Bruce era un perro ansioso y agresivo que, si no cambiaba su conducta, iba a tener que despedirse de su tutora. Probaron tratamientos clásicos, pero la situación no mejoró. El bienestar llegó con un tratamiento disruptivo para la veterinaria: cannabis y hongos con psilocibina.
Durante la pandemia por Covid-19, Sasha Prats adoptó un cachorro Shar Pei macho en el sur de la provincia de Buenos Aires. Le enternecía la raza, de la que sabía poco, y lo nombró Bruce, el mismo nombre del perro de su infancia, sobre el que recordaba treparse una y otra vez. Pero en tiempos de aislamiento y restricciones para socializar, el cachorro empezó a sufrir por ruidos fuertes, generalmente de tormentas: lo dejaban temblando por horas al lado de Sasha. Esa historia era un camino que repetía Bruce 2 o 3 veces por semana.
Bruce se volvió cada vez más miedoso, ansioso y agresivo con cualquier otra persona que no fuera Sasha. Incluso llegó a morder al vecino con el que solía jugar casi a diario. Entonces, comenzó un tratamiento con psicofármacos antidepresivos prescritos por un veterinario. No tuvo buena evolución. Diferentes educadores caninos y especialistas le dijeron a Sasha: “Si no podés cambiarle la conducta vas a tener que despedirte de Bruce”.
Para el doctor en neurociencia y biólogo, Luis Acosta, con el que hablamos en 2024 para este artículo, los animales (y las personas) construimos nuestras conductas como si fueran caminos. Cuanto más veces elegimos un camino, este se vuelve más fuerte, mientras que el resto empieza a llenarse de pozos y dificultades. “Los hongos permiten volver abrir esos caminos relegados y así modificar cómo nos comportamos”, explica a MATE.
En la encrucijada de Sasha y Bruce apareció Acosta, quien contactó a la joven con Duilio Bakst, médico veterinario que desde Santa Fe trabaja la terapia con cannabis en animales desde hace casi una década. Luego de algunas consultas acordaron un tratamiento con gotas de aceite de cannabis y tintura de hongos con psilocibina. Fue como cualquier otra terapia veterinaria: de lunes a viernes y con descanso los fines de semana.
En pocas semanas Bruce ya no necesitaba estar siempre pegado a Sasha. Cuando llegaba una tormenta o un viento sacudía las ventanas el perro reaccionaba, pero después podía seguir con su día: jugar, comer, descansar. “Podía ir por el camino que conocía y volver sin tener una crisis como antes”, explica Sasha continuando la analogía de Luis Acosta. Ella también notó que ganó peso, algo que le costaba desde que había empezado con los psicofármacos, que suelen, a diferencia del cannabis y los hongos, quitar el apetito y lesionar los órganos del sistema digestivo con el tiempo.
A un año de iniciado el tratamiento, los estudios de Bruce reflejan un perro saludable, mejor vinculado con su entorno, que bajó al mínimo la dosis de psicofármacos y que puede compartir más tiempo con otros perros y personas.
Hongos para mejorar la salud animal
El caso de Bruce es parte de una investigación clínica veterinaria de hongos con psilocibina, trasladando lo que la ciencia día a día confirma para usos en humanos con padecimientos de salud mental. “Los resultados en veterinaria apuntan a la baja del miedo y la ansiedad a partir de la estimulación de los centros del placer en la corteza prefrontal y el hipocampo. Literalmente, estimula el bienestar”, explica el veterinario Bakst.
La terapia en animales también suma a los hongos adaptógenos, categoría que se le dio porque ayudan a lidiar con el estrés, mejorando la salud y el bienestar, y ofrecen lo mismo que a las personas. Los hongos como Cola de pavo, Reishi, Cordyceps, Melena de león y Shiitake ayudan a modular procesos inmunológicos, tratar enfermedades crónicas, infecciosas, cáncer, problemas digestivos, estimular el crecimiento neurológico, entre otros usos.
“Cuando se complicó con cannabis, los hongos, tanto los adaptógenos como los que tienen psilocibina, nos abrieron el camino para poder seguir trabajando”, agrega Bakst, quien también integra la agrupación Veterinarios Cannábicos Argentinos, Aupac y el laboratorio Eucarya labs.
Y es que entre la primera ley de cannabis medicinal (27.350) de 2017, su reformulación en tiempos del gobierno de Alberto Fernández y la aprobación de la ley de industria en 2022, quienes trabajan en salud animal con la planta lucharon por sumarla a la caja de herramientas clínicas. Principalmente, porque el uso veterinario no fue regulado hasta agosto del 2023 y los temores por posibles problemas con la Justicia estaban sobre la mesa. Hoy la situación tampoco parece estar del todo resuelta.
En la actualidad, la psilocibina está incluida entre las sustancias controladas por la Anmat, por eso el trabajo de Bakst es parte de una investigación clínica que se hace con el consentimiento de las personas tutoras de los animales. En la mayoría se trata de casos extremos donde la violencia y el peligro del animal les ha dejado sin otros caminos. Los hongos llegan a través de personas que cultivan y elaboran las tinturas que usan profesionales en veterinaria.
Cambio de paradigma en salud animal-humana
Para el doctor en neurociencia y biólogo, Luis Acosta, es probable que algunas personas o asociaciones profesionales critiquen terapias con cannabis u hongos, señalando que faltan ensayos más grandes para incluirlos entre los tratamientos tradicionales. “Esos ensayos son trabajos que exigen miles de millones de dólares y solo pueden hacer las grandes farmacéuticas, que no avanzan del todo porque no saben si pueden venderlo”, dice y agrega: “Algo similar a lo que pasó con cannabis, donde no quieren validar algo que luego no pueden vender de forma exclusiva”.
Según Acosta, la pandemia por Covid-19 trajo un aumento en la prevalencia de casos vinculados a la salud mental porque se modificó cómo vivimos y con ello nuestros patrones de conducta. “Entonces, era lógico que empezáramos a tener más casos de ansiedad o depresión”, señala.
Luis también destaca que junto al desarrollo y popularización del cannabis medicinal, hoy las personas tienen otro camino más para transitar su salud. “Los hongos o las microdosis pueden ser una moda, pero ninguna moda se sostiene en el tiempo si no funciona. Hay quienes lo tomarán como una pastilla más esperando el milagro y quienes entenderán que es una forma de abrir un proceso más profundo, que requiere involucrarse y cambiar algo”.
Vos podés, Bruce
Hoy Sasha disfruta de su vida con Bruce, manteniendo cuidados, protocolos y, sobre todo, no desatendiendo que los cambios de conducta deben fortalecerse con ejercicios, conciencia y no simplemente dependiendo de una pastilla o una tintura. En eso asistió Lucas Silva, su adiestrador de Lucan Guardería Canina, que ayudó a que asocie y repita los nuevos caminos, más lejos de la agresividad y la ansiedad.
Lucas es quien habilitó la socialización de Bruce en el último año: primero con paseos aislados y luego con adiestramiento y más práctica, llegando a estar con varios perros sin bozal y también con personas más allá de Sasha.
No depender solo de las pastillas o gotitas es una lección que Sasha aprendió cuando era más joven y le diagnosticaron fibromialgia, que en sus palabras, “conlleva episodios disparados por un momento de gran estrés, donde la cabeza empieza a mandar mal la información al cuerpo, llevando a dolores de todo tipo”.
“Estuve super-medicada durante mucho tiempo sin avance hasta que mi mamá viajó a Uruguay mucho antes de la ley de Argentina y trajo un aceite de cannabis que cambió todo. Hoy, después de muchas terapias, incluida una terapia psicológica, ya no padezco más a ese nivel”, agrega Sasha.
“Le puse «Bruce» porque ese era el nombre del perro que tenía mi familia cuando era chica. También porque me gustaba mucho ese personaje de la película Matilda”, cuenta Sasha y recuerda la escena del chico de rulos que en pleno momento de estrés recibe el apoyo de sus compañeros que gritan: “Vos podés, Bruce. ¡Bruce, Bruce, Bruce!”.