“El veneno está adentro.
Adentro de lo que comés
de la tierra donde crece
de los arroyos que la surcan
del río y de los peces
de tu cuerpo y del mío.
El veneno está adentro
del poder que sostiene
que el alimento se cultiva con veneno”
*Texto del folleto entregado durante la intervención.
Hace más o menos un mes comenzaron a circular por las redes una serie de flyers con una propuesta innovadora y diferente que, a decir verdad, nos intrigó a varies. Al toque empezó a correr el rumor por varios espacios: la Cooperativa Cultural Antílope invitaba a la comunidad a formar parte de un laboratorio intensivo de activismo hacker, ahora mismo, seguramente algunes se pregunten de qué tipo de hacking se trata. La movida puso de manifiesto un quiebre del estereotipo cyberpunk de hacker que anida en el sentido común. Este laboratorio proponía el acto de hackear como la capacidad de descubrir las debilidades de un sistema, para poder modificarlo y hacer que funcione de una forma distinta a la forma para la que fue diseñado.
La cosa arrancó con una doble conferencia de la investigadora Cora Gamarnik sobre Fotografía y Conflicto Social, siguió con dos talleres que se dictaron en simultáneo, uno sobre activismo performático y otro sobre activismo visual, y terminó con una intervención en el peaje del túnel subfluvial en la que confluyó el trabajo realizado en ambos talleres, con el objetivo final de visibilizar una problemática que tenemos demasiado asumida: “El veneno está adentro”… de lo que comemos.
Y la metáfora no tranquiliza, al contrario, interpela. Eso, que te llevas todos los días a la boca sin dubitaciones, es veneno, sí. Glifosato, agrotóxicos, fumigaciones aéreas, transgénicos y por consiguiente mutaciones, muertes, enfermedades a la carta y glifosato en sangre asegurado para todes.
La ecuación planteada cierra por todos lados. Por un lado la apuesta performática, que nos permite pensar el cuerpo como un campo de batalla que se da en el espacio público y rompe con la circulación de lo establecido normativamente. Por otro, la puesta en circulación del registro de esa performance, que marca una agenda, visibiliza conflictos de una forma alternativa y pone en evidencia la existencia de otras narrativas, tanto visuales como corporales, que nos ayudan a construir el relato temporo-espacial de nuestro devenir.
El contexto de crisis civilizatoria que atravesamos enmarca la experiencia de cientos de ciudadanes que desde hace tiempo asaltan las calles para performar acciones colectivas, con fuerte contenido teatral y a la vez político. Hay una certeza sobre la mesa y es que una realidad desbordada necesita alternativas que construyan su relato. De paso, quien escribe avisa que participó del taller de activismo performático facilitado por la directora y actriz Nadia Grandón, en la Escuela del Bardo.
La cita fue a las 17 y se extendió durante casi cuatro horas de trabajo corporal intensivo, mezclado con reflexiones grupales acerca de cuáles son las potencialidades que asumen estos gestos performáticos o cuando una acción puede ser considerada una performance. Cabe preguntarnos también ¿qué significa que la protesta sea asumida bajo un criterio performático? La complejidad del debate fue aumentando a medida que fuimos entrando en confianza. Claramente no arribamos a una única respuesta y de hecho nos fuimos a nuestras casas con más incertidumbres que certezas.
Lo más sabroso del taller fue el final. Nos dividimos en dos grupos y debatimos sobre características de Paraná en general y de la zona conocida como 5 Esquinas en particular. Luego cada grupo pensó una performance que resuma ese debate; tenía que ser corta, concisa y simple, bien clara. Luego de haberlas llevado a cabo fuimos conscientes de algunos elementos que entran en juego a la hora de estar poniendo el cuerpo en el espacio, literal. Fue indispensable la concentración y se hizo indisimulable cierta incomodidad, generada por uno o dos autos que avanzaron sin piedad a escasos metros del ensayo que hicimos antes de la intervención que sería en los peajes del Túnel Subfluvial.
A la mañana siguiente comenzó el juego. Vestides de negro, con un barbijo en la boca y una naranja en mano encaramos caminando a la Terminal de colectivos de Paraná para embarcarnos en la primer etapa de la intervención, que era en el Etacer. La consigna era entreverarnos entre les pasajeres mostrando la fruta y ante cualquier consulta que hicieran, sólo podíamos contestar una frase: el veneno está adentro.
El chofer nos bajó un poco antes del peaje ubicado en la entrada al Túnel Subfluvial. Ahí nos esperaba el grupo de asistentes al taller de activismo fotográfico junto a algunes periodistas y un par de guardias de seguridad que morían por saber qué iba a suceder con toda esa gente. La performance continuó con una secuencia de figuras estáticas en la que entraba en juego la disposición de nuestros cuerpos, que tenían como protagonista la naranja envenenada.
La Mate conversó con Eliana, una de las performers, para que nos cuente lo que sintió durante la intervención: “Traté de escuchar lo mínimo e indispensable del contexto: transeúntes, fotógrafos, autos, el drone que filmaba, escuché al pasar lo que le decían por handy al guardia: ‘¿Qué son? ¿Activistas? ¡Llama a la 14!’. Todas estas son interferencias que tenés que tener en cuenta en el espacio público al mismo tiempo que llevas adelante la acción. Sentís muchísimas cosas, tenes que conectar con la fruta envenenada y la intoxicación, para que un otre lo sienta también.”
También nos comunicamos con Alejandra, una de las asistentes al taller de registro visual: “Participar de la actividad Hackear la Calle me brindó la posibilidad de experimentar el activismo visual desde otra perspectiva, desde el trabajo colectivo. Un recurso alternativo que invita a correrse del individualismo por un rato y permite abrir el juego a nuevos relatos a través de múltiples y diversas miradas, dispuestas a ampliar y enriquecer el registro a la hora de salir a intervenir los espacios.”
Como vemos, hay una sensación de satisfacción por formar parte de la intervención que está cruzada de tensiones, incertidumbre y, sin duda, exposición del propio cuerpo de quienes participamos de la experiencia.
Queda manifiesta la necesidad de espacios de construcción colectiva, comunitaria y territorializada de políticas que motoricen luchas locales, que interpelen y que inviten a la reflexión de lo que nos es cotidiano, a través de la ruptura.