Conversación caótica con Tavo Cortés, un pianista inquieto

Fotos de Violeta Silva

Tavo es el tecladista y la voz principal de Sig Ragga. Tiene 35 años y desde los 6, toca el piano. A los 14 ya había formado la banda. Conocer su historia, implica meterse en un mundo de pintores, músicos, filósofos y cineastas. Su carácter reflexivo, nos invita a conocer su historia de la misma forma que él la relata: aceptando las contradicciones propias de la vida humana.

La entrevista era a las 18 horas, pero para las 17:55, el Tavo ya estaba esperando sentado en la Plaza San Martín. En una de las manos, lleva un vasito de café con el logo del bar que está en la esquina de 9 de julio y Tucumán. En la otra, una bolsa con un par de zapatillas, que al final de la entrevista olvidará. En las conversaciones previas por Whatsapp, había propuesto ir a un café tranquilo, cerca de la peatonal, si es que se largaba a llover. “Qué bueno que no llovió”, fue una de las primeras frases que dijo.

La entrevista ocurre en las escaleras del Patio Catedral, con la plaza enfrente, espectadora. Cuando le ofrecen el primer mate, prefiere esperar a que pase una ronda. “Acabo de tomar el café, pero después no me salteen, eh”. El Tavo dice que antes de las 19 tiene que irse a buscar un televisor que dejó en un taller, aunque no parece apurado. Cuando vuelva a mirar un reloj, al finalizar la entrevista, se dará cuenta que son las 19:10.

La entrevista transcurre en dos capítulos: el primero, sobre su vida personal, y el segundo, de Sig Ragga.

CAPÍTULO I: RETAZOS DE LA VIDA DEL TAVO

—¿Cuáles fueron tus primeros acercamientos a la música?

—El primer recuerdo que tengo, es de la música que se escuchaba en mi casa. Sonaban muchos vinilos porque mi viejo tenía un equipo. Él era músico también: cantante y guitarrista de folklore argentino. Pero le gustaba la música en general, muchos estilos. Entonces en mi casa se escuchaba de todo. Yo me acuerdo de los discos de Los Beatles que sonaban todo el día. También Mercedes Sosa, Cuchi Leguizamon. O que de golpe apareciera un compacto de Barry White. En ese momento yo no sabía bien qué pasaba, quiénes eran esos de los vinilos. Si de Los Beatles, yo sabía quiénes eran. El tocadiscos estaba prendido todo el día. Y mi viejo que cantaba todos los días. Siempre tenía un momento en el día que se sentaba en el living y se ponía a tocar. Él no componía, pero siempre ejecutaba zambas, gatos, chacareras. Esa fue la imagen más fuerte que tuve. Así pasaron los años, siempre me gustó mucho la música.

—¿A qué edad empezaste a tocar?

—Habré tenido seis años y un día mi papá me preguntó: “Che, ¿a vos no te gustaría tocar algún instrumento?” Él siempre me mostraba gente tocando, compartíamos eso. Tanto yo, como mis hermanos. Me llevaba a recitales. Yo resoné mucho con un pianista. No me acuerdo ni quién era. Pero fue con el instrumento, más que nada. Aparte había uno en la escuela. Yo estaba alucinado con el piano. No podía creerlo lo que era ese mueble y cómo sonaba. Y la tipa de la escuela, cómo tocaba. Estaba enloquecido. Entonces le dije a mi viejo: “Si hay algo que me gustaría tocar, sería el piano”. Ahí empezó todo. Una navidad cayó con el tecladito más chiquitito que venía: un Casio SA1. No me entraban ni los dedos. Me obsesioné. Nos peleábamos con mi hermano, lo teníamos que tener una hora cada uno. No lo apagábamos nunca. Al año de que yo empiezo a tocar, se dieron cuenta que yo ocupaba mucho de mi tiempo en estar con el tecladito sacando melodías y cosas por mi cuenta. Entonces empecé con un profesor particular. El hecho de tocar, fue como un amor a primera vista.

“Mis viejos no pudieron hacer lo que nosotros estamos haciendo con mi hermano. Había cierto grado de frustración en ellos, por no poder dedicarse por completo a su vocación.”

El Tavo es un poco inquieto. No de forma molesta. Es una inquietud tranquila. Mueve los pies, despacio, de un lado hacia el otro. Cada tanto cambia de posición la cintura. Se arma un pucho, mientras habla y luego lo enciende. Cuando la pregunta es compleja, abre bastante los ojos. Le gusta tener que pensar, se divierte. No responde inmediatamente, espera el tiempo necesario. En la pregunta que más tardó, reflexionó 9 segundos en silencio. Cuando empieza a hablar, no se traba. Nunca.

—¿Tus padres qué hacían? Además de ser artistas.

—Mi mamá era docente, profesora de dibujo. También fue directora de una escuela. Tenía un taller de cerámica. Daba clases particulares en mi casa: de dibujo y de pintura. Dibujaba y se presentaba en salones y cosas así. Eso era su vida. Lo de la docencia lo hacía más que nada para sobrevivir, porque no vivía del arte. Mi mamá se quejaba de no tener más tiempo para dedicarse al dibujo. Y mi viejo era empleado público, un trabajo administrativo. No trabajaba con la música. Los dos, en algún punto, no pudieron hacer lo que nosotros estamos haciendo con mi hermano. Había cierto grado de frustración en ellos por no poder dedicarse por completo a su vocación. De alguna manera, estamos cumpliendo ese deseo. Yo siento que la historia tomó revancha.

—¿Hay algo en particular que te haya marcado o transformado tu yo de hoy?

—Claro que sí. Un montón de cosas. ¿Pero más puntualmente en qué?

—En lo que quieras. Asocialo libremente.

El tavo sonríe y se le escapa una risa. Está entusiasmado.

—No podría decir una. Hay un montón de cosas que me constituyen, me hacen ser lo que soy y a la vez me hacen deconstruirme. Creo que puntualmente, en el último tiempo, lo que implica ser hombre en esta sociedad. La masculinidad, el papel del hombre. Creo que esa es una de las grandes cosas que estoy deconstruyendo a partir del feminismo. Estas cuestiones que ahora se están discutiendo, que yo hace años que las venía viendo, pensando o conversando con mis amigos, con mis compañeras y mi familia. En cosas que yo observaba desde chico, que me incomodaban, que veía que eran injustas. Yo celebro lo que está pasando hoy con el feminismo, en ese sentido. Y siento que me toca de cerca. Es empezar a recapacitar cómo son mis relaciones con los otros. Con las mujeres, con mi novia, con mi familia. Esa es una de las cosas. Después hacer análisis, terapia. El hecho de ponerme en falta. Tener ese espacio para pensar mis acciones, mis pensamientos, abordar mi deseo, mi inconsciente, también es algo importante que me viene pasando en el último tiempo.

“Además estaba el mandato de que en mi casa se esperaba que estudie algo. Yo tenía cierta resistencia de ir por el lado académico con el arte”.

—¿La música también te marcó de manera trascendente?

—Sí. Creo que lo que conté de mi primer contacto, es muy significativo. El acercamiento con el arte en general en mi casa, es constitutivo. Es primario. Fundante. Y ahí está el dibujo. En un momento pensaba que iba a ser dibujante, no músico. Mi mamá era artista plástica. Me pasaba que dividía mi tiempo entre la música y el dibujo. Me acompañó toda la vida. Fue algo que compartimos con toda mi familia. Conversábamos acerca de eso, mirábamos pinturas de autores. Discutíamos acerca de las obras de mi mamá. Ella las compartía y las terminaba con nosotros. También está el hecho de haber armado el grupo. Conocerlo al Nico, el guitarrista, en la secundaria. Empezar a cranear Sig Ragga, juntarnos a tocar y a componer. El paso por la facultad también fue sustancial: aprender, abrir la cabeza, conocer autores, leer más. Siempre me gustó leer, pero la Universidad me obligó a sistematizar eso y a dedicarle más horas. Siempre me gustó la filosofía, la literatura, la psicología, la antropología. Había un montón de cosas que me atraían y no sabía qué estudiar. Además estaba el mandato de que en mi casa se esperaba que estudie algo. Yo tenía cierta resistencia de ir por el lado académico con el arte.

—¿Pensaste en hacer la carrera de música?

—Obviamente que fue una de las primeras cosas que pensé: estudiar música o artes visuales. Me gustaba el cine también. Pensé en estudiar eso, en un momento. Hice talleres y cursos. Pero en algún punto, quería cuidar o preservar el arte de cierta estructura y lugar del que yo siempre lo concibo: a la libertad y al juego. Tenía miedo. Era chico. Terminé estudiando Comunicación Social porque reunía muchas cosas que me interesaban. De los pocos amigos que tengo, que puedo contar con una mano, los hice en la Facultad.

Con algunas preguntas, al Tavo le surgen respuestas con cierto aire filosófico. Hace comparaciones con grandes cineastas y pensadores, siempre de manera clara. Se lo observa seguro en todo lo que dice. Y tranquilo. Por el aire pasan zumbando y picando muchos mosquitos pero a él parecen no afectarle. Mientras la conversación se desarrolla, el atardecer empieza a caer. El contraste que da, por los colores que contrastan con nuestras sombras en las ruinas del Patio Catedral, podrían confundir la escena con una película de antaño: la construcción del templo se abandonó en 1930 para nunca retomarse.

—En relación a lo que mencionaste de tu deconstrucción y esta tercera ola del feminismo que nos atraviesa hoy. ¿Qué te pasa cuando te enterás que en una banda que te gusta, el baterista es violador o el guitarrista le pega a la mujer, por poner dos ejemplos? ¿Separás al artista de su obra?

—Creo que hay un punto de quiebre, que tiene que ver con el enterarse. Una vez que uno se entera, ya no podés dar un paso atrás. Para ser claro: yo escucho, miro, leo cosas de autores que la verdad no tengo la más mínima idea de su vida privada, de cómo habrán sido. Ahora, cuando me entero de ciertos sucesos ya no puedo hacer vuelta atrás. En un punto separo porque si no habría un montón de cosas que nos perderíamos. Me parece una estupidez no poder hacer separaciones. Pero es difícil. Creo que tiene que ver también con una cuestión de la especialidad. Por ejemplo, en el caso del arte: que esté muy separado de la vida cotidiana. Pero así como pasa con el arte, sucede con todas las disciplinas, en un montón de campos. El hecho de definirse: yo soy artista, yo soy músico, yo soy arquitecto, yo soy abogado. En algún punto es una contradicción, porque uno no es de una sola manera. Creo que todas las personas somos multifacéticas. Esto de la especialización, de que me dedico a una sola cosa, anula algo que en verdad funciona de otra manera en la realidad. Lo llevo a otro terreno. Si no podríamos distinguir la persona de las cosas que hace, no podríamos leer a Heidegger. Si sólo leemos a Heidegger en los términos que fue un posibilitador del nazismo, nos perdemos gran parte de su obra. Sí, era nazi. Pero también fue un gran aporte de conocimiento. Pintores que veo del Renacimiento, de la Antigüedad, del medio evo, de todas las épocas, la verdad no sé cómo eran en su vida privada. Pero mentiría si diría que cuando me entero de determinadas cosas, como que eran misóginos, esclavistas, conservadores, que no me afecta y que no voy a poner en discusión su obra. Uno va a haciendo separaciones, distinciones. Acepta que todas las personas y sus obras tienen contradicciones y ambigüedad. Todos somos ambiguos. En torno a eso, uno va eligiendo. Cuando las diferencias son insoportables, intolerables, es otro tema.

—Y con respecto a los artistas de la música actual, ¿te sorprende? ¿por qué pensás que hay tantos casos de violencia de género?

—Por un lado no me sorprende. Está lleno de casos de violencia de género en la música, siempre los hubo. La diferencia es que ahora se están visibilizando. En buena hora. Hay un marco, un contexto, que posibilita eso, de que las mujeres se empiecen a animar a contar lo que está pasando, lo que viven. Pero no me asombra que aparezcan. Esto también es algo a discutir: ¿es una cosa consecuencia de la otra? Por esta cuestión del movimiento feminista, que se está volviendo más fuerte, que haya más casos de violencia de género. También puede ser. A más de uno lo enoja. No se la aguanta. Porque hay una cuestión de privilegios y de poder que no se está dispuesto a ceder. Y eso empieza por la primera institución que es la familia. Con respecto a los artistas: me produce indignación. Tengo que hacer estos análisis, perdón si me excedo. Pero es difícil decir bueno o malo, estoy en contra o a favor. Son temas complicados. Es una discusión que da para más largo.

“Trato de cuidar la intuición, porque creo que es un modo de acceso a la realidad y que, por cuestiones culturales, se va adormeciendo”.

—¿Te consideras un tipo más racional o más instintivo?

—No sé cómo me considero. No ocupo demasiado tiempo en decir: yo soy de una manera. Creo que las dos cosas. Me parece que tengo, como toda persona, momentos. Tiempos en los que soy más estructurado y otros en los que soy más racional. Hay veces que no voy por lo seguro y me manejo con la intuición. En este sentido, trato de cuidar la intuición. Porque creo que es un modo de saber y de acceso a la realidad y que por el modo de vida, por cuestiones culturales, se va adormeciendo. Considero que es una cosa importante y no algo místico. Se juegan cosas que son concretas. Uno tiene esas intuiciones con una persona, cuando conocés a alguien. Incluso a nivel gestual. Pero son cuestiones muy subjetivas, de la historia de cada uno. De cómo te resuene cada persona. Creo que tengo distintos momentos: juego con las dos cosas. Hay veces en las que soy más racional, que ordeno, organizo a la hora de trabajar. Y otras en las que trabajo con el caos.

—¿Te gusta el caos?

Creo que es una condición de posibilidad para cualquier acto creativo. Uno tiene que desordenar todo para ordenar. Es como cuando uno reestructura una pieza, una casa. En un momento se vuelve un caos para volver a otro orden. Así que sí, trabajo con el caos. Con el sin sentido, también. De la misma manera que trabajo con el sentido. Hay cosas que me tengo que bancar que no estén cerradas, por ejemplo. Cómo cualquier persona que hace algo. Pienso: si un dibujante se fiaría con el primer boceto, ¿qué hace? Nada, eso todavía está en proceso y hay cosas que están abiertas. En Sig Ragga trabajamos mucho con esta idea. Estamos hasta el último momento reformulando y actualizando. Entonces hay que bancarse el sin sentido. Que las cosas no estén cerradas. Pero bueno, es de acuerdo a cada uno. Son cosas muy personales.

—¿Cómo es un día cotidiano en tu vida?

—Arranco dando clases de canto, todas las mañanas. Me preparo un mate y recibo a los chicos y a las chicas. En los huequitos, voy abriendo los proyectos que tengo en mi casa. Tengo mi espacio para trabajar, en un estudio. Esa es mi guarida, en todo sentido. A penas se van los alumnos, almuerzo y me pongo a trabajar en las canciones. Así son todos los días. Es raro que no me ponga a trabajar en eso. No paro, pero porque quiero. Porque es lo que me hace sentirme vivo, le da sentido a mi vida. Cuando no lo hago, me siento vacío. Esa también es una lucha que estoy librando ahora: quiero diversificar mi vida y hacer más cosas. Otras cosas.

—¿Te dejás un espacio para el ocio?

—Poco. Siempre miro películas, ese es mi ocio. Cocinar y pasear, también. El tiempo que estoy con mi novia, lo tengo relacionado a eso: al descanso, a otra cosa.

—¿Lo cotidiano te gusta? ¿O preferís lo más espontáneo?

—Soy de aburrirme fácilmente. Me gusta que las cosas me sorprendan, de manera espontánea. Que de golpe surja algo que no esperaba. Pero también disfruto de lo que se repite en lo cotidiano. Voy surfeando. Me gusta pensar que la vida es un proceso creativo. Las cosas que son repetitivas y rutinarias, no van con mi personalidad. Generalmente estoy tratando de escaparle a eso. De alguna manera, le tengo que buscar la vuelta. Como decía, es lo que me mantiene el entusiasmo. Y yo necesito sentirme entusiasmado. No voy por el lado del no hacer, de quedarme tirado. En cuanto pasa eso, evidentemente estoy muy mal, porque no va conmigo. Yo voy para adelante. Siempre estoy pensando en hacer, es mi forma de estar en el mundo: ir transformando cosas. Si no estoy en la música, me pongo a hacer objetos. Me gusta la carpintería. Que también pone en juego la creatividad. La cocina también es así. Son actos creativos, lo veo de esa manera. Por supuesto que a veces también me cansa, cuando se vuelve una cosa de todos los días tener que cocinar. Pero trato de buscarle la vuelta.

—Si estás caminando y ves al Tavo de hace 10 años atrás, pasando por la misma calle. ¿Le dirías algo? ¿Qué?

—En ese momento, tenía 25 años. Coincide justo que en ese año se enferma mi mamá. Así que estaba en un momento de mierda, básicamente. Estaba muy jodido.

El Tavo, luego de pronunciarse, guarda silencio. No para pensar, sino para relajarse. Pareciera que la plaza entera se calló, junto con él.

Creo que una de las cosas que me diría, sería que me quite la mochila de encima. Me hice cargo de mucho. De cosas que no me tendría que haber hecho cargo. Creo que eso hubiera sido importante hace 10 años. Decirme que no era mi culpa. Que yo sólo tenía que acompañar. Esas cosas me hubiera dicho hace 10 años, y tantas otras. Pero creo que está bien que yo haya pasado por lo que pasé. Son condiciones de posibilidad para que yo esté en otro lugar. Si siento que algunas cosas fueron al pedo, me podría haber evitado sufrir de más. Esto es algo que siempre pienso. Creo que todas las personas tenemos un nivel de padecimiento, de sufrimiento, intrínseco a la vida. Esto tiene que ver con cosas que están más justificadas, como es el miedo a la muerte, a las enfermedades, al vacío existencial, que a todos se nos cruzan por igual. Pero hay un montón de otros padecimientos que son inventados, nos hacen sufrir muchísimo y no tiene ningún tipo de justificación. Tiene que ver con la alienación. Creo que hoy sigo estoy alienado. Pienso que nadie vive sin estar alienado, pero creo que he conquistado ciertas cosas. La libertad es una suerte de conquista. Tampoco es que vas a llegar a ser libre. Podés tener márgenes de libertad y creo que tengo más margen de libertad que en esa época. En cuanto a miedos que vencí, en cuanto a cosas que hoy me animo a hacer, que antes capaz que tenía más miedo. Pero no sé si le diría algo a ese Tavo. No sé si valdría la pena. Capaz que dejaría que le pasen las cosas y que se dé cuenta solo.

—Capaz no te quiere escuchar…

—Y yo creo que tendría mucho miedo que se le presente alguien tan parecido a decirle algo —responde y se ríe.

“La rigidez más peligrosa es la de pensamiento: estar muy seguro de la cosas, los fanatismos”.

—Entonces, estás conforme con quién sos hoy.

—No. No tiene que ver con la conformidad. Para nada. Si estaría conforme no seguiría viviendo. Creo que la balanza da más positivo que negativo. Sino no seguiría vivo y haciendo cosas. En algún punto pienso que la existencia vale la pena y que me mueve el amor. La vida puede ser bella y vale la pena. Pero de ahí a conformarme… No creo que pase. Siempre estoy dispuesto cambiar. A parte es inevitable. En cuanto te aferrás, te ponés rígido. Y cuando no estás dispuesto a cambiar, te enfermás.

—¿Cuál es la rigidez que nos enferma y nos aliena?

—Hay muchas formas de rigidez. Cuando a uno le sale algo bien, tiene éxito y todo lo que sigue trata de hacerlo igual, para llegar a un mismo lugar, es rigidez. Eso lo pienso entorno a las actividades artísticas. Pero la rigidez más peligrosa es la de pensamiento: estar muy seguro de la cosas, los fanatismos. Es muy peligroso eso. No pensar de otra manera, no ser de otro modo, no correrse de lugar, no ponerse en falta, eso es ser rígido. No querer ponerse en falta, también es narcisismo.

EL MATE DE TAVO CORTÉS

¿Dulce o amargo?

Amargo.

¿Todos los días?

Sí y mucho.

¿Qué momento es el que más disfrutas?

El primero a la mañana, pero todos, todo el tiempo me acompaña el mate, de hecho tengo un problema, de adicción. Cuando nos vamos al exterior, es lo primero por lo que me preocupo. El primer mensaje del grupo es “¿quién lleva el mate?”.

¿Alguna técnica para no lavarlo?

Que no se hierva, tratar de no mojar toda la yerba junta.

¿Qué tipo de yerba? ¿Yuyos?

Fuerte, sin yuyos, Rosamonte, por ahí te clavo una Aguantadora.

¿Cebador de Sig Ragga designado?

Nos vamos turnando pero yo soy bastante cebador. Tenemos un iluminador que es muy cebador —y muy cebado, agregamos.

CAPÍTULO II: SIG RAGGA

Es una de las mejores bandas nacionales que han surgido en las últimas dos décadas. Hablar de ellos, quizá alguna vez les historiadorxs de la música lo reconozcan, es referirse a composiciones musicales al nivel de Luis Alberto Spinetta o el Gato Barbieri. Son de acá y tocan acá, bien cerquita y seguido. Les santafesines y paranenses debemos aprovechar, acá nomas está flameando la intangible bandera de sonidos multicolores, que bailan cual caleidoscópico mandala sobre el río Paraná. Nos adentramos en los mundos de uno de los grupos más lisérgicos de Argentina.

—¿Cuáles son las contradicciones que encontrás en Sig Ragga?

—¡Ufff!, montones! La tensión que tenemos siempre con el hecho de que necesitamos plata para vivir y para todo. Vivimos en una sociedad mercantilista, en la que necesitás dinero porque si no tenés quedás marginado, de distintas maneras. Ser artista o músico o desarrollar artes, sumado a la tensión de vivir de lo que hacés y tener que sostenerte, genera un montón de contradicciones. Y cosas que tenés que ir negociando, que por ahí no harías, pero creo que es lo que nos pasa a todas las personas en mayor o menor medida y en distintas situaciones. No hacemos todo lo que nos gusta, ser casi infantiles, es una falacia eso. Veo contradicciones también en que, si fuera por mí, hay lugares donde no tocaría, circuitos que no haría. Ir a los Grammys, ahí hay otra contradicción: ¿Vamos a tocar a Las Vegas? pero pusimos en la balanza, es una ventana, una forma de que nos conozca un montón de gente sin que nosotros hagamos demasiado. Y nos empezamos a preguntar ¿De qué manera? ¿Cómo va ser? ¿Podemos usar trajes? Sí ¿Podemos elegir nosotros el tema? Sí ¿Puede ser Antonia, que es el nominado? Sí, todo bien si nos encanta. Listo. ¿Podemos influir en la iluminación? Sí. Perfecto. Estaba todo bien, nos trataron bárbaro y sí, fuimos. Siempre estamos resguardandonos y viendo hasta dónde aflojamos, qué hacemos, con quién nos metemos… Siempre fuimos muy cuidadosos con no ceder ciertas cosas, somos inflexibles en algunos puntos que no estamos dispuestos a discutir con nadie: cómo creamos, cómo elegimos componer o hacer lo que se nos cante en cuanto a lo creativo. Siempre fue así y por eso funcionamos. Pero te vas topando con un montón de situaciones que son contradictorias. ¿Tocamos en la tele? [dice comiéndose la S]. ¿Tocamos en X programa que sabemos que el contenido es una mierda?

—O para un político…

—Exacto. Eso nunca nos pasó y cuando nos pasó fue porque nos engañaron. Nos llamaron unos pibes de un barrio que organizaban un festival en la Plaza Pueyrredón (Santa Fe), nos dijeron que eran independientes y que iban a tener la habilitación de la Municipalidad. Nos versearon con que solo iban a pagar el sonido y nosotros aceptamos por dos mangos, para hacerles la onda. Pero llegamos a la plaza y estaba lleno de banderas de la Municipalidad, en pleno momento de la inundación, período de Martín Balbarrey. Fue terrible. Te puede pasar y de pronto se pudre todo y quedás prendido. Decidimos tocar porque era un evento gratuito, la gente iba a vernos y no tenía la más puta idea de todo esto. Yo hice un comentario durante el show, no la iba a dejar pasar. Casi nos cagan a trompadas [confiesa, todavía con bronca contenida, y con un tono dramático—. Vinieron unos matones de la gestión a encarar a la mánager porque me querían pegar y nos quisieron bajar. Por un comentario que hice nomas. En algún punto uno siente que se prostituye, pero hay matices. Tocamos en un festival y nos conoce más gente, pero a la vez no nos gusta tocar en el Pepsi, o en el Festival de la Telefónica, que es un monopolio. Pero a la vez nos vamos trabando y quedamos aislados [responde haciendo un círculo imaginario con las manos, que va cerrándose]. Después no tenemos para pagar la sala de ensayo o no tenemos instrumentos. Además nosotros somos todos clase media y pa’ abajo. Siempre pasó eso con el grupo: se dió que todos los que participamos no teníamos instrumentos y se nos hacía muy difícil. Después, contradicciones de índole artística que observo con el tiempo, o discursivas. Ver algo y decir: “mmm, esto hoy ya no me representa” [relata el tavo, apretando apenas los labios y abriendo bien grandes los ojos]. Todas las personas vamos creciendo, imagínate que escribís algo ahora, cuando tengas 40 años ¿cómo lo vas a ver? No lo vas a querer leer. Te puede pasar incluso en un mes, a mí a veces me pasa más rápido. Tal vez hago algo que hoy, me encanta y mañana lo veo y digo: “mmm, qué raro, ¿cómo llegué a este lugar?, esto es una verga”. Todos estamos llenos de contradicciones, hay fuerzas que chocan en nosotros y de esa tensión no se puede escapar, ahí está la vida.

“El grupo sigue siendo un pretexto para extender la niñez, el juego. Con la banda nos creamos una excusa para inventar nuestro propio mundo, con nuestras leyes”.

—¿Cómo es el trabajo de Sig Ragga en la semana?

—Ha ido cambiando. En los últimos años, como estamos tocando mucho en vivo, ya no tenemos tantos ensayos. Entonces, no estamos continuamente juntos haciendo cosas. Cada tanto tenemos reuniones, armamos ensayos para reestructurar el orden de una lista, para agregar un tema… Pero ya no es algo semanal porque no hay tiempo, tenemos un show una semana y a la siguiente otro. Armar y desarmar todo o juntarnos a cranear es muy difícil. Además el guitarrista está en Buenos Aires, tuvimos muchos años de ensayos, llegamos a un punto en el que ya no necesitamos reunirnos tanto. De todos modos eso depende del momento, porque cuando componemos, como ahora, estamos continuamente juntos. Ahí pasamos jornadas de muchísimas horas trabajando porque aprovechamos que viene el guitarrista.

—¿Cómo mutó lo que comenzó siendo Sig Ragga Naurú hasta hoy?

—Fuimos creciendo, imaginate que cuando arrancamos yo tenía 13 años. A los 14 ya estaba el grupo. ¿Qué cosas cambiaron? Todo cambió, ¿Qué quedó de cuando tenía 14 años? Hay cosas que quedaron, pero no sabría decir exactamente cuáles, muchas. El grupo sigue siendo un pretexto para extender la niñez, el juego. Con la banda nos creamos una excusa para inventar nuestro propio mundo, con nuestras leyes. Continúa en Sig Ragga algo de expandir ciertos aspectos de la niñez: la ingenuidad, permitirnos cosas que nos permitimos de chicos. Cuando crecemos nos vamos poniendo más pelotudos, generalmente, en algunos aspectos no y en otros sí. También se mantiene la libertad, para hacer lo que queramos. Esas cosas siguen estando y por eso seguimos juntos.

—¿Qué mundos se conjugan cuando suben al escenario?

—Es que no los puedo definir, son muchas cosas.

—¿Cómo es el trabajo de Sig Ragga en la semana?

—Ha ido cambiando. En los últimos años, como estamos tocando mucho en vivo, ya no tenemos tantos ensayos. Entonces, no estamos continuamente juntos haciendo cosas. Cada tanto tenemos reuniones, armamos ensayos para reestructurar el orden de una lista, para agregar un tema… Pero ya no es algo semanal porque no hay tiempo, tenemos un show una semana y a la siguiente otro. Armar y desarmar todo o juntarnos a cranear es muy difícil. Además el guitarrista está en Buenos Aires, tuvimos muchos años de ensayos, llegamos a un punto en el que ya no necesitamos reunirnos tanto. De todos modos eso depende del momento, porque cuando componemos, como ahora, estamos continuamente juntos. Ahí pasamos jornadas de muchísimas horas trabajando porque aprovechamos que viene el guitarrista.

—¿Cómo mutó lo que comenzó siendo Sig Ragga Naurú hasta hoy?

—Fuimos creciendo, imaginate que cuando arrancamos yo tenía 13 años. A los 14 ya estaba el grupo. ¿Qué cosas cambiaron? Todo cambió, ¿Qué quedó de cuando tenía 14 años? Hay cosas que quedaron, pero no sabría decir exactamente cuáles, muchas. El grupo sigue siendo un pretexto para extender la niñez, el juego. Con la banda nos creamos una excusa para inventar nuestro propio mundo, con nuestras leyes. Continúa en Sig Ragga algo de expandir ciertos aspectos de la niñez: la ingenuidad, permitirnos cosas que nos permitimos de chicos. Cuando crecemos nos vamos poniendo más pelotudos, generalmente, en algunos aspectos no y en otros sí. También se mantiene la libertad, para hacer lo que queramos. Esas cosas siguen estando y por eso seguimos juntos.

—¿Qué mundos se conjugan cuando suben al escenario?

—Es que no los puedo definir, son muchas cosas.

—¿Puede ser racionalizable?

—No, nada puede ser racionalizable enteramente, eso sería una locura, cuando algo es totalmente racional es una locura. Esa es mi definición de locura [contesta con mucha seguridad]. Puedo decir algunos aspectos… jugar a ser otros. Los personajes que hacemos son máscaras, es como lo que hace un actor: representar ideas, personajes. Pero es muy abierto como para cerrarlo en una definición, va variando de acuerdo a la canción, a la parte de la canción. Porque dentro de un mismo tema hay narraciones que tienen un montón de mundos adentro, yo lo vivo de esa manera. Pasa de todo, no podría racionalizarlo. Sí hay conversaciones con autores y con obras claro, de la nada nada sale. Estamos dialogando con otros autores y con la música que escuchamos pero no solamente con la música.

“Lo que yo hago no es enteramente para el público, en primer lugar, lo hago para mí”.

Volvemos a su obra, después a sus ideas. A lo singular y enseguida a lo individual. A Sig Ragga y al todo sin relación aparente. Porque como él, en el caos vivimos y con él creamos. En el medio charlamos y reímos, él arma y fuma tabaco cuando puede. Todes mateamos.

—¿Cómo fue la devolución del público de su último disco?

—No tengo la menor idea, la verdad. No sé qué se dijo del último, tengo devoluciones de los cercanos y los que se acercan pero no veo un impacto que vos digas: “Ohh sí ahora nos conoce un montón de gente por este disco y están pasándolo en la radio todo el tiempo” [irónicamente]. Sé que es difícil en los tiempos que corren, pero tampoco me frustra porque no esperaba nada. Aunque me encantaría que nos vaya bárbaro y estemos tranquilos con la plata.

—¿No ves los comentarios en YouTube, por ejemplo?

—No soy mucho de mirar los comentarios. Le tengo miedo a eso, a tirarme al abismo de gente que no conozco. Es como si yo fuera al videoclub a que un desconocido me recomiende una película, ¿Me interesa la opinión de quién? ¿De gente que no conozco?, la verdad no sé. Sé que es políticamente incorrecto lo que estoy diciendo, pero me chupa un huevo. Porque es peligrosísimo, quedás expuesto a a que cada uno opine lo que le parece y a violencias e injusticias de todo tipo. Y yo no ando opinando de todos, menos si nunca me lo pidieron. Por otro lado, lo que yo hago no es enteramente para el público. En primer lugar, lo hago para mí.

—Es más sano eso. Además es mejor dejar contento a uno mismo que a les demás.

—Claro, pero tampoco es que no me interesa en lo absoluto que guste o no guste, es una mentira eso. Me encanta que haya gente que se emocione, me diga que un tema lo conmovió, le llegó o le hizo pensar tal cosa. Por supuesto, me hace sentir menos solo, con alguien estoy conversando. Sino estaría hablando conmigo mismo y sería un ególatra. En algún momento leí los comentarios de las redes sociales y después dije: “No, ¿qué estoy haciendo?, no va por acá”. Igual, no es que soy un necio que no escucha a los que se me acercan a decirme cosas. Pero tampoco me gustan los fanatismos ni que me traten como a alguien superior. La cuestión del “eh genio, eh maestro”. Cuando me saludan así ya me molesta, no me gusta la gente aduladora.

“Cuando hay una productora que quiere trabajar con nosotros, marcamos todos los puntos en todas las i en el contrato, y ahí vemos”.

—Con toda la trayectoria que tienen, ¿qué cosas quedaron atrás y ya no se pueden permitir?

Tavo nos pide que redondeemos la pregunta, que la achiquemos para que no sea tan amplia. Le damos más detalles, contextualizamos. Su afán de hablar con precisión no lo deja tranquilo, aparece todo el tiempo, busca trascender lo superficial.

—Por ejemplo, en una época nos pasó, algo horrible con una persona que no voy a decir el nombre. Era como un manager, nos llevó a Buenos Aires y nosotros en la desesperación, accedimos, porque estábamos muy complicados para sostenernos económicamente. Fuimos y quedamos varados allá, peleándonos continuamente con él. Todo lo que quería que hagamos no iba, ni cerca, con nuestro enfoque. No duramos nada y lo mandamos a la mierda, pero esas cosas ya no. La idea del manager que le dice a los artistas cómo tienen que manejarse es una cagada, para mí es al revés, el manager trabaja en función de lo que quieren los artistas. Aunque en la mayoría de los casos se da distinto, el artista termina sometido a todo lo que quiere el productor.. Por suerte no llegamos a una situación de discográfica: gente que nos diga hace esto y hace lo otro continuamente. Pero en un momento estuvimos cerca de que se nos vaya de las manos, discutíamos bastante y de golpe me di cuenta que estábamos haciendo cosas que no daban. Por ejemplo el video de cuchillos, un tema…[piensa]… viejo. Lo íbamos a filmar nosotros con mi hermano y de golpe nos puso un director, ¡de publicidades! El tipo no confiaba en que nosotros nos mandemos a filmar, nos decía que no sabíamos nada de cine y que íbamos a hacer una bizarreada. Y nosotros dejamos que pase, de eso me arrepiento [dijo con pesar y voz cálida]. Pero bueno, no me arrepiento en otro punto porque aprendí, tuve que pasarla para decir a esto no lo hago ¡Nunca más! ¿Me entendé’ a lo que voy? Hemos aprendido a decir no, algunas cosas no vamos a negociar y ahí vamo’ [Hasta acá llegamos con el trabajo heróico de devolver las S a las palabras]. Nos manejamos con cautela, vamo’ viendo. Cuando hay una productora que quiere trabajar con nosotros, marcamos todos los puntos de todas las i en el contrato, y ahí vemo’, no es tan fácil.

—Y con respecto a Cuchillos, que veníamos hablando, es un tema… eh…

—Contradictorio y ambiguo [anticipa Tavo y se ríe divertido].

—No, no por eso. Pero es un tema con un ímpetu bastante revolucionario ¿no?

—Para mí no, pero bueno… [responde riendo y soltando una carcajada para toda la plaza]. Para mí es una contradicción entre lo que dice y la forma que tiene. Volvemos a hablar de algo que escribí a los 20 años, qué se yo… no vale ni la pena, no me representan en absoluto las formas de esa canción. Sí la temática, entiendo lo que quería hablar en ese momento, pero hoy no lo haría de ninguna manera de esa forma. Por eso tampoco lo estamos tocando.

“Imaginate que voy a una muestra de arte y le digo al pintor: ‘traeme los cuadros que pintaste antes que me gustaban más’, ¡No!”

—Yo tengo ganas de escucharlo, tóquenmelo a mí [bromeamos entre risas].

—Na, hacemos lo que se nos canta el culo.

—Me pasó que fui a un recital de ustedes y mis amigos gritaban pidiendo el tema…

—Pasa siempre, hay gente que es obsecuente, a veces la gente hace cosas porque no piensa en el otro, no se pone en su lugar, cuesta mucho, ¿no? Uno quiere, demanda, demanda, demanda… Imaginate que yo fuera al teatro y a mí me gusta una obra que el director hizo antes, Pinocho suponete, y yo le empiezo a gritar “¡hace Pinocho, hace Pinocho!”, no hermano, estás en otra obra ahora [contesta con su ceño bien fruncido, meneando la cabeza]. O ponele que voy a una muestra de arte y le digo al pintor, traeme los cuadros que pintaste antes que me gustaban más, ¡No!

—Escuché y leí a mucha gente que le encuentra rasgos de “santafesinidad” a Sig Ragga, ¿Coincidís? ¿Es algo que aflora?

—Sí, que me como todas las S aflora, te quedó registrado. Qué se yo, no sé que sería el Ser santafesino, para empezar. Habría que enumerar aspectos como para intentar dilucidar lo que sería esa identidad. Porque si pasa por la cerveza, Midachi, Colón y Unión… yo no soy de Santa Fe. Para mí no pasa por ahí pero sí hay otras cosas que nos atraviesan a todas las personas y es el entorno en el que vivimos, el paisaje… No sería lo mismo lo que hago y soy acá, en Rosario, en Buenos Aires o en Rafaela. Y si alguien lo ve, bueno, es una lectura, no está errada ni bien. Podrán ver cosas que verán como santafesinas pero yo no tengo la menor idea de cuáles.

—Han ido a grandes premiaciones, como los grammys, ¿se sienten identificados con los artistas de ese mundillo?

—Estás preguntando algo que sabés la respuesta [arremetió sagaz].

—Sí, en realidad sí —confesé.

—No sé pa qué preguntas eso [respondió bromeando y soltó otra carcajada contagiosa, para toda la plaza]. Y no, ¿cómo nos vamos a sentir identificados?

Son las 19:10, el sol ya se puso casi por completo. Las luces que iluminan la calle, la plaza y el Patio Catedral ya están encendidas. Entonces el Tavo se acuerda que tiene que ir a buscar el televisor al taller.

—Hace tiempo que estoy sin este tele. Es con el que miro las películas, por eso estoy un poco ansioso.

#MÚSICA #SANTAFE #SIGRAGGA

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