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Resistencia disidente en la dictadura

Por Paula Gonzálvez

Mujeres. Mujeres tortas. Mujeres tortas feministas y con pensamientos de izquierda liberadores. Mujeres tortas feministas con pensamientos de izquierda liberadores reunidas en secreto durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástica.

Hay lugares que nos pasan por desapercibidos porque no los tenemos incorporados en el registro interno. Lugares que no lograron un gran reconocimiento. Es decir: uno no pasa por enfrente de la ESMA como si diera lo mismo que pasar al lado del quiosco de Mengano. Pero, ¿cuántos centros clandestinos de detención de la dictadura del ‘76 todavía desconocemos? ¿Y cuántos centros que actuaron de resistencia se nos escapan a la conciencia? Y peor: ¡cuántas luchas quedaron invisibilizadas por el discurso heteropatriarcal lesbohomotransfóbico de la Historia Oficial!

Acá contaremos una historia. Sólo una. Una entre cientos que debemos obligarnos y obligar a las instituciones a encontrar: porque sus protagonistas siguen en el clóset, porque siguen siendo perseguides. Pero sobre todo porque entre les perdedorxs, están les perdedorxs de siempre. Entre todes les perseguides, están les que además fueron silenciades.

Actualmente la comunidad LGBTTIQ+ está consolidada, es fuerte, se amplifica y se representa como grupo político de derecho. Pero en los años más oscuros del país la situación difería un poco. Les disidentes sexuales en ese entonces habían nacido y se habían criado bajo el sesgo de la mirada médica y criminológica que afirmaba que los gays y lesbianas (porque representar al trans, bi, intersex, queer, y demás etiquetas era simplemente impensable) eran sujetos a corregir, curar, perseguir y finalmente eliminar. Se habían desarrollado en una época en la que revistas como El Caudillo publicaba las opiniones de López Rega -en ese entonces ministro de Bienestar Social de la Nación- que llamaba a “acabar con los homosexuales” y que representaba a las lesbianas como “bebedoras de hormonas masculinas” y “mujeres de pelo en pecho”. Se habían enamorado en un momento en que ese amor debía ser secreto y sin poder contar con un grupo político de apoyo, porque un término como ‘lesbiana’ no tenía la construcción discursiva y politicidad de una unión colectiva sino que refería solo a la individualidad.

El sótano de San Telmo

Sobre la calle San Lorenzo casi llegando a la esquina Defensa, al lado de un barcito, hay una puerta verde de esas que invitan a la imaginación a ir directo al siglo pasado. Ahí, hoy en día funciona un Pub-Pull con luces rojas internas y muchas imágenes del Che. La calle afuera sigue siendo de adoquines. No es muy difícil poder pensarnos parades allí mismo hace 40 años. Quizá una tela sepia nuble la imagen para que parezca más certera. Lo cierto es que esa puerta en medio de un pasaje, en medio de San Telmo, en medio de CABA con su montón de personas aceleradas, pasaba desapercibida.

Atravesando ese pedazo de madera, había un sótano. Un lugar con un entrepiso que sirvió de hogar para quienes debieron esconderse un tiempo, con una planta baja que albergó a decenas de mujeres lesbianas que querían un espacio para hablar, para sentirse recogidas en un grupo que las entendiera, que deseaban que su lugar de mujeres no quedara destinado a la miseria otorgada por el sistema de valores de la época. Por dentro el olor a humedad, por las constantes inundaciones, se entremezclaba con el nunca faltante humo de los cigarrillos.

Cada día que abría, por lo general un fin de semana, se discutía por la emancipación de la mujer y se criticaba a las instituciones como la familia con modalidades lúdicas, por ejemplo mediante el teatro de marionetas. Por dentro, un grupo de mujeres entre 35 y 40 años respira tranquilidad y se siente acompañado. Una de ellas vigila la puerta para avisar por cualquier posible intromisión de las fuerzas de seguridad. Si alguien preguntara, allí estaban haciendo astrología o se tiraban las cartas o se daban clases de teatro.

Quizá por fuera, alguna que otra vez, se escuchara a una joven Celeste Carballo cantando a viva voz. La historia no lo cuenta, pero algunas sobrevivientes del sótano aseguran que así sucedió, e inclusive afirman que ella estuvo en pareja con la líder del grupo feminista, Martha Ferro. Quizá ese lugar bajo el nivel de la calle contara como uno más entre los “underground” en los que se dice que Celeste solía cantar antes de ser reconocida con su primer disco en 1982.

Martha Ferro (1942-2011) se eleva entre esa decena de disidentes sexuales. Meses antes de que las fuerzas armadas tomaran el poder truncamente, ella decidió alquilar ese sótano por primera vez. Durante tres meses fue adoptado como centro de reunión de las mujeres del Partido Socialista de Trabajadores (PST), al que ella adhería. El PST era uno de los pocos partidos de la época que incorporó a su programa las reivindicaciones de liberación de mujeres que venían viento en popa en otros grupos políticos estadounidenses, albergados por la atmósfera de la segunda ola feminista.

Cumplido ese trimestre, y poco antes de la dictadura, se encontraron las militantes con un sótano revuelto por todas partes y con las imágenes de sus integrantes expuestas en filita sobre la mesa. La policía había ingresado y todas optaron por cerrar el lugar.

Martha se proclamaba como “karmática” (en reemplazo de lesbiana o de otros términos cargados por la clase alta, como “better”, o peyorativos, como “tortillera”). Cuando los integrantes del PST dejaron de ser un blanco fácil de persecución en 1978, debido a que los militares ya no vieron en ellos una potencia armada, ella decidió volver a alquilar el sótano y poner en funcionamiento un espacio que sirviera de unión entre sexualidad y política, sociabilidad y conciencia de clase.

Como todo pequeño mundo, la forma de ingresar era a través del boca en boca que viajaba por las calles, cunetas, bares, encuentros casuales, plazas. Así, las ‘tortas’, ‘machonas’, ‘camioneras’, las que ‘eran de la comunidad’, y la ‘gente como uno’ (otros eufemismos que se traslucían en las entrelíneas del feminismo para referirse a las lesbianas) de todas las clases sociales, fueron encontrando el sótano. Algunas llegaban buscando un espacio para pensarse como mujeres, otras encontrarse con mujeres que gustaban de mujeres, otras simplemente querían la oportunidad para identificarse con otra persona en su totalidad: cultural y sexualmente, y en toda su sensibilidad.

La actividad del sótano duró hasta los años ’80 y lentamente se disolvió. Junto a esa disolvencia, las mujeres volvieron a su lugar habitual desprestigiado. Pocas salieron del clóset. Y la historia del sótano de San Telmo quedó desdibujada para todes les que no fuimos integrantes de ella. Así hasta el 2014, cuando Valeria Flores pudo hablar con una militante que participaba en el sótano, Ely Lugo Cabral, y con la última pareja que tuvo Martha antes de fallecer, Adriana Carrasco. Recolectó esas memorias en un libro al que llamó “El sótano de San Telmo: una barricada proletaria para el deseo lésbico en los ‘70”. Pero con todo, pareciera que los prejuicios siguen imperando y que historias como estas siguen siendo ocultadas y metidas bajo la alfombra por la Historia Oficial, porque no solemos encontrarnos con un libro de este estilo por pura casualidad, sino que sólo con búsquedas específicas lo podemos hallar.

Esta fue una historia. Una. Una entre muchas otras escondidas. Como dice el libro casi al finalizar: “Esta historia es apenas una hilacha suelta que (re)construye aquella intensidad de la vida entre la violencia de Estado, la lucha trotskista, la liberación de las mujeres y la (in)decibilidad lésbica”.

#DICTADURA #DIVERSIDADSEXUAL #LGTBQ #RESISTENCIA

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