[vc_row][vc_column width=”1/1″][vc_row_inner][vc_column_inner width=”1/6″][/vc_column_inner][vc_column_inner pofo_column_animation_style=”none” width=”2/3″][vc_empty_space height=”12px”][vc_custom_heading text=”Pensamos que Nelson y Sofía se habían enamorado, pero eran todas patrañas. ¿Seguirán conociéndose? ¿Cómo reaccionará el narrador? ¿Dónde están los límites entre verdadero y falso? Son preguntas que quizás obtengan respuesta en esta segunda entrega de Terriblemente Libres, una oferta de la Mate para hacer más amena la cuarentena. ” font_container=”tag:h4|font_size:18|text_align:left|color:%23000000|line_height:24px” google_fonts=”font_family:Raleway%3A100%2C200%2C300%2Cregular%2C500%2C600%2C700%2C800%2C900|font_style:500%20bold%20regular%3A500%3Anormal” css_animation=”none”][vc_column_text][Frases del capítulo anterior]
“-Hola -le gritan desde la calle.
Nelson se sobresalta. Hay una chica con un perrito, mirándolo.
-Hola -contesta.
-¿Cómo te llamás?
-Nelson.
-Yo me llamo Sofía.”
““Suave es caer en la habitación / cuando hemos dejado atrás / esta acumulación crujiente de horas /quemadas para vivir. Suave la presencia de los muebles / la línea de tu nuca acompañando / la inclinación de tu cabeza sobre el libro. / Suave el fondo de mar de tus ojos. / Y más suave la hora —en que ya cansado / pero terriblemente libre— / enciendo
la lámpara que apagaré muy tarde”.
-Lo podrías haber escrito vos -dice Sofía, que recién ahora lo mira directo a los ojos, por primera vez-. Niño Lámpara.”
“-¿Qué es esa caja?
-Son mis tesoros. Los tesoros de la ciudad.
-¿Y cómo sería eso?
-Son cosas que fui encontrando en la calle. Si vas atento, encontrás muchas cosas.”
“-Ay, no alcanzo a ver desde acá -dice Sofía-. Las quiero ver desde cerca.
Acto seguido, pega un salto y empieza a flotar en el aire. Se eleva dando brazadas y llega a la ventana. Suelta al perro en el balcón y se sienta al lado de Nelson, que la mira extrañado.
-Eso fue mucho, ¿no? -dice Nelson.
-¿Qué cosa?
-Eso, que puedas volar.
-Sí, ¿no? Fue medio innecesario.
-Se está yendo al carajo el narrador, me parece.”
“-Qué idea, boluda. Quería robar con la cuarentena nomás, como todo el mundo. El tipo leyendo en el balcón y la mina que le habla desde afuera y se van enamorando. Es como Rapunzel pero al revés.
-Y con perro.
-Y con perro.”
Ilustración de Guillermo Casañas
Nelson y Sofía siguen juntos. Ya no están sentados en la ventana. Ahora están acostados en la cama, fumando y hablando. De fondo suena la radio de lo-fi hip hop de Youtube. Aquiles está echado en un almohadón al costado de la cama.
-Se calmó, al final -dice Nelson.
-Sí. Es re mansito. No parece cachorro.
-¿Cuánto tiene?
-No estoy segura. Menos de un año.
Nelson se sienta en la cama y estira la mano para acariciarlo. Aquiles gruñe con suavidad.
-Debe estar soñando -dice Sofía.
-Qué loco, que los perros sueñen.
-¿Por qué? Nosotros también soñamos.
-Sí, pero nosotros tenemos memoria, amamos, sufrimos. Generamos traumas. Es lógico que soñemos.
-Los perros también sienten todo eso.
-Sí, puede ser.
-¿Alguna vez tuviste una parálisis del sueño?
-No, nunca tuve. ¿Cómo es?
-Es re loco. Es como estar sonámbulo pero al revés.
-¿Cómo sería eso?
-Los sonámbulos se mueven pero están dormidos. En una parálisis estás despierto, pero no te podés mover. Estás tiesa, entumecida.
-¿A vos te pasó muchas veces?
-Antes. Ahora ya no, hace tiempo que no me pasa. Pero me pasó varias veces. Es feo. Además suele estar acompañado por visiones. No sé, es como una pesadilla pero peor.
-¿Qué tipo de visiones?
-Cosas, qué sé yo. Yo vi una mujer vestida de blanco y sin cara, parada en la puerta de mi pieza con una bandeja en la mano. Y un demonio enano que estaba agarrado de mi rodilla y me pegaba con un martillo.
-Qué desesperación.
-Sí, horrible.
-Yo el otro día tuve una pesadilla re fea. Estaba durmiendo en lo de mis viejos. Me despertaba medio abrumado. Salía y mi viejo me hablaba desde su pieza y yo no entendía ni una palabra de lo que me decía. “¿Qué?”, le preguntaba. Y seguía sin entenderlo. Había perdido la capacidad de comprender el lenguaje.
Nelson habla rápido y abriendo mucho los ojos. Sofía se levanta a buscar un cigarrillo, sin dejar de mirarlo.
-Iba al baño, me encerraba y me sentaba en el inodoro, atrapadísimo. “La puta madre”, pensaba, “mi capacidad de comunicarme se anuló, no existe más, qué mierda me pasó”. Mientras tanto, la voz de mi viejo se acercaba y me seguía hablando desde afuera, y se iban sumando más voces, hasta que eran un millón. Un millón de voces incomprensibles gritándome y golpeando la puerta. Y ahí me desperté.
-Wow -dice Sofía, y le acaricia la espalda.
-Fue re feo.
-Viste que las pesadillas suelen repetir esos patrones. Algo feo o tenebroso, muy simbólico, que va creciendo en intensidad sin terminar nunca.
-Sí, como una escalera sin fin.
Nelson mira la mano de Sofía, que ahora le acaricia la pierna.
-¿Querés tomar algo? -pregunta.
-No, estoy bien.
Nelson pone su mano sobre la mano de Sofía, y la mira.
-Estuvo bien el narrador, al final.
-¿Por?
-Y, porque nos hizo conocer.
Sofía sonríe, y Nelson la besa. Cuando Nelson quiere sacarle la remera, Sofía, instintivamente, le quita la mano.
-¿Pasa algo? -dice Nelson.
-No, es que…no sé. Siempre me da vergüenza las primeras veces. Soy medio insegura.
-¿Querés que apague la luz?
Sofía asiente con la cabeza. Nelson se para y la apaga. Vuelve a la cama y le besa el cuello mientras le desprende el corpiño. Le saca la ropa con suavidad y la mira de reojo. Un rayo de luz de luna se proyecta sobre su cuerpo.
-Sos hermosa -le dice.[/vc_column_text][vc_single_image image=”23810″ img_size=”full” alignment=”center” onclick=”custom_link” img_link_target=”_blank” link=”https://revistamate.com.ar/banquemoslamate/”][vc_empty_space height=”42px”][vc_column_text]Al otro día, Nelson abre los ojos y mira a Sofía, que duerme plácidamente a su lado. Se levanta sin hacer ruido y va al baño. Mea medio dormido y, cuando termina de mear, nota que Aquiles se está escurriendo por entre sus piernas para llegar al inodoro.
-No, salí de ahí -le dice, y tira la cadena.
Aquiles le ladra, mete la cabeza en el inodoro y se pone a tomar agua con desesperación. Nelson se da vuelta y ve que Sofía está parada afuera del baño, refregándose los ojos.
-¿Qué pasa, Aquiles?
-¿Te despertó?
-Msí.
-Tenía sed, pobrecito. Igual llegué a tirar la cadena antes de que empiece a tomar.
-Ay, Aquiles -dice Sofía, y lo alza-. Vení, vamos a tomar un agua mejor.
-Aguantá que me lavo las manos.
Nelson guía a Sofía hasta la cocina. Agarra un plato de metal y lo llena de agua. Lo apoya en el piso y Aquiles se pone a tomar hasta dejar el plato casi vacío.
-Pobrecito, nos olvidamos de él -dice Nelson-. ¿Querés que le haga algo de comer?
-Más tarde. Perdón, quería quedarme haciendo fiaca con vos.
-Todo bien -dice Nelson, y la besa-. ¿Querés un café?
-Dale.
Mientras Nelson hace el café, Sofía mira por la ventana de la cocina.
-¿Hoy qué día es? -pregunta.
-Martes, creo.
-Todos los días son iguales ahora.
-Sí.
Sofía se pone a recorrer la cocina. Agarra un par de botellas de Coca Cola viejas que están apoyadas en un estante.
-¿Estas de qué año son?
Nelson se da vuelta y la mira.
-Ni idea. O sea, son de ahora, de hace un tiempo. Coca Cola largó como una colección de botellas viejas. Pero no sé réplica de qué año serán.
-De una.
Nelson apoya los cafés en la mesada y acerca una silla para que Sofía se siente. Desayunan en silencio.
-¿Qué es lo que más te gusta de la cuarentena? -pregunta Sofía de repente.
-El silencio -responde Nelson-. ¿Y a vos?
-Vos -dice Sofía, y larga una carcajada-. No, mentira. El silencio también.
Nelson ríe, y vuelven a desayunar en silencio. Cuando terminan, Nelson se para, agarra las dos tazas y las lleva hasta la bacha. Las llena de agua y se queda ahí apoyado, mirando a Sofía.
-¿Vos qué vas a hacer? -le pregunta.
-¿Ahora?
-Sí, estos días.
-No sé.
-Si te querés quedar, quedate.
Sofía mira a Aquiles, que sigue durmiendo aprovechando el único rayo de sol que entra por la ventana.
-Capaz que voy a buscar unas cosas y vuelvo.
-Bueno.
-Pero más tarde voy.
Nelson sonríe y va hacia el living. Vuelve con unos parlantes chiquitos. Los conecta y pone un disco de jazz.
Sofía se para y lo abraza por la espalda. Nelson gira y la besa. Apoya la mano en su espalda y empiezan a bailar. Bailan por unos treinta segundos, hasta que Sofía se larga a reír furiosamente.
-Perdón, no puedo más -dice.
Nelson intenta contener la risa, pero no puede. Se levanta y apaga la música.
-Nos estaba saliendo bien -dice.
-Sí, la concha de tu madre. ¿Qué necesidad tenías de sacarme a bailar jazz? Re snob, hijo de puta -dice Sofía con la voz entrecortada por la risa.
-Jajajaja. Me estaba vengando por lo de ayer.
-¿Qué de ayer?
-Lo de que te daba vergüenza tu cuerpo.
-”Sos hermosa” -dice Sofía, imitando la voz de Nelson.
-Sonó creíble, no me digas que no.
-Sos muy buen actor.
-Y sí, por algo somos personajes de cuentos, ¿no? De cuentos de mierda.
-Bueno, ya está. Me da un poco de pena ya el narrador, pobre -dice Sofía, que se sigue riendo.
-¿Qué pena? Su cuento debería darle pena. Yo quiero salir en un cuento lindo, sincero, real. No en esta mierda. ¡Bajá, si tenés huevos! -grita Nelson, y le pega un puñete a la mesada.
-Dejá, boludo, mirá si baja en serio.
-¡Que baje! Somos dos contra uno -dice Nelson, y vuelve a reír.
-Basta, me cansaron -digo yo, y Nelson y Sofía se callan.
Siempre quise saber cómo se escucharía mi voz en un cuento propio. Se escucha tal como lo imaginaba: como un eco celestial. Miro la pantalla y salto hacia ella. Caigo con estrépito en la cocina. Nelson y Sofía están agarrados de las manos, y me miran con pánico.[/vc_column_text][vc_single_image image=”23434″ img_size=”full” alignment=”center” onclick=”custom_link” img_link_target=”_blank” link=”https://revistamate.com.ar/banquemoslamate/”][/vc_column_inner][vc_column_inner width=”1/6″][/vc_column_inner][/vc_row_inner][/vc_column][/vc_row]