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Terriblemente libres (Capítulo 1)

Guillermo Casañas
Los días pasan y la cuarentena se extiende. Ya te cansaste de ver series, te aburriste de hacer videollamadas y estás pensando seriamente en ponerte a estudiar de una vez por todas. ¡No te preocupes! La Mate acude en tu rescate con una historia llena de amor heterosexual, humor, poesía y metaficción. Y la vamos a ir repartiendo de a pedacitos, como los viejos folletines. Disfrutá la primera entrega de “Terriblemente libres”, un cuento de Octavio Gallo. 

Nelson está contento porque encontró una forma sencilla y efectiva de leer de noche en su ventana. Sólo tiene que conectar el velador en el enchufe que está abajo, y subirlo a la ventana junto con los puchos, el encendedor, el cenicero y la botella de agua. Entonces se sienta, apoya la espalda en el marco y acomoda bien todo para poder estirar las piernas. Le gusta sentir que está afuera y adentro a la vez, y necesita el vientito fresco de las noches de marzo para contrarrestar el encierro.

La calle está vacía. Cada tanto pasa un auto o una moto. Hay silencios más silenciosos que otros: Nelson, como todos, recién ahora está experimentando el silencio total de una sociedad en cuarentena. Lo saborea unos minutos y se pone a leer.

-Hola -le gritan desde la calle.

Nelson se sobresalta. Hay una chica con un perrito, mirándolo.

-Hola -contesta.

-¿Cómo te llamás?

-Nelson.

-Yo me llamo Sofía.

-¿Estás paseando el perro? -dice Nelson después de unos segundos, e inmediatamente se da cuenta de que es una pregunta obvia.

-No, él me está paseando a mí.

-Jaja. Sí, es una buena excusa.

-Tenía ganas de salir. Me había olvidado un poco cómo era hablar con gente.

-Yo también.

Los dos callan por unos segundos, y Nelson se pregunta si esto hubiera pasado antes, cuando la vida era normal.

-¿Qué estás leyendo?

-Cuentos. De Raymond Carver, un escritor estadounidense.

-No lo conozco.

-Están buenos.

-¿De qué tratan?

-Son todas historias mínimas de gente deprimida o hastiada. Pero no te cuenta la historia de los personajes de principio a fin. Te muestra una escena cotidiana, nomás. Como si prendieran una cámara ahora y grabaran toda esta conversación, pero no sabés nada de la vida tuya o mía. O casi nada.

-Qué interesante. A mí me gusta más la poesía, igual.

-¿Sí?

-Sí. Iluminar un detalle.

-Qué lindo.

Nelson mira hacia el interior de su pieza. Hay pilas y pilas de ropa sobre la cama.

-Bueno, Nelson, me voy. Buenas noches.

-Chau, que estés bien.

Sofía se aleja con el perrito. Nelson se queda mirándola. Ojalá pueda ver donde vive, piensa. Pero Sofía dobla por Salta y se pierde de vista.

Vuelve a retomar la lectura. El personaje del cuento enciende un cigarrillo atrás de otro, y le dan ganas de fumar a él también. Después de dar una vuelta por el bosque, se vuelve a encontrar con su novia, o su esposa. “¿Lo has decidido ya?”, pregunta ella. Pero él no responde. “Harry, tenemos que amarnos. Lo que tendremos que hacer es sólo amarnos”, le dice ella.


La noche siguiente, Nelson lee poesía en la ventana.

-Hola, Nelson -le grita Sofía desde la calle.

-Hola, Sofi. ¿Cómo estás?

-Bien.

-¿Cómo está tu perrito?

-Bien, también -dice Sofía, y ríe-. Creo que le gusta la cuarentena. Estoy todo el día con él.

-¿Cómo se llama?

-Aquiles.

-Hola Aquiles -dice Nelson. El perro lo mira y para las orejas-. ¿Tiene raza?

-No, es callejero. Lo encontré a la vera de la ruta, yendo para Monte Vera. Casi en la curva de los telos, viste esa curva.

-Uh, sí. Re lejos.

-Pobrecito. Estaba un poco lastimado. Ahora ya se curó.

Una moto de Rappi pasa a toda velocidad. El conductor los mira de reojo.

Ilustración de Guillermo Casañas

-Me gustó hablar con vos ayer -dice Sofía.

-A mí también.

-¿Qué estás leyendo ahora?

-Inchauspe.

-Ay, me encanta. Es tan solitario y nocturno…pero los demás lo sobreactúan. Él no.

Nelson recién ahí la mira directo a los ojos, por primera vez.

-Sí. Y es muy para ahora. “Suave es caer en la habitación / cuando hemos dejado atrás / esta acumulación crujiente de horas /quemadas para vivir. Suave la presencia de los muebles / la línea de tu nuca acompañando / la inclinación de tu cabeza sobre el libro. / Suave el fondo de mar de tus ojos. / Y más suave la hora —en que ya cansado / pero terriblemente libre— / enciendo
la lámpara que apagaré muy tarde”.

-Lo podrías haber escrito vos -dice Sofía, que recién ahora lo mira directo a los ojos, por primera vez-. Niño Lámpara.

Nelson ríe. Aquiles empieza a tironear de la correa.

-Bueno, Aquiles se quiere ir. Hasta mañana.

-Un beso -dice Nelson, y se la queda mirando hasta que dobla.

La noche siguiente, Nelson está sentado en la ventana con una caja.

-Hola, Nel -le dice Sofía.

-Hola Sofi.

-¿Cómo estás?

-Bien. Disfrutando el vientito. Y esperándote a vos.

Sofía mira al piso. Nelson nota que tiene los labios pintados.

-¿Qué es esa caja?

-Son mis tesoros. Los tesoros de la ciudad.

-¿Y cómo sería eso?

-Son cosas que fui encontrando en la calle. Si vas atento, encontrás muchas cosas.

-Eso es verdad. Yo una vez me encontré una pierna ortopédica.

Nelson la mira extrañado.

-¿En serio?

-Jaja, no, era un chiste.

-Qué boba.

-¿Y qué cosas hay?

-De todo. Muñequitos, una carta, páginas arrancadas de libros, casettes, una llanta. Y fotos. Esas son mis favoritas. Una está encuadrada y todo.

Nelson levanta la foto encuadrada.

-Ay, no alcanzo a ver desde acá -dice Sofía-. Las quiero ver desde cerca.

Acto seguido, pega un salto y empieza a flotar en el aire. Se eleva dando brazadas y llega a la ventana. Suelta al perro en el balcón y se sienta al lado de Nelson, que la mira extrañado.

-Eso fue mucho, ¿no? -dice Nelson.

-¿Qué cosa?

-Eso, que puedas volar.

-Sí, ¿no? Fue medio innecesario.

-Se está yendo al carajo el narrador, me parece.

Sofía pega una carcajada larga, que retumba en las paredes de la ciudad vacía.

-Ay, sí. Creí que era sólo yo. No me animaba a decir nada.

-Yo tampoco, pero lo de hoy ya fue patético.

-Posta. ¿Los tesoros de la ciudad? ¿Qué mierda es eso?

Nelson estaba por prenderse un cigarrillo, pero larga una risa tan fuerte que el cigarrillo vuela por los aires. Aquiles lo agarra y se lo devuelve.

-¿Qué mierda? El perro me…me devolvió…el perro devuelve los puchos – exclama Nelson, casi sin poder hablar.

-Ay, boludo, te reís re divertido jajaja.

-Sí, es que…estoy…-sigue riendo Nelson.

-¡Estás llorando! -grita Sofía, y también se empieza a reír.

Ninguno puede contener la risa. Después de un ratito, se calman.

-Ay, qué gracioso -dice Sofía.

-Yo estaba por decir algo -dice Nelson, y parece que se va a empezar a reír de nuevo, pero logra contenerse.

-Estábamos hablando de la caja.

-Ah, sí. ¡El loco salía con una caja a la ventana! Re incómodo. Yo te juro que me daba vergüenza ya.

Sofía se vuelve a reír.

-No sé, para mí la idea estaba buena, pero fue derrapando.

-Qué idea, boluda. Quería robar con la cuarentena nomás, como todo el mundo. El tipo leyendo en el balcón y la mina que le habla desde afuera y se van enamorando. Es como Rapunzel pero al revés.

-Y con perro.

-Y con perro.

-¿Y el chiste de la pierna ortopédica?

Nelson vuelve a explotar de risa.

-Ese estuvo bueno -responde, cuando logra dejar de reírse.

La noche sigue oscura y silenciosa frente a sus ojos.

-Ya fue, boludo -dice Nelson.

-¿Qué oscura, además? Si están las luces prendidas, estamos en pleno centro

#AMORHETEROSEXUAL #CUARENTENA #FLASHEADAS #LITERATURA

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