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Contrafestejar para no olvidar

En la ciudad de Paraná hace ya 17 años que la fecha del 12 de octubre, actualmente denominada como el Día del Respeto a la Diversidad Cultural, se torna pretexto para recordar que nuestra nación Argentina fue fundada sobre el genocidio perpetuado sobre los pueblos nativos y el sacrificio de les africanes traídes como esclaves a América. Pretexto para recordar de dónde venimos, para volver a nuestros orígenes.

Pretexto para contrafestejar, porque la historia oficial no ha hecho más que invisibilizar las huellas que llevamos en lo más profundo de nuestras raíces. Es por esto que en cada mes de octubre, el sonar de las lonjas resuena en las calles y el antiguo Barrio del Tambor se llena de danza y color, desentrañando así las raíces negras de nuestres antepasades.

Vestigios de la presencia negra a orillas del Paraná

En Argentina, se calcula que 300 mil fueron les esclaves que ingresaron por el puerto de Buenos Aires durante los siglos de la dominación española del Virreinato del Río de la Plata. Según el censo de 1824, en Paraná había alrededor de 500 afroamericanes frente una población total de 3.726 habitantes.

En 1822, el gobierno de Entre Ríos ratificó en la provincia las disposiciones de la Asamblea General del año 1813, entre las cuales se declaraba la llamada libertad de vientres, “prohibiendo el tráfico de esclavos en el territorio de la Unión y dando por libres a todos los que nacieron en él de la esclavatura existente”. En el mismo año se empezó a construir la Capilla Norte de la actual Iglesia San Miguel.

Es a partir de entonces que se conforma el Barrio San Miguel, sobre los terrenos que la Iglesia poseía. Los mismos estaban comprendidos de oeste a este entre las actuales calles Santa Fe y Salta y, de sur a norte, desde la arteria Carlos Gardel hasta el río, además de los terrenos circundantes a Alameda de la Federación. 

El cura Miguel Vidal donó al moreno Teodoro Romero una fracción de éstos terrenos. Esto permitió que, así como Romero, otres en situación de carencia trabajaran las tierras. La mayoría eran morenes y aún esclaves. Esto dio lugar a la formación de lo que fue el único asentamiento afro en Paraná, donde aquelles se instalaban una vez obtenida su libertad, trayendo consigo las costumbres y tradiciones propias de su lugar de procedencia.

El Barrio San Miguel era más conocido como Barrio del Candombe o Barrio del Tambor, debido a las fiestas que se celebraban todos los sábados, en las cuales les negres, esclaves y libertes, recorrían las calles bailando al son de los tambores y entonando canciones de su tierra natal.

Todo cambió a partir de 1832, cuando la gobernación de Pascual Echagüe vino a plantear un cambio urbanístico en la zona, significando un punto de inflexión para la población del Barrio del Tambor. Se dispuso la creación de la Plaza Alvear, se fijó la apertura de Alameda de la Federación, que comunicaría a la ciudad directamente con el puerto, y se fomentó la construcción de la Nueva Iglesia San Miguel. Todos estos sucesos implicaron una revalorización del sector y la Iglesia comenzó a vender los terrenos. Algunes negres lograron adquirirlos pero otres quedaron inmediatamente obligades a desplazarse hacia las barrancas, lo que significó una gran dispersión de la comunidad.

La llama de la memoria se enciende

En la ciudad de Paraná, cada 12 de octubre se realiza el Contrafestejo, un intento de propiciar la reflexión colectiva y de mantener viva la memoria de los pueblos originarios expropiados de sus tierras, como expropiades fueron les afrodescendientes. Se trata de contrafestejar, porque la historia oficial se ha encargado de soterrar todo aquello que no encajase con el modelo occidental. Contrafestejar para reivindicar derechos, como así también las luchas sociales a favor de la soberanía. Contrafestejar compartiendo los saberes heredados de nuestres ancestres y evocando aquellas llamadas de tambores, donde negres libertes y esclaves se juntaban a celebrar sus ceremonias.

Hoy, a 17 años de aquella iniciativa, cabe preguntarnos cómo fue que surgió, quiénes fueron les propulsores, cómo fue la organización de aquellos primeros años, cuáles habrán sido las sensaciones en juego

Todo comenzó alrededor del año 1999, cuando un grupo de jóvenes músiques de la ciudad de Paraná tuvo la iniciativa de adentrarse en el mundo del candombe afrouruguayo. Diego Sánchez, Pablo Suárez  y Judit de León comenzaron a juntarse periódicamente a estudiar. En aquél entonces, el material que había disponible era poco y no se sabía mucho sobre el candombe en la ciudad. Elles tenían un libro con los toques básicos escritos y una grabación de mala calidad. Tocaban con un zurdo, una conga y un bongo, ya que no tenían tambores de candombe. Así fue que comenzaron a juntarse a estudiar los toques y tratar de ensamblarlos.

En diálogo con la Mate, Pablo Suárez nos contó que para él fue muy fuerte enterarse que existía toda esa cultura negra tan cerca y tan poco conocida. Entusiasmado y con ganas de seguir adentrándose en el tema, Pablo tuvo la oportunidad de viajar por primera vez a Montevideo, cuna del candombe afrouruguayo.

Con la intención de recorrer la ciudad, un día se subió a un colectivo urbano sin saber a dónde lo llevaría. En un momento comenzó a escuchar unos tambores que sonaban atronadores. Saltó del asiento, miró por la ventanilla y vio que era una cuerda de 3 tambores. Inmediatamente se bajó del colectivo y comenzó a seguirlos, tratando que no notaran su presencia. Flasheadísimo, los siguió durante un montón de cuadras, hasta que se dieron cuenta y lo llamaron. Le preguntaron si le gustaba el candombe y enseguida lo invitaron a tocar. “Me acuerdo que yo tocaba el chico y el del repique también tocaba chico para ayudarme. El otro llevaba el piano, entonces hacíamos dos chicos y un piano. Toqué un montón de cuadras con ellos, para mí fue una maravilla total, no podía creer lo que me estaba pasando. Esa fue la primera experiencia que me marcó muchísimo”.

En ese mismo viaje, recorriendo Barrio Sur, antes de la llamada de La Dominguera, entró a la casa del Lobo Núñez, gran músico y luthier de tambores, perteneciente a una de las familias negras más antiguas del barrio. “Entré y me mezclé un poco entre los tamboreros, lo que también fue algo impresionante para mí. Se estaban tomando un vino antes de salir a tocar. Les dije que quería comprarme un tambor. Me ofrecieron uno que tenían a la venta, medio baqueteado, y lo compré”. Aquél fue el primer tambor de candombe que llegó a Paraná: un chico de La Dominguera pintado de amarillo. A partir de ese momento, el tambor pasó a formar parte de las reuniones de estudio de Diego, Pablo y Judit: ahora era el zurdo, la conga y el chico.

Más tarde llegaron el segundo y el tercer tambor y fue a partir de ahí que empezaron a tocar en algunos eventos, pero hubo uno en particular que fue clave. En diálogo con la Mate, Pablo nos comentó de una persona uruguaya residente en Paraná que se emocionó de escucharlos tocar candombe en una marcha del 24 de marzo. Inmediatamente ella les manifestó su intención de sumar energías para que eso siguiera creciendo. Así fue que les consiguió nada más ni nada menos que los pasajes y el alojamiento en Montevideo para 20 días, además de la participación en talleres de formación y un dinero para comprar tambores.

En la capital uruguaya tuvieron la posibilidad de tomar talleres de candombe con músicos de renombre. Recorrieron lugares emblemáticos de Montevideo y pudieron visitar a grandes referentes de su cultura. “Vimos cuerdas de tambores a montones. También tuvimos la posibilidad de salir tocando con la cuerda Sinfonía de Ansina, lo cual fue una experiencia sumamente emocionante, yo lagrimeaba mientras iba tocando”.

Durante el viaje compraron 10 tambores, con lo cual decidieron abrir en febrero del 2002 un taller en Paraná. La Escuela de Candombe, que llevó el nombre Nación Tambor, se proponía difundir y recuperar el candombe afrouruguayo como símbolo de resistencia a la dominación cultural. En un contexto de plena ebullición y, ante la sensación de hartazgo, primaba la necesidad de buscar otras formas más solidarias, más comunitarias. Urgía la necesidad de organizase con otres por fuera de las estructuras partidarias para salir de la crisis de manera colectiva.

Unos meses después, Pablo tuvo la oportunidad de volver a Montevideo, donde vio unos afiches con la difusión de una llamada de tambores que se hacía el 12 de octubre. “Eso me impactó y lo relacioné enseguida con nuestra historia, con todo el silencio que había en torno a lo afro y con la historia oficial que en esa época primaba totalmente. En aquél entonces había un discurso hegemónico mucho más fuerte que ahora”.

Pablo regresó a Paraná con la idea dando vueltas en su cabeza. No recuerda si por sugerencia de un amigo o por qué, se contactó con Lucrecia Brasseur, “Quequecha”, de Agmer. “Le comenté la idea y ella, que tiene una visión política súper comprometida, además de una polenta increíble y una sensibilidad muy grande, enseguida se entusiasmó. Levantó el teléfono y empezó a llamar a compañeres de otros gremios, de colegios profesionales y organizaciones sociales para pedir colaboración y adhesiones. Yo estaba atónito. Simplemente había tirado una inquietud y de pronto todo se estaba dando, había un montón de gente comprometida y entusiasmada. Ya estaba todo en marcha”.

Así fue que se organizó el primer Contrafestejo en el año 2002, con una amplia participación de trabajadorxs, estudiantes y profesionales. Como muestra de fin de los talleres anuales de la Escuela de Candombe Nación Tambor, se decidió hacer una llamada que recorriera el viejo Barrio del Tambor. La misma salió desde la esquina de calle Buenos Aires y Ecuador para culminar en el pasaje Baucis, donde esperaba un escenario con música en vivo. “Fue algo emocionante. La llamada de tambores en sí fue algo muy fuerte, muy potente, te diría que místico. Creo que muchos de nosotros, o por lo menos yo, estaba trance”.

En los años siguientes la idea fue madurando. Siempre se sostuvo la llamada de tambores y se fueron agregando diferentes convites musicales al final del recorrido en el pasaje Baucis. Desde un principio la idea fue incorporar aspectos de nuestra cultura mestiza, como el tango, el chamamé, el folklore y la chacarera. A partir de ahí también abrirse al resto de las expresiones latinoamericanas, como la capoeira, rumba, música peruana y colombiana, pero ante todo siempre asegurándose que hubiera representación de los pueblos originarios que pudieran mostrar y testimoniar su realidad.

A partir del 2009 la organización pasó a estar a cargo de la cuerda de tambores La Yaguarona. En el 2010, por primera vez el recorrido comenzó y terminó en la Plaza Alvear, como sucede en la actualidad. Si bien es cierto que el pasaje Baucis supo dar un clima especial a las noches cada vez más concurridas de aquellos primeros años, también manifestaba ciertos inconvenientes relacionados con la capacidad y la comodidad de la gente, que se incrementaba año a año. Con el tiempo se fueron sumando más personas a la organización, algunes han colaborado eventualmente, otres de manera más permanente, pero siempre apostando a la autogestión.

El carácter cíclico de la historia es innegable y actualmente el contexto del país no está lejos de parecerse a aquél que vio germinar la semilla del Contrafestejo. En tiempos de un negacionismo atroz, con un presidente que afirma sin más que en Sudamérica todos somos descendientes de europeos, entre tantas otras barrabasadas. En épocas donde se legitima la doctrina Chocobar y el gatillo fácil se recrudece. Con el fascismo recobrando el poder y la xenofobia no sólo haciéndose discurso, sino también volviéndose bandera, se vuelve imperioso recuperar los lazos comunitarios, recordar que existieron otros modos de relacionarse, por más sojuzgados que hayan sido. RESISTIR se torna urgente y, más aún, mantener viva la MEMORIA, en un intento desesperado de no volver a repetirla.

#CANDOMBE #CONTRACULTURA #CONTRAFESTEJO #CULTURAAFRO #RAICESAFROS

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