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¿Psicodélicos, enteógenos o alucinógenos? Las drogas y el lenguaje

alucinógenos enteógenos o psicodélicos revista mate
Ilustración de Adriel Radovitzky
El campo de saberes y usos de sustancias es un terreno diverso. En la arena del lenguaje se dan contradicciones, intereses y luchas de poder por la narrativa. Definimos alucinógeno, psicodélico y enteógeno recorriendo las visiones que reflejan, sus marcos teóricos e historia. Recorremos el significado de enteógenos y psicodélicos, dos términos que nacieron en reemplazo de alucinógeno, que establece una mirada negativa de este tipo de sustancias.

Un terreno múltiple

El campo de saberes y usos de sustancias psicoactivas es un terreno diverso, a veces contradictorio, explorado muy a tientas y no sin errancias. Lejos está de constituirse como una disciplina (si bien tal es lo que se pretende al hablar de ciencia psicodélica). Pero las prácticas y discursos vinculados al uso de “drogas” (enteógenos, psicodélicos, drogas sintéticas, research chemicals…) y sus consecuentes estados de conciencia (ampliados, alterados, no-ordinarios), no conforman una unidad. Más bien, al contrario, se trata de multiplicidades.

Encontramos una explosiva descentralización de los usos y marcos de referencia. Este paisaje diverso ofrece: investigación científica, terapia asistida, reducción de daños, políticas de drogas, psiconáutica, uso ceremonial-ritual-religioso, recreativo. Y por cierto el uso ancestral, chamánico, sin dudas puesto en jaque y reconfigurado por el mundo moderno, la globalización y la mercantilización.

En definitiva, estaría abriéndose hoy día un campo multidisciplinar —e incluso bastante indisciplinado—, con varios frentes. Asistimos a una continuidad en el uso de sustancias y técnicas para modificar, alterar o ampliar la conciencia, desde que hay registro de la conciencia humana. Pero también se perciben rupturas, tensiones y discontinuidades; brechas, fisuras y puntos de fuga que se producen entre los distintos discursos y usos instituidos.

Es en el lenguaje, los discursos y las narrativas, donde las contradicciones, intereses y luchas de poder se ponen de manifiesto.

Es así que “la comunidad” (investigadorxs, usuarixs) nunca termina por ponerse de acuerdo si resulta más apropiado hablar de drogas, medicinas, alucinógenos, psicodélicos o enteógenos. Cada término conlleva una posición, una línea, una política, una historia. Cada concepto detenta supuestos subyacentes.

Quienes tengan algún recorrido en la materia, sabrán lo relativo de los usos y los contextos: no es lo mismo el vino de misa que el vino de mesa, como tampoco pegan por igual la pasti de una fiesta que la de una terapia asistida. Los más metódicos sabrán diferenciar lo determinante de una dosis mayor en relación a una dosis ínfima; y que la naturaleza del efecto depende estrechamente del tipo de molécula que se incorpore, y sus interacciones posibles.

No obstante, cabe decir que todxs contamos con algún reporte de experiencia donde los parámetros farmacológicos no pueden explicar plenamente la contundencia de un efecto —o la falta de ella—. Y es que siempre algo del misterio se cuela tarde o temprano.

psicodélicos alucinógenos y enteógenos
G. Wasson recibiendo de M. Sabina a los “niños santos”, hongos psilocibes, en lo que podemos considerar un evento fundacional para la etnomicología enteógena y la cultura psicodélica.

De lenguajes sagrados y profanos

Nunca se repetirá lo suficiente la importancia que el lenguaje tiene para la producción de subjetividad y de cultura. Pero a fuerza de decirlo una y otra vez, dicha afirmación parece perder potencia y devenir perogrullada.

Quienes experimenten las intensidades propiciadas por altas dosis de psicodélicos, pueden testimoniar (no sin balbucear) cuán crítica se torna la experiencia en el lenguaje, con el lenguaje. Su plasticidad, materialidad, maleabilidad; el peso de las palabras, su potencia disparadora; el esplendor del universo simbólico desplegado bajo la lengua, entre los dientes.

Todo lo que nos rodea adquiere valor de signo, de símbolo, de metáfora y cadena de sentido. Éxtasis, risa loca, lo inefable. La sensación de que su arbitrariedad y fragilidad, la del lenguaje, está a punto de estallar permanentemente, dejándonos ante las puertas del absurdo.

No es casual que lxs mazatecos ya diesen su veredicto sobre la crucial relación entre los hongos sagrados y Lenguaje. María Sabina decía “Los honguitos son la sabiduría, y esa sabiduría es el lenguaje/…/Todo mi lenguaje está en el Libro que me fue dado/…/ son los niños santos los que hablan, los que curan”. En efecto, durante las veladas —noches dedicadas a un uso ritual— se deja un “lugar despejado” para que “el Lenguaje baje por allí”. Y prosigue: “Veo que el lenguaje cae, viene de arriba, como si fuesen pequeños objetos luminosos que caen del cielo. El Lenguaje cae sobre la mesa sagrada, cae sobre mi cuerpo. Y yo atrapo con mi mano palabra por palabra”.

Por otra parte, siempre he encontrado curioso el hecho de que las investigaciones de G. Wasson y V. Pavlovna hayan comenzado, precisamente, por la lengua de los pueblos, fueran estos micófilos o micófobos. Cito un extenso pasaje de El camino a Eleusis para ejemplificar:

“Comparamos nuestros respectivos vocabularios para referirnos a los hongos: el ruso era interminable, aún no lo he agotado; el inglés se reducía esencialmente a tres palabras, dos de ellas imprecisas: toadstool, mushroom, fungus. Los poetas y novelistas rusos han llenado sus escritos con hongos, siempre en un contexto afectuoso (…) Los poetas ingleses, cuando los mencionan, los relacionan con la descomposición y con la muerte. Tina y yo comenzamos a extender nuestra red y a estudiar todos los pueblos de Europa; no solamente los alemanes, franceses e italianos, sino más especialmente las culturas periféricas, fuera de la corriente principal, donde las costumbres y las creencias arcaicas han sobrevivido más (…) tuvimos cuidado de recoger el sabor del vocabulario erótico y escabroso que a menudo desatienden los lexicógrafos. Examinamos los nombres comunes de los hongos en todas estas culturas en busca de las metáforas fósiles ocultas en sus etimologías, con el propósito de descubrir lo que tales metáforas expresaban: una actitud favorable o desfavorable hacia estas criaturas de la tierra”.

alucinógenos psicodélicos y enteógenos gordon wasson y pavlovna
V. Pavlovna y G. Wasson han recurrido al estudio de las lenguas de los pueblos para profundizar su investigación sobre el culto a los hongos.

Dennis Mckenna ha advertido la cualidad sinestésica del lenguaje humano: ¿no es sorprendente que huellas acústicas, producidas por cambios en la presión del aire, nos despierten imágenes mentales, a partir de aquellos sonidos que llamamos “palabras”?

Por su parte, también Terence Mckenna nos refirió una y otra vez que la experiencia chamánica versa sobre el lenguaje. En El manjar de los Dioses escribe: “La evidencia, a partir de milenios de experiencias chamánicas, nos dice que el mundo está de algún modo hecho realmente de lenguaje (…) el mundo da la sensación de estar más en el seno de una metáfora o un cuento que en cualquier senda relacionada con los leptones y los bariones de los que nos hablan nuestros sumos sacerdotes, los físicos. Para el chamán, el cosmos es un cuento que se hace realidad a medida que lo contamos y se cuenta a sí mismo”. Y estos relatos incluyen también las narrativas científicas, que son otra forma de mitología moderna.

Políticas del discurso

En lo que a terminología se refiere, nunca se está exento de valoraciones, supuestos y prejuicios de todo tipo. El lenguaje es, antes que nada, un posicionamiento y una posición —también política.
No es lo mismo decir “estupefacientes” o narcóticos —con las erratas que ello implica cuando no se trata de drogas que generen narcosis— que decir “psicodélicos”. Todo depende de quién lo diga y para qué lo dice.

He ahí el doble filo del lenguaje: es producido desde cierto consenso sobre la realidad, en cierto contexto político-social que puede ser rastreado, pero a la vez es productor y creador de realidad, en su faz performativa.

Llegamos así al tema en cuestión, que no es ni más ni menos que aquellas palabras que utilizamos para referirnos a lo que hoy se nombra como “psicodélicos”, cuyas fuentes vegetales han sido y siguen siendo mayormente consideradas sacramentos para los pueblos indígenas.

psicodélicos, enteógenos y  alucinógenos - terence mckenna y aldous huxley
Aldous Huxley (izquierda) en su relación epistolar con H. Osmond hubo propuesto el término “phanerotyme” para referirse a la mescalina y el lsd. Esencialmente, el significado es el mismo que “psicodélico”, el cual tuvo mayor aceptación. Terence Mckenna (derecha) fue uno de los principales exponentes que decidió utilizar este concepto para estas sustancias.

Psyche (alma) Delo (manifestación): psicodélico, es un término formado por palabras griegas que ha propuesto el psiquiatra Humphry Osmond en 1957, luego de haber asistido a Aldous Huxley en sus primeros viajes con mescalina, y a partir de los cuales Huxley escribió Las puertas de la percepción (1953). El significado de psicodélico es “que manifesta la mente”, asumiendo que tal es el efecto que producen estas sustancias. Ejemplos de psicodélicos clásicos son el LSD, la psilocibina y la mescalina.

Pero veinte años después, G. Wasson y su equipo de investigadorxs quisieron acuñar un término que diese cuenta del carácter místico-chamánico y sacramental de ciertos vehículos farmacológicos, un término que fuese más allá de lo meramente ”mental”, para lo cual utilizaron Enteógeno. Esta acepción, también compuesta por términos griegos, refiere al sentido ritual y espiritual de las prácticas indígenas con sacramentos vegetales visionarios, y se define como “en (dentro) theos (dios) genos (generación)”. Es decir, que contiene un dios dentro, o que genera lo divino en nuestro interior.

Estos neologismos fueron apareciendo como sustitutos del estigmatizante “alucinógeno”, término clínico vinculado a “Alucinación”, empleado primero por Esquirol en 1838, para designar cierta sintomatología psiquiátrica, asociada muchas veces a la esquizofrenia, y cuya definición implica la percepción de objetos inexistentes, de modo específico. De manera más general, “alucinar” proviene del latín “alucinari”, que significa “extraviarse”, “divagar” o “estar fuera de sí”.

Los objetos de la alucinación pueden ser no sólo visuales, sino también —como la mayoría de las veces— acústicos, sonoros. Lo que se dice “escuchar voces”. Pero las alucinaciones también pueden ser táctiles, olfativas o cenestésicas. He aquí algunos ejemplos nosográficos tomados de la literatura psiquiátrica (en el Tratado de psiquiatría de Henry Ey, 1969):

  • Psicosis alucinatorias crónicas:
    • “De pronto estallan voces; las transmisiones de pensamiento o el eco del pensamiento aparecen en la mente. El enfermo se siente “adivinado”, espiado; sus actos son comentados o bien percibe extraños olores, un gusto sospechoso en los alimentos, fluidos en su cuerpo, corrientes eléctricas en su cabeza o en sus órganos genitales; se convierte en un médium, en una estación receptora o emisora de telegrafía sin hilos“.
  • Psicosis alucinatorias agudas:
    • “Predominan todo tipo de alucinaciones (acústico-verbales, psicomotrices, cenestésicas o visuales, fenómenos de influencia, síndrome de automatismo mental y despersonalización). Los temas con frecuencia místicos o eróticos, son a veces muy dramáticos. Los acontecimientos delirantes, sin llegar a tener los caracteres escénicos de la presentación onírica, se desarrollan en una atmósfera imaginaria y artificial. Estos estados pueden ser vividos tanto en un clima de angustia con una tonalidad de ebria exaltación, como en una especie de embriaguez fantasmagórica semejante a los efectos de los tóxicos alucinógenos”.
psicodélicos enteógenos alucinógenos - rueda de las drogas - revista mate
Rueda de la Drogas. Un sistema de clasificación que divide las drogas psicoactivas en 7 familias diferentes, según efectos y familias moleculares.

En el terreno de las plantas visionarias, cabría decir que si a alguna le cabe la etiqueta “alucinógeno” es al grupo de las solanáceas, con sus alcaloides tropánicos como la escopolamina y la hiosciamina. Delirantes como el floripondio o las daturas propician el tipo de alucinaciones en las que la persona afectada ni siquiera puede juzgar qué cosa es o no producto de su imaginación. Y muchas veces ni siquiera recuerda haber consumido nada.

En este sentido, en su prólogo a Vida de María Sabina (de Álvaro Estrada) el antropólogo Julio Glockner escribe que “Quizás el mejor ejemplo de esta incomprensión sea la de seguir utilizando el término alucinación”, donde por incomprensión se refiere al equívoco de pretender acercar el significado de alucinógeno al de enteógeno.

Pues “el verbo alucinar impone de inmediato un juicio de valor sobre las percepciones alteradas”. De manera que Enteógeno, “lejos de ser un sinónimo, apunta en una dirección radicalmente distinta”.

Resulta entonces curioso cómo las discusiones que creíamos saldadas vuelven a ponerse sobre la mesa una y otra vez, ya que aún hoy hay profesionales especializados en estas sustancias que siguen optando por el término Alucinógeno. Es el caso de José C. Bouso (psicólogo y farmacólogo español) quien precisamente en un libro sobre hongos psilocibes, declara: “el término alucinógeno quizás debería recuperarse como el que más fielmente describe los efectos de este tipo de sustancias, dejando, eso sí, de lado, las connotaciones clínicas patológicas que pueda arrastrar”.

Pero en la misma declaración, Bouso afirma que la experiencia psicodélica y la psicótica “guardan ciertos nexos en común”. Y agrega entre sus argumentos un estudio donde se les administró ayahuasca a sujetos a los que se le pedía que recuerden imágenes que les mostraron antes. Utilizando resonancia magnética funcional (fMRI) se encontró que se les activaban las mismas áreas cerebrales cuando recordaban (bajo el efecto del brebaje) que cuando veían las imágenes reales.
Bouso no brinda ninguna referencia de dicho estudio, pero de él deduce que ayahuasca es un alucinógeno, porque “el cerebro veía las imágenes de la misma forma cuando se imaginaba las imágenes (“bajo los efectos de la ayahuasca”) que cuando las veía de verdad”.

En mi opinión esto sólo es una interpretación forzada de los datos, de un estudio que (además) desconocemos. Pero hecha la concesión, el que estos recuerdos se “midan” bajo los efectos de ayahuasca es accesorio, tal vez indistinto. Lo que dicho estudio nos indicaría en todo caso es que son las mismas áreas del cerebro las que se activan cuando percibimos algo, que cuando lo recordamos. Se trata de la naturaleza sensorial-mnésica de las representaciones de la mente producidas en el cerebro, y de su plasticidad, hoy bien conocida. Es decir, daría igual que los sujetos hayan tomado ayahuasca, hongos psilocibios, cactus de mescalina o nada en absoluto. Porque de lo que se trata es del carácter representativo tanto de la percepción como del recuerdo, indistintamente de si se está recordando o percibiendo “la cosa en sí”. En todo caso, ¿no es nuestro cerebro el que forma siempre las imágenes que “vemos”? sean percepciones o recuerdos. Y bajo esta lógica ¿cabría decir entonces que “todo es una alucinación”?

En definitiva, volvemos así pues al comienzo de este artículo, donde expresamos que no hay una unidad continua en el terreno de la “ciencia psicodélica”. Lo único continuo parecen ser las disputas, disidencias y la “batalla cultural”, pertrechada desde varios frentes, donde no hay necesariamente “buenos” ni “malos” sino puntos de vistas diferenciales y diferenciantes, fuerzas en lucha, basadas en distintos marcos teóricos y supuestos epistemológicos.

Para cerrar citaré una consideración afín, proferida por nuestro coterráneo Enzo Tagliazucchi, doctor en física, director del Laboratorio Conciencia, Cultura y Complejidad del Conicet, e investigador especializado en psicodélicos, quien se pregunta “entonces ¿qué son los psicodélicos?“ y responde:

“…difícilmente existan drogas con una apreciación más heterogénea que los psicodélicos. Para un psiquiatra “clásico” o “conservador”, los psicodélicos son “alucinógenos” (toxinas dañinas que inducen una especie de delirio antinatural y poseen la capacidad de causar síntomas semejantes a episodios psicóticos) (…)

Para un terapeuta (…) los psicodélicos pueden ser “empatógenos”: la puerta que se abre para tratar con pacientes de difícil acceso, que sufrieron episodios traumáticos y no logran recuperar un estado de bienestar.

Para alguien religioso o interesado en el misticismo, los psicodélicos son “enteógenos”: sustancias con la capacidad de conjurar uno o varios dioses, o de revelar la divinidad latente en el mundo natural.

Para un neurocientífico, los psicodélicos son (…) potentes herramientas para indagar cómo el cerebro genera y preserva los contenidos de su conciencia, cómo funcionan los sentidos y cómo esta información se relaciona entre sí y da origen a nuestra percepción del mundo.

Finalmente, para muchos políticos y un sector conservador de la sociedad, los psicodélicos son “drogas” que deben ser prohibidas y combatidas (…) “drogas” entre comillas para transmitir (…) el error de creer que existe, efectivamente, algo llamado “la droga”, que es universalmente malo y que incluye indiscriminadamente sustancias tan diferentes como la cocaína, la heroína, la marihuana, el éxtasis, el LSD y muchas otras”.

psicodélicos alucinógenos y enteógenos
A. Hofmann (izquierda) y J. Ott (derecha) fueron parte del equipo de investigación de G. Wasson, desde donde propusieron “enteógeno” como alternativa a “psicodélico” para referir la cualidad espiritual de los viajes chamánicos. T. Mckenna señaló un “tufo teológico” al concepto, a lo cual J. Ott respondió mofándose de que, paradójicamente, dicha crítica fuese emitida en el libro “El manjar de los dioses” de dicho autor.

¿Qué son los psicodélicos, enteógenos y alucinógenos?

Por nuestra parte, daremos una respuesta parcial a la pregunta:

  • Psicodélicos: que manifiesta el contenido de la mente.
  • Enteógenos: que contiene una divinidad, o que genera lo divino interior.
  • Alucinógenos: que genera alucinaciones, del verbo latín alucinari “perderse, extraviarse”. Tiene connotaciones clínicas, psiquiátricas, y por lo tanto vinculadas a la enfermedad mental.
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