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27 julio, 2024

Verónica Lema y la arqueología de sustancias psicoactivas

Veronica Lema y la arqueología de sustancias psicoactivas
Imagen de Adriel Radovitzky
En las investigaciones sobre enteógenos dominan las disciplinas de la química o la conciencia. En cambio suele relegarse la arqueología y sus hallazgos sobre la historia del consumo. La pregunta por los vínculos entre los psicoactivos y los humanos, con Verónica Lema.

En el llamado renacimiento psicodélico, hay algunas disciplinas más populares que otras. La psicología y la farmacología, con sus grandes promesas (algunas cumplidas) son de las primeras en llevarse los laureles, al menos mediáticamente. Y probablemente también a la hora de recibir financiamiento para investigaciones (recordemos tan sólo los números de donaciones que maneja MAPS).

En esta nota queremos reivindicar, en general, una disciplina no tan hegemónica, pero sin la cual nada o muy poco de lo que se ha avanzado en este archaic revival hubiese sido posible. Es curioso que mucho se hable de la ancestralidad pretendiendo honrarla, pero que el foco de dicho renacimiento esté verdaderamente puesto antes en las innovaciones y ensayos clínicos contemporáneos, que en el estudio de lo arqueo y sus relaciones antropoecológicas.

Apelando al sentido común (y etimológico) comprendemos que la arqueología (arkhaíos=antiguo y logos= estudio) es el “estudio de lo arcaico”. Pero la potencia vivificante de lo arcaico se actualiza una y otra vez, en piezas, objetos y materiales que tienen miles de años, y cuyo testimonio excede por lejos lo meramente anecdótico.

En lo particular, queremos introducir el trabajo de la Dra. Verónica Lema, antropóloga por la Universidad de La Plata, especializada en arqueología de sustancias psicoactivas (SPA) del noroeste argentino (NOA). Allí se encuentra la fuente más antigua de registro arqueológico de parafernalia vinculada a las plantas psicoactivas de Sudamérica, particularmente en Jujuy, datación que se extiende hasta 4 mil años atrás.

“Veremos que la categoría Planta Psicoactiva nos servirá como punto de partida pero no como límite”, indica Verónica. “Estas plantas no encuentran sus límites en sus tejidos, sino que se transmutan en sustancias en suspensión, y se acoplan a artefactos, otras plantas, cuerpos, órganos, humanos y animales”.

A estas palabras las dijo Verónica en el encuentro Ontologías Híbridas, agregando que: “bajo la categoría utilitarista y antropocentrada de ‘para qué sirve’, o clasificatoria y tipológica de ‘qué es’, haremos un ejercicio de ampliación para preguntarnos ‘qué hace”. Y esto ya nos da una pista que seguiremos en su trabajo con plantas y artefactos.

Verónica es investigadora de CONICET y docente en la Universidad Nacional de Córdoba. Recientemente ha estado en equipos de investigación cuyo trabajo sobre restos vegetales psicoactivos en Chavín de Huantar se presentó en la Society for American Archeology (New Orleans, EEUU). Entre otras cosas, Verónica dio una entrevista al químico, investigador y documentalista Hamilton Morris, cuando viajó a Salta para relevar cinematográficamente el uso del Cebil.

Además Lema disertó en el primer Simposio Psiconáutico (Chile, 2023) junto a gigantes de la psicodelia como Jonathan Ott, Dennis Mckenna, Luis E. Luna, Donna Torres, Constantino (Manolo) Torres, entre otres. Verónica dictó un Curso de Doctorado sobre Arqueologías y Antropologías de Sustancias Psicoactivas y Enteógenos de Sudamérica, en junio 2023, en la UNC, al que tuve el enorme placer de asistir.

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Verónica Lema en la serie Hamilton’s Pharmacopeia (VICE) temporada 3 capítulo 5.

—¿En qué consiste tu trabajo y qué venís haciendo de un tiempo a esta parte?

—Sobre todo análisis del contenido de pipas del Noroeste Argentino (NOA). Las pipas son el artefacto más temprano vinculado a este tipo de psicoactivos. Y el registro más arcaico del consumo de estas plantas en Sudamérica está en Jujuy. Son las pipas de Huachichocana e Incacueva, territorios marcados a nivel social-político-cosmológico por el consumo de este tipo de plantas, como el cebil. Pipas hay a granel en los sitios arqueológicos, muy diversas. Comienzan a ser abundantes en el primer milenio, empezando en el periodo formativo, en las primeras aldeas agro-pastoriles, hasta hace 4 mil años desde el presente. Hay pipas de muchas formas, algunas del tamaño de un termo. En esto sigo trabajando, no lo tengo resuelto ni mucho menos.

A su vez, estamos armando un grupo de investigación. Uno de los primeros proyectos es armar el fichaje de la bibliografía que menciona todo este tipo de artefactos, pipas del tipo que sean, y del periodo cronológico que sea, en Argentina. Dentro de eso, análisis de contenido. Yo hago principalmente arqueobotánica. Raspo esos elementos, miro al microscopio, para lo cual necesito hacer una colección de referencia anatómica de muchas especies, variedades de tabaco, de cebil. Pero no todo lo que hay ahí es psicoactivo, como ya veremos. También estoy trabajando en el uso contemporáneo del cebil en la zona andina, a partir de investigaciones de Francisca Gili.
Y he realizado la trayectoria de identificación de una planta desconocida denominada Khuru, cuyos usos son múltiples.

Pipas Huachichocana, Jujuy. Algunas con datación de hasta hace 3500 años.
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Pipa de Catamarca. González (1977, Fig 91)
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Pequeña pipa angular de piedra, con una cabeza tallada en el hornillo, cuya particularidad es que al taparle el mismo, el humo sale por las fauces del felino representado. Encontrada en la puna de Jujuy, junto a una vasija tapada, conteniendo hojas de coca. (Alfaro Lanzone 1968)
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Pipa de Catamarca, primer milenio (d.C) Notable longitud, con el hornillo en la coronilla y la boquilla en la zona ano-genital, donde se plasma la analogía pipa-tubo-cuerpo.

—¿Cómo comenzó tu interés por estas áreas del conocimiento? ¿Cómo eso derivó en psicoactivos?

—Mi interés primario es la arqueología, y antes de eso la paleontología. Me fascinaba ver en documentales o revistas los informes de naturalistas que iban caminando y encontraban un hueso, y decían “esto fue un animal que midió 20 metros, pesó 40 toneladas…”. O agarraban un pedacito de cerámica y decían “esto fue parte de una civilización”. Desde lo material, cómo reconstruir a partir de pequeños trazos, la historia pasada, sea “natural” o “cultural”, según esas divisiones que hacemos. Y un tema que me fascinaba era el origen de la agricultura y la domesticación de animales y vegetales. ¿Por qué en un momento la humanidad deja de cazar animales y recolectar plantas para comenzar a producir?

Yo sabía que quería hacer arqueología, y particularmente en la zona del NOA, en los Andes. Y me llega en el último año de la carrera de antropología una materia que era sobre Arqueología del NOA. Ahí elijo una optativa que era Botánica Aplicada. Materia obligatoria de la carrera de Botánica. Pues allá a fines de los ‘90 había comenzado a colaborar con algunos equipos y el laboratorio LEBA, uno de los primeros en hacer análisis de contenido de artefactos vinculados al complejo psicoactivo.

“Me di cuenta que en las explicaciones faltaban justamente las plantas y sus relaciones. La arqueología, la antropología, lo explicaba todo desde las personas y sus asuntos. Porque no se trata de los humanos —o los vegetales—, sino de la flecha que los une. Una perspectiva no-antropocentrada”.

El tema de las plantas estaba presente pero tampoco se entendía muy bien por qué. Ahí me di cuenta que lo que faltaba en las explicaciones, al menos en domesticación de plantas y origen de la agricultura, eran justamente las plantas. La arqueología, la antropología, lo explicaba todo desde las personas y sus asuntos. Pero no sólo faltaban las plantas, faltaban sus relaciones. Porque no se trata de los humanos —o los vegetales— sino de la flecha que los une. Hoy diríamos una perspectiva no-antropocentrada. Y en la domesticación es donde más se ve este tema de la relación. Vínculos entre medio, suelo, polinizadores, nutrientes, viento, compost. Me fascinó.

Comencé a trabajar con el laboratorio de etnobotánica. Empecé a hacer investigaciones sobre la domesticación temprana de especies vegetales en el NOA. El zapallo, poroto, ají… Pero en el laboratorio, donde había de todo, buscando cosas, encontré mucho material de estudio de plantas psicoactivas. Identificaciones de contenido de pipas, de tubos, de complejos de rapé, análisis micrográficos para ver la anatomía de especies de coca.

Estas plantas estaban contenidas en la unidad de plantas biodinámicas. Ahí veíamos desde plantas medicinales hasta psicoactivos, pasando por condimentos. Eran muestras modernas. Se sumó luego al laboratorio un compañero cuya área de investigación era contenido de pipas. Empezamos a trabajar juntos, mirar material arqueológico. Yo tenía el ojo entrenado para la botánica, pero no para lo arqueo. Ahí terminó de cerrar mi interés, también por el lado de domesticación y manejo, porque apareció una de las plantas psicoactivas, sagradas, maestras, más importantes de América: el tabaco. Una planta que incluso siempre está acompañando a todas las enteogénicas, pero que no tiene el protagonismo de las demás. Es la planta compañera americana por excelencia, tanto o más que el maíz (que es la otra). Domesticada o silvestre, su distribución va de norte a sur, la antigüedad de manejo es igual. Forma parte de las plantas que sustentan a las sociedades humanas, pero hemos reparado en las otras porque “te llenan la panza”, por las calorías o carbohidratos. Pero el tabaco es la principal planta compañera, sustentadora y definidora de la humanidad en muchos grupos…

—Que bastante mala prensa tiene en la modernidad, industrias tabacaleras mediante…

—Supuestamente es “la misma planta”, en un contexto donde supuestamente somos “los mismos seres”, homo sapiens. Ambas cuestiones entre comillas, pues en un caso nos enferma, mientras que en otras sociedades sostienen a la población. Hay chamanes que son exclusivamente tabaqueros. Para muchos grupos indígenas, la palabra humano quiere decir “aquel que tiene tabaco”. Ciertos mitos dicen que el tabaco antes era de los monos. Y que entonces, los humanos eran ellos… Nosotros luego se lo robamos y pasamos a ser humanos. Situación en la que no hay una esencia sino una posición que se ocupa. Y el marcador de la posición que permite decir “soy humano” no es la anatomía, ni lo morfológico, ni los genes o lo evolutivo.

—Ni “el lenguaje simbólico”, como se suele decir.

—Es la posesión de esa planta. Y es una planta domesticada, tanto para nicotiana rustica como nicotiana tabacum. Una planta demonizada. Pero eso habla más de los prejuicios de los investigadores, que de lo que de hecho está en el registro arqueológico insistiendo con su presencia.

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Bolsa de hurón con restos de cebil en su interior, Pampa Grande, colección ARG-PG-MLP.

—El año pasado diste un curso de doctorado en la UNC, de una semana de duración, sobre Enteógenos Sudamericanos, al que pude acceder y que disfruté muchísimo. ¿Qué posibilidades hay de que vuelva a suceder? ¿Cómo te encuentra este contexto y sus políticas para con la educación pública y con la investigación científica?

—Lo que procuré fue reproducir algunas experiencias que había tenido en otros cursos presenciales, vinculado a estas temáticas. Hay algo que pasa ahí con estos temas y la gente que los estudia, que genera cosas muy potentes. Esto no pasa en todos los encuentros. Luego, en diciembre tuve la oportunidad de asistir a otro encuentro, en Chile, organizado por la Fundación Lobeliana, muy enriquecedor. Mientras tanto, en Argentina, estaba asumiendo el actual presidente. Por suerte no teníamos tan buena señal, entonces no recibimos por aquellos días todos los mensajes de desesperación, llanto y angustia de becaries y tesistas.

Esta reunión se hizo por suerte en territorio mapuche, con una fuerza muy particular. Jonathan Ott, a quien le interesa mucho la política internacional, estaba muy al tanto de lo que sucedía en Argentina. Chile venía de la revuelta de 2019, y ahora con una reforma de la constitución nacional peor que la de Pinochet. Bueno, todo esto se cruzaba con la conversación sobre plantas, psicoactivos, arqueoetnografía, psiconáutica, decolonialidad… Ahí estuvimos proyectando futuros encuentros, sobre todo con Benjamín Gelcich.

Terminó el año. Empezó este mucho peor, con el mismo presupuesto, pero un 300% de inflación y sueldos congelados. Despidos en CONICET. Congelamiento de todo fondo para este tipo de encuentro. Una parálisis. No sólo un desfinanciamiento feroz, dirigido, con una política clara de qué tipo de saberes no se quiere que circulen, es decir: humanidades y ciencias sociales, tanto en educación pública como en CONICET. También un juego un tanto perverso, de que no haya planes claros. No se sabe qué pasará mañana, se hace difícil proyectar.

“A veces los movimientos se vuelven subterráneos, a veces salen a la superficie. Si uno piensa en la historia de las investigaciones de estas plantas, son procesos terribles en lo socio-político, y la gente siguió reuniéndose”.

Yo volví con la idea charlada con Benjamin sobre un encuentro presencial, en una provincia que no fuese nuclear, buscando la accesibilidad. Pero todo eso lo tuvimos que suspender. Mas eso no impide la proyección de hacerlo, al contrario. A veces los movimientos se vuelven subterráneos, a veces salen a la superficie. Si uno piensa en la historia de las investigaciones de estas plantas, son procesos terribles en lo socio-político, y la gente siguió reuniéndose.

—En aquel Simposio estuviste en carácter de expositora y tu presentación giró en torno a lo que definiste como Somatonáutica y perspectiva cinética-vegetal. ¿Querés contarnos un poco sobre eso?

—Lo que tienen las pipas es que muchas de ellas, su forma, su modelado, es un cuerpo. Un cuerpo humano-animal. La idea de la psique o de la conciencia es una idea muy moderna del cuerpo. Para nosotros es más fácil pensar que lo que cambia es la conciencia, por eso hablamos de psicoactivos, alucinógenos, expansores de conciencia. Pero es más difícil concebir que lo que cambia, en verdad, sea el cuerpo. Que efectivamente te podés transformar en jaguar, a nivel material. No es un problema filosófico, es físico. Las ontologías amerindias dialogan más con la física cuántica que con la filosofía. Es lo que las comunidades indígenas nos dicen.

—Viveiros de Castro, antropólogo brasileño, decía precisamente que la “metamorfosis corporal” es el contrapunto amerindio de la “conversión espiritual” europea.

—Yo lo veía en las pipas: cuerpos en transformación. Con aperturas en la coronilla, donde está el hornillo: el cuenco donde se cargan las plantas, y la boquilla donde se fuma suelen ser los genitales, zona perianal. Esto tiene sentido porque toda esta parafernalia (pipas, inhaladores, sopladores, flautas) responde al movimiento de sustancias a través de tubos ¡Y nosotros también somos tubos llenos de agujeros por donde pasan sustancias que transforman la materia! De ahí lo cinético, el movimiento, las transformación físicas y fisiológicas. Eso entiendo que nos están diciendo estas pipas.

“Las pipas son cuerpos en transformación. Esto tiene sentido porque toda esta parafernalia responde al movimiento de sustancias a través de tubos. ¡Y nosotros también somos tubos llenos de agujeros por donde pasan sustancias que transforman la materia! De ahí el movimiento, las transformaciones físicas y fisiológicas”.

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Pipa/incensario zoomorfa/antropomorfa -MNBA-donación Di Tella 1986; Catamarca, tomado de: www.bellasartes.gob.ar/coleccion/obra/8945/.
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Esta pieza nos hace considerar nuevamente la opción pipa-incensiario (al igual que la pipa angular). Tiene además un efecto anisotrópico: si se gira 45º sobre su eje, el rostro felino deviene parcialmente humano. Las piezas mismas parecen indicar que la misma cosa pueden ser dos a la vez. En ello interviene el movimiento.

Hice todo un recorrido sobre estas pipas, que aún sigue porque son muchísimas. Luego, también el análisis de su contenido, lo que se consumía. Muchas no tienen el tipo de plantas que uno se imaginaría (tabaco, cebil, chamico) sino plantas no-identificadas, o restos botánicos muy genéricos. No todo lo que hay ahí es psicoactivo. Encontramos también “alargadores”, algo para estirar la cantidad. Aromatizantes como el boldo, verdaderos blends para brindar otra experiencia sensorial, olfativa. También plantas que hacen sinergia con otras, que ayudan a que el efecto de la planta principal se potencie.

Esto hace que haya que colectar muchas plantas, recolección en herbarios, análisis anatómicos en el microscopio. ¡Muchas horas de microscopio! Para ver qué aparece ahí. Muchas no las pudimos identificar, pero se repiten, porque vemos el mismo tipo de células. Hay que tener en cuenta también que la flora va cambiando. Son muestras de miles de años atrás en algunos casos. Y que el comercio de plantas existía desde el Pacifico hasta el Atlántico, y de Norte a Sudamérica.

Para algunas pipas de la zona de San Pedro de Atacama, Francisca Gili analizó la colección de ese museo, pipas que aparentemente derivan de las del NOA, por su forma. Luego se las ha fabricado localmente. Y esto les ha arrojado trazas de tabaco, de nicotina muy poco, y restos muy genéricos como si fuese de grasa animal. Ahí Francisca comenzó a pensar que se trataba de composiciones que se parecían más a la de los sahumerios andinos. Incensarios. Quizás esto sea más cercano a los sahumadores centroamericanos, prehispánicos. Tal era la hipótesis de los primeros arqueólogos trabajando en el área de Jujuy.

Luego hay muchas pipas acodadas, que cuando la ven etnomusicólogos, se dan cuenta que se trata de flautas. ¡Pero ojo! no es solo un problema de clasificación; no es “nos equivocamos, no son pipas, son flautas” y ya. Vos las ves y son lo mismo, o varias cosas al mismo tiempo, de nuevo física cuántica, o son equivalentes, ¿en qué? en el paso del soplo, el movimiento vivificante, que diferencia a los cuerpos vivos de los muertos. El oxígeno, la sangre, la linfa, las emociones. ¡Mantener las cosas vivas es mantenerlas en movimiento! y viceversa. Esto es parte del mundo andino, una perspectiva cinética.

Está este elemento, las pipas, sus formas, las implicancias conceptuales que puedan tener. Lo otro son las trayectorias de algunas plantas, en la conquista y la colonia temprana, hasta hoy. He trabajado acerca del “Khuru” que más que una planta es un nombre que no se sabía bien a qué obedecía. Hice el estudio de la trayectoria de sus posibilidades de identificación, hasta el estudio de los mercados donde se vende hoy en día.

Ahora también estoy en una investigación del uso contemporáneo de cebil en la zona andina, a partir de otro trabajo de Francisca Gili. Hay un relato de que cebil o vilca fue muy importante pero que con la llegada de los Incas y luego la colonización temprana, se dejó de consumir. A veces aparece en los mercados como purgante.

Hace poco participamos de un proyecto con gente que estudia el Centro Arqueológico Ceremonial Chavín de Huantar (Perú), de los más antiguos de Sudamérica. Nunca habían analizado los posibles contenidos en los artefactos implicados en el consumo de estas plantas, siendo que ellos argumentan que el consumo de las mismas es la base del poder ostentado por la jerarquía del sitio. ¿Qué apareció? Vilca y tabaco.

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Piedra grabada descubierta en el Templo Viejo de Chavín de Huantar (1300 A.C) en Ancash, Perú, conocida como “Estela del portador de cactus”, es un monolito de una sola pieza de granito. A la derecha vemos el calco del motivo.

Pareciera que la vilca está en la base de los estados “americanos” prístinos. ¿Y después desapareció como si nada? ¿Qué pasó? Ahora estamos con un proyecto de recopilación de usos, del árbol en general, desde la corteza hasta la semilla, como planta mágico-medicinal. Y van apareciendo muchos más usos de los que se asumían. Un poco como pasó con el Khuru: usos muy variados, muy cercanos, que tienen que ver con los movimientos, de expulsión, de limpia.

El daño nunca se elimina del todo, es algo que te llega, y debés hacer que se vaya. En algún momento vuelve a llegar, y tenés que estar protegido. No se trata de una política de exterminar el mal. Incluso con el COVID-19, una enfermedad nueva que llegó, en muchas comunidades andinas se iban a los cerros más altos y le hacían despachos, mesas rituales, comidas. Como a una visita, pero querés que se quede poco tiempo. No obstante, no podés cerrarle la puerta y ya. Tiene derecho a existir. ¡De hecho, existe! Y te puede tirar la puerta abajo. Entonces la hacés pasar, le das de comer, la agasajas, y después que siga su camino…

—Lógica muy distinta a la nuestra. Por ejemplo, nuestras campañas con slogans tales como “el virus es un extraño, no lo dejes entrar a tu casa”. No digo que sea mejor ni peor. Es prácticamente el contrapunto.

—Claro, nosotros como occidentales, ¿qué hacemos o queremos hacer? Exterminarlo. Una lucha a muerte, yo o vos, no podemos existir al mismo tiempo. El miedo a lo otro, es el otro ó yo. Con la cuestión del movimiento, en estas comunidades, se piensa no desde la esencia de las cosas, como hacemos nosotros, y de la pregunta por el ser, sino por lo que las cosas hacen. Para ellos la pregunta no es “qué es esto” sino “qué hace esto”. ¿Y qué hacen las plantas por ejemplo? Quitan, limpian, mueven, contaminan, purgan, hacen circular, sacan una cosa (podrida, enferma) para dar lugar a lo nuevo cuando llega, como la suerte o la fortuna. Movimiento.

Esto pudo entrar en diálogo con trabajos sobre la danza como los de Claudio Mercado, en Chile central, donde durante ciertas procesiones de muchas horas se toca una flauta grande. Esto implica un gran ejercicio de respiración, tocás mientras saltás y saltás y saltás. Esta perspectiva permite abrirse a otros fenómenos muy vinculados, en vez de cerrarse a la especificidad de la disciplina. La música también, como algo que genera un efecto, que está haciendo algo, no es un mero acompañamiento. Por eso en muchas representaciones de músicos, tocando antaras, en las cerámicas prehispánicas por ejemplo, aparecen saliéndoles cactus de San Pedro.

—Toda esta perspectiva parece estar en un registro bastante distinto que el del “renacimiento psicodélico” actual, en la medida que este sólo atiende a los aspectos farmacológicos, moleculares, aislados, y abordado por terapias focales o individuales por ejemplo. ¿Cómo lo ves vos?

—Coincido en que está muy centrado en eso. Pero en estos temas una trampa son las opciones infernales: el bien o el mal. Nosotros también somos eso. No somos yanomamis. Tenemos un cerebro, con una química, una individualidad, una mente. Hay algo concreto ahí. A mí me parece bien que haya un renacimiento psicodélico. Lo único que me parece preocupante es la captura de esto por las farmacéuticas. Y los controles sobre el cuerpo, en nuestras propias lógicas. Hay que pensarlo con lógicas nuestras. Que no sea un devenir de captura por una fórmula y un acceso que solamente es para quien pueda pagarlo. Y la maravilla de muchas de estas plantas es que son fáciles de criar y cultivar. Tabaco, cannabis, chamico. ¡Son plantas malezoides! Crecían en las tumbas, por eso se las vinculaba a los antiguos. ¡Los hongos! Los floripondios, que crecen en el patio de las abuelas. Eso es terrible para un Estado o un privado que quiere tener el control del acceso y el conocimiento de cómo consumirlas.

Como fueron las discusiones del aborto: la gente sigue haciéndolo, el tema es que no se hagan mal. Entonces, si estamos jugando con las reglas de este juego o esta lógica, “el individuo”, “la libertad”, ok. ¡Entonces hay que ampliar las libertades! Como la del autocultivo, o la del acceso a información, o la educación de calidad que no sea minoritaria. Lo triste es que nos hemos quedado sin tradiciones. Las tradiciones que ahora tenemos son leyes.

—¿Te parece que son irremediables esas pérdidas, la de estos acervos bioculturales?

—Esperemos que no. Todo territorio tiene un conocimiento, una memoria y un vínculo con este tipo de plantas. Sea el territorio corporal o geográfico. Hay saberes e intereses que desaparecen por un tiempo, pero que vuelven a reactivarse. Europa y occidente también tenían hasta ayer su tradición de brujería, hechicería, herboristería. No hay que irse muy lejos, no hace falta viajar al norte de África para aprender de las plantas. Estas técnicas son maquinarias del deseo. Se produce algo porque uno desea que suceda algo. Más allá de poder controlarlo o no. Que algo aparezca, acontezca. Esas tecnologías del deseo pueden aparecer re-escritas de otra forma ¿por qué? porque en cierto territorio son necesarias. No son sólo datos anecdóticos. Hay algo que se reactiva.

—¿Esa lección nos da la arqueología?

—La arqueología entre otras cosas permite esto: desnaturalizar el “siempre fue así”. “Los humanos con las plantas psicoactivas siempre hicieron tal cosa…”, pero la evidencia muestra otras cosas. Y aquí en estas tierras están los registros más antiguos de Sudamérica, no hay que olvidar eso, aún hoy en el noroeste argentino uno camina y va pateando pipas. ¿Y cómo eso no va a tener una suerte de reactivación?

“Es curioso que en Chavin de Huantar haya grupos de investigadores de Stanford (EEUU), y de universidades prestigiosas del Perú, pero fuimos nosotros, gente del cono sur, ¡del culo del mundo! de estos territorios (Javier Echeverría de Chile, y yo) quienes fuimos e hicimos los análisis que nos dieron positivo en bufotenina y nicotiana, alcaloides psicoactivos”.

Luego, sí, que un anciano indígena muera, es como que se queme una biblioteca entera. Sin embargo, nosotros solos no podemos, la planta sola no puede. Es con el encuentro. Es tan terrible que se quemen cocales enteros, en la “lucha contra el narcotráfico”, como que se mueran cientos de abuelos sabios por COVID-19 y la mala gestión de la pandemia.

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Tubo de hueso de ave, galería 3, Chavín de Huántar. Foto: Giuseppe Alva, Programa arqueológico Chavín de Huántar, Dir. J. Rick (Universidad de Stanford, EE. UU)

—Volvemos al punto en el cual lo que importa es la relación.

—Por eso hay relaciones con plantas como el tabaco que, en sociedades chamánicas, es sagrada, curativa, y en sociedades como la nuestra, de exceso y consumismo, lleva a la muerte. En los Andes se habla de “los vuelcos”: se puede volcar hacia la buena suerte, la vitalidad, la sociabilidad, que genera fortuna, abundancia en las cosechas y las chacras; o te podes ir para el costado enfermo, asocial, aislado, individual, de cortar todo vínculo. Todos los vivientes: plantas, animales, humanos, tenemos esas posibilidades.

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Aerófono, Pucara de Tilcara, segundo milenio (d.C) Museo Eduardo Casanova (FFyL-UBA.

—Mencionabas la discontinuidad en el registro del uso del cebil, siendo una medicina tan fundacional de las sociedades sudamericanas ¿Por qué creés que la wachuma tuvo otro derrotero?

—En verdad los registros arqueológicos de wachuma son bastante escasos. Hay iconográficos, súper claros, como el de Chavín. Pero lo iconográfico siempre es una virtualidad, puede ser o no ser. Lo difícil es el registro material, la evidencia directa.

Wachuma es un líquido que se bebe. Y por lo general en la búsqueda del relacionamiento con este tipo de plantas, se muestrean artefactos que parecen especializados para ese consumo. Ahora, si vos tenés un cuenco u olla, y buscas sopa o chicha de maíz, no vas a encontrar la mescalina de un preparado de wachuma. Hay poco registro arqueológico porque hay poca búsqueda y poco ajuste de las técnicas. Pero sí se ve la continuidad del curanderismo norteño.

En cuanto a la vilca o cebil, tiene mucho más uso del que pareciera. Hay que ajustar el olfato para seguir la huella. En el caso de la wachuma: respecto del registro arqueológico. Para el uso de cebil: respecto de los usos modernos o contemporáneos.

Hay un uso muy antiguo de psicoactivos con las primeras pipas. Ese uso se continúa con el complejo del rapé, que involucra tabletas, inhaladores, sopladores, y que incluye también enemas, en periodos tardíos pre-incaicos. Llegan los Incas y parece que se acabó la joda. Como si el Estado, o los imperios expansivos, y las drogas no pudiesen convivir. Se dice esto de que el inca era más de la chicha, como inebriante —o embriagante—, según modelos de poder jerárquico redistributivo. Sin embargo en las últimas investigaciones se ha visto que en esa chicha iban semillas de chamico. Es que Roma, y su uso del alcohol, era el modelo para interpretar al imperio del Tawantisuyo, un modelo “más civilizado”. Pero el chamico… es bastante duro. Y se usa para machar, para emborrachar a los cerros. Otra vez el comensalismo cosmológico.

Bueno, todos aquellos supuestos están comenzando a caer, sea porque se está empezando a preguntar mejor, o porque estas plantas están queriendo mostrarse, marcar su presencia. Entonces, estas plantas están presentes desde los orígenes de la agricultura, en la conformación de los Estados, en la expansión de los imperios, y también en la colonia. En los momentos sociales y económicos críticos. La vilca en las revueltas sociales del sur de los Andes; el yagé en la fiebre del caucho del siglo pasado. El Khuru, en principio raíces de plantas silvestres, una de las referencias es que se le puso a la chicha, en un contexto de alzamiento en los Valles Calchaquíes, cuando estaban por salir a guerrear contra los conquistadores. Plantas que se usan también en momentos de resistencia y de lucha. Que sostienen sociedades que entran en conflicto y tienen que movilizarse.

Vasija de cultura Chavin (1200-600 a.C) de Perú. “Muestra a jaguar agazapado entre columnas del cacto San Pedro” (en Plantas de los Dioses, A. Hofmann y R.E. Schultes)
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ARQUEOBOTÁNICA CEBIL KHURU PIPAS RAPÉ
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