[Frases del capítulo anterior]
“-Estuvo bien el narrador, al final.
-¿Por?
-Y, porque nos hizo conocer.
Sofía sonríe, y Nelson la besa. Cuando Nelson quiere sacarle la remera, Sofía, instintivamente, le quita la mano.
-¿Pasa algo? -dice Nelson.
-No, es que…no sé. Siempre me da vergüenza las primeras veces. Soy medio insegura.
-¿Querés que apague la luz?
Sofía asiente con la cabeza. Nelson se para y la apaga. Vuelve a la cama y le besa el cuello mientras le desprende el corpiño. Le saca la ropa con suavidad y la mira de reojo. Un rayo de luz de luna se proyecta sobre su cuerpo.
-Sos hermosa -le dice.”
“Nelson apoya los cafés en la mesada y acerca una silla para que Sofía se siente. Desayunan en silencio.
-¿Qué es lo que más te gusta de la cuarentena? -pregunta Sofía de repente.
-El silencio -responde Nelson-. ¿Y a vos?
-Vos -dice Sofía, y larga una carcajada-. No, mentira. El silencio también.”
“Nelson sonríe y va hacia el living. Vuelve con unos parlantes chiquitos. Los conecta y pone un disco de jazz.
Sofía se para y lo abraza por la espalda. Nelson gira y la besa. Apoya la mano en su espalda y empiezan a bailar. Bailan por unos treinta segundos, hasta que Sofía se larga a reír furiosamente.
-Perdón, no puedo más -dice.
Nelson intenta contener la risa, pero no puede. Se levanta y apaga la música.
-Nos estaba saliendo bien -dice.
-Sí, la concha de tu madre. ¿Qué necesidad tenías de sacarme a bailar jazz? Re snob, hijo de puta -dice Sofía con la voz entrecortada por la risa.”
“-Sos muy buen actor.
-Y sí, por algo somos personajes de cuentos, ¿no? De cuentos de mierda.
-Bueno, ya está. Me da un poco de pena ya el narrador, pobre -dice Sofía, que se sigue riendo.
-¿Qué pena? Su cuento debería darle pena. Yo quiero salir en un cuento lindo, sincero, real. No en esta mierda. ¡Bajá, si tenés huevos! -grita Nelson, y le pega un puñete a la mesada.
-Dejá, boludo, mirá si baja en serio.
-¡Que baje! Somos dos contra uno -dice Nelson, y vuelve a reír.
-Basta, me cansaron -digo yo, y Nelson y Sofía se callan.
Siempre quise saber cómo se escucharía mi voz en un cuento propio. Se escucha tal como lo imaginaba: como un eco celestial. Miro la pantalla y salto hacia ella. Caigo con estrépito en la cocina. Nelson y Sofía están agarrados de las manos, y me miran con pánico.”
—
-¿Qué les pasa, pelotudos? –grito.
Nelson y Sofía no responden. Aquiles, en cambio, me ladra. Pego un vistazo rápido del ambiente. Los colores, la disposición de los muebles y la decoración son tal cual los imaginé cuando los escribí. Esto me genera satisfacción, a pesar de que no era tan difícil: después de todo, imaginé la historia en mi propia casa, la noche en la que descubrí la forma de sentarme en la ventana para leer. Pero mi enojo y mi excitación son más fuertes que mi asombro.
-Ah, ahora no hablan –digo.
-¿Qué onda? ¿Cómo hiciste para bajar? –dice Sofía.
-No importa.
-Es que nunca me pasó esto. Nunca vi que pasara.
-Yo tampoco. Será que me pudrieron hablando giladas.
-Bueno, loco, aguantá –dice Nelson-. Estábamos jodiendo.
-Sí, pelotudo, pero me cagaron el cuento.
-¿Qué cuento, gil? Te lo mejoramos.
-Es verdad –dice Sofía-. ¿Qué te pensás, que alguien hubiera seguido leyendo esa historia pedorra que estabas haciendo? Por algo fue el cuento con más me gustas de los que publicaste en la Mate.
-Igual la mitad de esos me gusta eran amigos o familiares, boluda.
-¿Cómo mierda saben lo de los me gustas? ¿Cómo saben que existe la Mate? –pregunto.
-Y si vos saltaste adentro de la historia, pelotudo –me dice Sofía-. ¿Te pensás que ustedes nomás tienen poderes?
Aquiles me sigue ladrando, y mi sensación de poder merma. Vuelvo a mirar a mi alrededor y siento que sé mucho menos de lo que creía. Estoy en mi casa, pero no me siento en casa. Es un mundo distinto con lógicas distintas y que no entiendo. Y son dos contra uno.
-¿Toda la segunda parte me estaban bolaseando?
-Sí.
-¿Y cuándo se pusieron de acuerdo? Yo no escuché nada.
-En la elipsis, boludo, jajaja –dice Nelson-.
-Claro, tardé como tres días en empezar la segunda parte. Les di tiempo hasta para ensayar.
-No funciona así –dice Sofía-. Vos no empezaste la segunda parte donde había terminado la primera. “Nelson y Sofía siguen juntos. Ya no están sentados en la ventana. Ahora están acostados en la cama, fumando y hablando.” Así empezaste. Ahí creaste una elipsis. Es como un huequito donde podemos escabullirnos.
Su seguridad me abruma. La tienen tan clara que me cuesta creer que los creé yo.
-Bueno, ya fue, loco. Todo bien.
-Sí, ya fue –dice Nelson-. Perdón si te molestó. Queríamos divertirnos un rato nomás.
-Nosotros tampoco sabíamos que nos escuchabas –agrega Sofía-. Fue con la mejor.
-De una. Perdón yo por haber entrado con tanta agresividad. Ya se me pasó.
Me acerco y le doy la mano a Nelson. Sofía me acaricia levemente la espalda.
-Sí, además ya fue, es re interesante todo esto –dice Sofía-. Nunca había hablado con un narrador. Menos con el de mi propio cuento.
-De una –digo-. Tomemos unos mates, si quieren. Caliento el agua.
-Dejá, yo la caliento. Es mi casa –dice Nelson, y nos reímos.
Nelson se da vuelta y agarra la pava. Yo saco una botella de la colección de botellas de Coca Cola y lo golpeo en la nuca. Nelson cae y se golpea la cabeza contra el horno.-¿Qué hacés, hijo de puta? -me grita Sofía, y se abalanza contra mí. La empujo y voy hasta la mesada. Agarro un cuchillo de los tramontina y me doy vuelta. Nelson está tumbado en el piso, y Sofía corre a socorrerlo.
-¿Se creían que son los únicos que pueden fingir? Ahora se van a dejar de joder y me van a escuchar. ¿Ustedes se piensan que pueden faltarme el respeto en mi propio cuento? Están muy equivocados.
Nelson recobra el sentido de a poco. Le chorrea un hilito de sangre que Sofía intenta secar con sus labios. Aquiles está ladrando de nuevo
-Ustedes se creen que saben lo que pienso. Pero no es así. Yo controlo lo que ustedes piensan. Una cosa es saber y otra cosa es controlar. ¡Cállenlo al perro de mierda ese!
Sofía me mira, temblando, y estira la mano para abrazar a Aquiles. Tiene una mano blanca y suave, y lo acaricia delicadamente. Es una belleza, pienso, el movimiento de su mano, y me doy cuenta de que yo también estoy temblando.
-Ustedes están acá porque yo quiero. Y yo estoy acá porque yo quiero. Y todo lo que pasa acá es porque yo quiero. A vos, pendejo de mierda -digo, y vuelvo a mirar a Nelson a los ojos-, si quiero, puedo convertirte en cualquier otra cosa.
Miro el cuchillo entre mis manos. Lo giro para jugar visualmente con el brillo del filo.
-A ver…ahora van a ser Madame Bovary y el novio.
Nelson se incorpora y besa la mano de Sofía, que responde llevándose la otra mano a la frente.
-¿Le ha ocurrido alguna vez -dice Nelson-, señorita Emma, encontrar en un libro una idea vaga que se ha tenido, alguna imagen oscura que vuelve de lejos, y como la exposición completa de su sentimiento más sutil?
-¡Sí, me ha sucedido! -responde Sofía-.
-Por eso me gustan sobre todo los poetas. Encuentro que los versos son más tiernos que la prosa, y que consiguen mucho mejor hacer llorar.
-Sin embargo, cansan a la larga. Ahora, al contrario, me gustan las historias que se siguen de un tirón, donde hay miedo. Detesto los héroes vulgares y los sentimientos moderados, como los que se encuentran en la realidad…
-Bueno, ya está -lo interrumpo-. Ya entendimos.
Nelson me mira con terror.
-¿Vieron quién manda? ¿Vieron que tienen que portarse bien? -digo con una sonrisa.
-Yo ahora quiero ser Mafalda -dice Sofía-. ¿O historieta no se puede?
No puedo evitar soltar una carcajada. Me río de mis propios chistes, pienso. Y no sé si es ese momento de debilidad, si es Nelson que se tira encima mío o si es el perro de mierda ese que sigue ladrando, no sé por qué carajo no puedo controlar al perro, que me caigo y suelto el cuchillo. Me golpeo la nariz y el golpe me hace estornudar dos o tres veces seguidas, y cuando me quiero dar cuenta son los dos que están encima mío, y el perro ladra, y Sofía me tiene agarrado del cuello, y Nelson me mira y se ríe y me tira un gallo, y el perro ladra, y Sofía agarra el cuchillo y me lo clava en la garganta.
-Lo mataste.
-Lo mataste.
-¿Qué hacemos ahora?
-No lo puedo creer.
-Y qué querías que haga, estaba loco, si no lo mataba nos iba a matar él o nos iba a seguir torturando.
-No sé qué hacer. Es re loco esto.
-Igual me gustó ser Madame Bovary, en realidad no sé si era tanto una tortura.
-Vos estás re loca, jajaja. Posta, sos una limada.
-¿Para qué lo querés?
-Qué sé yo, para…no sé, vamos a comer algo. O no sé. Estoy como en shock.
-Y eso que vos no mataste a nadie.
-Es lo mismo.
-¿Qué vamos a hacer ahora?
-Vení, Aquiles, vení, pobrecito.
-No sé cuándo va a terminar la historia, ahora.
-Cuando queramos. O nunca. ¿Viste que no hay más narrador?
-Y sí, boluda, si lo mataste, jajaja.
-Bueno, sí, ya sé. Pero es cualquiera igual. Es como que queda re vacío todo.
-Eeeeeeco eeeeeeeeco eeeeeeeco.
-Jaja, qué pajero.
-Ya fue, no sé qué decirte. Probemos decidir terminar la historia, y si termina, termina, chau, ni nos vimos.
-¿Y si no termina?
-Qué sé yo. Viviremos hasta que pase algo. O infinitamente.
-Qué horror.
-Sí, horrible.
-Bueno, pero probemos otro día. Quiero ver qué onda primero. Vamos a comer algo.
-En un rato. No tengo hambre. Primero quiero salir a la calle.
-¿Para?
-Qué sé yo. Capaz pasa algo. Hace un montón que no salimos, además.
-Y bueno, dale.
-Qué linda es la ciudad vacía.
-Sí, algo estamos haciendo mal.
-¿Por qué?
-No, como humanidad, digo.
-Ah, sí. Todo.
-Mirá, ahí.
-Pobrecito, se lastimó un ala.
-Vení, bebé, vení.
-Si lo tenemos por unos días, capaz se recupera.
-Vas a volver a volar, ¿sí? Un pichón que no aprende a volar es un desperdicio de alas.
-Jaja, qué dicho de mierda.
-Callate, gil.
-Capaz que termina bien acá. El pichón, la ciudad vacía. Nuestro vínculo ahí, en construcción. Capaz hasta nos terminamos enamorando en serio. Final abierto.
-Ni en pedo. Qué me importa si el final queda bien. Estamos haciendo la nuestra. Somos libres.
-Terriblemente libres. Ahí, mejor todavía. Repitiendo el título.