para esnifar)
- Buscar información referida a las drogas que se van a utilizar (dosificación, tiempo entre dosis, efectos, interacciones con otras drogas, etc.)
- Realizarse controles para detectar posibles infecciones de transmisión sexual (ITS)
- Utilizar preservativo, campo de látex u otros métodos de barrera para evitar contraer ITS
- Alimentarse bien y mantenerse correctamente hidratadx
Todas parecen prácticas super importantes y que todxs lxs que practican chemsex deberían ponerlas en práctica (a estas y a todas las otras que ni mencionamos porque son poco utilizadas). Pero, claramente, no todas las personas utilizan estrategias de reducción de daños cuando practican chemsex, y eso abre la puerta a otra gran parte de nuestro trabajo.
Ciencia nacional y líneas de investigación futuras
No vamos a desarrollarlo acá, para no extendernos más, pero arrimemos algo: lo que nos interesa es identificar factores de personalidad, sociodemográficos y cognitivos que se asocian con el uso de estrategias de protección o cuidados.
Básicamente nos interesan dos cosas. La primera, es identificar poblaciones particularmente vulnerables a sufrir consecuencias negativas (porque no usan o casi no usan estrategias de reducción de daños), para centrar nuestras acciones principalmente en estas poblaciones.
La segunda, tiene que ver con identificar qué características tienen las personas más propensas a usar estrategias de reducción de daños a la hora de practicar chemsex. Y acá la clave está en identificar características que puedan ser modificadas mediante intervenciones, para que, al modificar estas variables, podamos, incrementar el uso de estrategias de protección y, de manera indirecta, disminuir la frecuencia con la que se experimentan daños o la gravedad de los daños experimentados.
Así, por ejemplo, algunas variables cognitivas como la percepción de riesgo (qué tan riesgosa considero que es la práctica que estoy llevando a cabo) o la autoeficacia (qué tan capaz me siento de llevar a cabo una determinada acción), además de haber mostrado ser modificables mediante intervenciones, han mostrado estar relacionadas con la frecuencia con la cual las personas ponen en práctica estrategias de reducción de daños.
La idea de este estudio fue caracterizar el fenómeno a nivel local, algo así como pensar el chemsex con características argentinas. Porque hasta ahora todos los estudios a los que teníamos acceso eran de afuera (de Estados Unidos o países europeos). Y esto no pasa solo con este tema, pasa con gran parte de los temas que investigamos en ciencias sociales. Esto hace que, muchas veces, la forma en que se encara el fenómeno y las acciones de prevención o de reducción de daños que se llevan a cabo, se hace tomando como referencia información y datos que vienen de afuera, sin tener en cuenta que, en muchos casos, la cultura y el contexto influyen y el fenómeno no se da igual en nuestro país que en otros lados. Y de hecho, eso es un poco lo que observamos.
El chemsex parece estar más extendido de lo que creíamos, las sustancias que se usan no son las mismas acá que en otros lados y, por lo tanto, las consecuencias posibles y las estrategias para cuidarse tampoco serán las mismas.
Aunque ya lo dijimos más arriba, subrayamos: estos resultados destacan la necesidad de estudiar este fenómeno (y muchos otros) a nivel local y para eso necesitamos que se siga apostando por una ciencia made in Argentina con el financiamiento suficiente para estas y muchas otras líneas de investigación en vías de extinción en la actualidad. Importar conocimientos en ciencias sociales es, en muchos casos, inútil y hasta potencialmente dañino para nuestra sociedad. Para entender qué pasa con las drogas en Argentina, tenemos que defender a la ciencia nacional y al CONICET.