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¿Qué significa hablar de drogas con perspectiva de género?

Los estereotipos de género impactan en los usos de las drogas que hacen las mujeres e identidades feminizadas. Esta reflexión busca integrar una dimensión negada en las prácticas profesionales: la gestión de placeres.

Esta nota es producto de un rico intercambio que nos venimos dando desde el Colectivo de Reflexión sobre los Consumos acerca de lo invisible que resulta el uso de sustancias en forma recreativa y placentera en general, pero particularmente para las mujeres e identidades feminizadas (IF). Buceamos por textos clásicos sobre el placer y los usos de drogas, pero también por materiales de organizaciones sociales que en diversos lugares del mundo vienen pensando sobre los usos y sentidos que cada grupo social le va otorgando al consumo de sustancias psicoactivas desde una perspectiva de género.

Si en las sociedades patriarcales ya es conocida la elisión de la dimensión del placer por parte de las mujeres, no fue llamativo encontrarnos que en el campo de las drogas los usos recreativos sean descritos por voces varoniles. En paralelo, la hegemonía del paradigma prohibicionista respecto a las prácticas con sustancias psicoactivas, produce una preponderancia de las discusiones sobre la persecución, criminalización y estigmatización de quienes consumen drogas, lejos de propiciar el debate sobre los usos responsables y recreativos que se emprenden en todas partes del mundo, y desde hace muchos años atrás.

Según el modelo de reducción de daños en los usos de drogas, todo consumo presupone la presencia de riesgos, llevando estos implícitos desde la perspectiva de lxs consumidorxs la presencia de beneficios: efectos deseados cuando se consume, entre ellos el placer. Las personas entendidas como sujetxs de derechos son sujetxs capaces de decidir, asumir la responsabilidad de la acción y de sus consecuencias.

Compartimos que el concepto de riesgo da cuenta de un proceso socio-cultural regulado por las prácticas sociales, en el cual hay una diversidad de factores que se pueden experimentar: positivos/placenteros, riesgos/ peligros de sufrir efectos negativos/no deseables. Teniendo en cuenta esto, ¿qué sucede con la gestión del placer? ¿Cómo se entrelaza el autocuidado con experiencias de placer y autonomía? Las experiencias de placer y autonomía son prácticas sociales contextualizadas, es decir que se pueden reconocer múltiples modos, escenas, vínculos y vivencias asociadas al momento del uso y consumo de sustancias.

En nuestro país, son tres las leyes principales bajo las cuales se encuadran los abordajes sobre los consumos de drogas: la Ley de Estupefacientes (23.737), la Ley de Salud Mental (26.657) y el Plan Integral para el abordaje de los Consumos Problemáticos (26.934); en ninguna de ellas se menciona la palabra “placer”. Inclusive, yendo al campo concreto de prácticas profesionales que postulan un abordaje anclado en la restitución de derechos, la no criminalización y la promoción de prácticas de cuidado, cuando se interroga a lxs trabajadorxs acerca de bajo qué paradigma realizan sus abordajes, suelen responder sobre el modelo de “reducción de riesgos y daños”. Nuevamente la dimensión del placer está negada.

Pensar el consumo de sustancias bajo el paradigma no sólo de la reducción de riesgos y daños, sino también desde la gestión de placeres implica abrir a dimensiones de las cuales no se suele hablar, para poder intervenir y abordar integralmente las prácticas de consumos de drogas. La historia y la experiencias de lxs usuarixs demuestran que usar sustancias psicoactivas abarca mucho más que evitar un riesgo o generar un daño, al igual que conducir un auto es mucho más que arriesgarse a tener un accidente de tránsito. Por lo tanto, pensar desde un paradigma de gestión de riesgos y de placeres implica comprender que las personas muchas veces consumen sustancias por las consecuencias positivas, gratificantes y placenteras que les generan.

Si bien partimos de la idea de que todo consumo de sustancias conlleva un riesgo, la intención de llevar al extremo la percepción del mismo resulta ser ineficaz y en muchos casos hasta contraproducente. Las estadísticas y la evidencia empírica nos han demostrado que generar miedo no tiene un efecto positivo, sino todo lo contrario: contribuye a la estigmatización y aleja a lxs usuarixs de los espacios de atención en el caso de que lo necesiten.

La idea de abrir el plano e incorporar la gestión del placer en los abordajes de drogas nos obliga a pensar en ese más allá que excede la idea del más acá del riesgo y del daño. Nos demanda la idea de contemplar los aspectos negativos, como los positivos del consumo de drogas. Reconocer sin prejuzgar para alojar y acompañar las decisiones de las personas sobre cómo buscan placer en sus vidas, contemplando la posibilidad de establecer una relación con el objeto-sustancia basada en un uso recreativo o lúdico.

Ahora bien, ¿por qué los varones consumen más drogas ilegalizadas que las mujeres e IF? ¿Por qué los consumos de las mujeres e IF son invisibilizados? Para orientar algunos de estos interrogantes, resultan interesantes los aportes que nos traen distintas organizaciones no gubernamentales (como Energy Control y Ai Laiket! en España), que vienen trabajando en pos de instalar un abordaje desde la gestión de los riesgos y de los placeres en el uso de drogas. Porque si las mujeres e IF suelen ser más juzgadas y desaprobadas socialmente que los varones por ser consumidoras, es de esperar que aparezcan mayores condicionamientos a la hora de querer experimentar con sustancias psicoactivas por el ¿simple? fin de obtener placer.

Es claro que los estereotipos de género impactan, tal como lo hacen en cualquier fenómeno sociocultural, en los usos -o falta de uso- de las drogas: realizar prácticas que se alejan de lo esperado socialmente conlleva una mayor carga emocional y mayores recaudos ante la exposición pública, al contraponerse a “lo esperable” para el comportamiento femenino. Un comportamiento que se espera más cauto, menos arriesgado.

Por otra parte, la antropóloga Nuria Romo Avilés nos advierte sobre otro fenómeno: en espacios festivos se impone una representación errónea de disponibilidad sexual de las mujeres, generando intentos molestos e indeseados de relación por parte de los varones. Se da así una presión sexual hacia ellas, que termina determinando su presencia más limitada en estos ambientes. ¿Podemos observar estos fenómenos en nuestros territorios? ¿Con qué especificidades? ¿A qué otras actividades ligadas a la búsqueda de placer hay una desigualdad de acceso para mujeres e IF?

Pareciera que el potencial subversivo propio del placer produce que en nuestras sociedades sea invisibilizado para las vivencias protagonizadas por las mujeres e IF; y, en particular, respecto a los usos de drogas, campo en el cual el prohibicionismo realiza la operatoria de construir consensos en torno a la estigmatización y criminalización, dejando por fuera la búsqueda de placer en los consumos de sustancias psicoactivas.

Las sexualidades, las clases sociales y los grupos étnicos son elementos claves para entender cómo se experimentan, como en cualquier práctica sociocultural, los usos de drogas. Estimular el debate en torno a qué sucede con las mujeres e IF y los consumos de sustancias psicoactivas y, en particular, en aquellas búsquedas de encontrar cierto placer, cierto disfrute, propiciará también cuestionarnos por qué las tareas de prevención y cuidados de personas usuarias de drogas también suele atribuirse a las mujeres e IF.

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