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Natalia Rebollo: “La prohibición es el brazo armado del colonialismo”

Natalia Rebollo
Collage de Adriel Radovitzky
¿Es posible debatir las políticas de drogas sin la perspectiva de bioconservación? Quizás sea necesario comprender el pasado, purgar el presente y bucear en la memoria antigua para construir un futuro. Una entrevista sobre los retos de regular las plantas psicoactivas en clave intercultural y decolonial.

En las políticas de drogas, el presente es de cambio. Florecen propuestas regulatorias en muchos países. Pero poco escuchamos de la conservación de los ecosistemas donde crecen estas plantas. Tampoco de escuchar a los pueblos indígenas, cuyas tradiciones culturales custodian desde hace milenios este conocimiento ancestral. Natalia Rebollo es una abogada mexicana y tejedora de puentes entre mundos que necesitan profundizar el diálogo entre sí. Su compromiso es con los derechos de la naturaleza, y los derechos de los pueblos indígenas, las bioculturas.

Se reconoce una mujer de procesos más que de resultados.  Dice que la selva ha sido su mayor escuela. Actualmente coordina el Ayahuasca Defense Fund, un programa de ICEERS (International Center for Ethnobotanical Education, Research, and Service) donde brindan asistencia legal a personas criminalizadas que practican medicina tradicional con plantas psicoactivas.

Al iniciar esta conversación, Natalia se prepara un mate. Escucharla hablar es algo hipnótico. Lo hace sin apuro y con los silencios justos. Se toma su tiempo para elegir las palabras precisas. Navega las respuestas con la profundidad que se merecen. Transmite calidez y firmeza al mismo tiempo. Y de arranque expresa su humildad: “solo soy un espíritu que busca liberarse del miedo”.

Haciendo base en la intersección entre colonialismo y prohibición, reflexiona sobre las tensiones del presente y nos habla de la necesidad de escuchar las voces de los pueblos que custodian la memoria antigua. Para pensar en regulaciones, primero es necesario un cuestionamiento profundo de cómo concebimos la salud y tener en cuenta el componente cultural de cada territorio particular, dirá en esta entrevista.

Guillermina Ferraris: Empecemos por el pasado para entender cuál es el punto de partida. ¿Cómo se explica la relación entre colonialismo y prohibición?

Natalia Rebollo: Son dos variables que se complementan, son recíprocas y a medida que aumenta una, aumenta la otra. La prohibición es el brazo armado del colonialismo. Yo le llamo tecnología discursiva porque puede sobrevivir a todas las racionalidades, a la evidencia científica que demuestra que no está bien diseñado y que las listas [con las que se clasifica a las drogas] no funcionan, que genera más problemas, que trae violencia, que oprime a los pueblos y que se está perpetuando una falsa apreciación de la realidad. Por ejemplo la cocaína fue catalogada en 1922 como un narcótico y si tú miras la definición, farmacológicamente no lo es, pero se permite eso a efectos de prohibirle.

Esta tecnología se ha ido amoldando a los intereses. El mate es otro gran ejemplo: en la época colonial estuvo prohibido hasta que los jesuitas empezaron a tener contacto con él. Cuando vieron que podía ser un buen negocio, se convirtió en una forma de generar ganancias para seguir perpetuando la colonización desde el Estado.

El ejemplo por excelencia de la prohibición con fines espirituales es la hoja de coca. Si hay una entidad indispensable en la cosmovisión de América andina amazónica, es la hoja de coca. En ciertas regiones del Tahuantinsuyo, imperio Inca, estaba prohibida, pero en las minas de Potosí estaba permitida, porque hacía que los mineros trabajen horas excesivas, por no decir esclavitud. Y eso generaba más ganancias para la corona. El prohibicionismo tiene sus raíces ontológicas en el colonialismo. Al final los Estados democráticos, nos guste o no, están basados en un pensamiento colonial.

GF: Te escuché definir el presente como un momento ambivalente, donde conviven las tensiones por la globalización extractivista de las plantas enteógenas, con el avance de intentos regulatorios. ¿Qué significan estas tensiones? ¿Cómo se puede aprovechar esta oportunidad?

NR: Yo creo que la ambivalencia es una gran señal de que las cosas están por cambiar. Pero no es tan buena señal, si no metemos las manos en la tierra. Estas tensiones son una oportunidad para purgar lo que no hemos podido purgar durante milenios: un colonialismo tan arraigado que ni siquiera podemos verlo. La sombra de nuestra sociedad. No es del todo una mala noticia, y esto no lo digo yo, lo dicen los pueblos indígenas. Guardianes de aquella memoria que fue enterrada en el útero de la tierra, para que cuando se nos olvidara, pudiéramos recordar.

Y hay ciclos, cada quien tiene su explicación. Yo solo tengo la explicación humildemente legal, la que a mí me toca custodiar. Lo que veo es que por ejemplo cuando fue la revolución francesa, fue trágico lo que ocurrió, pero a través de esa crisis pudimos considerar, por primera vez, que el ser humano tiene derechos por el simple hecho de ser humano.

Pero las sustancias que ya están en fase dos de tres [de ensayos clínicos] para ser medicamentos, a veces replican ese pensamiento colonial. Los intereses que las prohibieron son los mismos que ahora la están permitiendo. Son empresas que cotizan en bolsa y que hacen ensayos clínicos, la única metodología que la sociedad moderna acepta como prueba para demostrar la seguridad y eficacia como medicamento.

Natalia Rebollo

GF: El problema es que el modelo de salud que se aplica a un medicamento no es el que se aplica a estas plantas…

NF: Ahí es donde el pensamiento colonial brota como si fuera un ojo de agua de la tierra. Lo que tenemos que cambiar es la forma en la que se concibe la salud. Si seguimos lucrando con la salud, estamos extrayendo. No importa si todas estas sustancias se vuelven legales, si van a ser tratadas con ese lente de salud tan reducido. Una vez más estamos quitándole a los pueblos indígenas una parte del tejido de la piel de la tierra. La voz de la tierra, la voz de la vida que viene únicamente para que nosotros como humanidad tengamos la oportunidad de sanar de raíz nuestro dolor, que tiene que ver con esa separación de la tierra.

“No importa si todas estas sustancias se vuelven legales, si van a ser tratadas con ese lente de salud tan reducido”.

GF: Entonces, ¿dónde tenemos que poner el ojo a la hora de pensar las regulaciones? ¿en la salud?

NR: Para pensar en regular tenemos que entender que el concepto de salud está vivo y es evolutivo. Lo que era sano para la época de nuestras abuelas, hoy no lo es. El cambio de los ecosistemas, la escasez de agua potable, la deforestación, las redes sociales, los videojuegos, son cuestiones que impactan radicalmente en la salud de las personas. Esto nos invita a hacer un ejercicio ontológico. Cada vez hay más presupuesto destinado al combate contra las drogas, a la seguridad, a los fármacos y la sociedad se siente cada vez más enferma.

La cosmovisión indígena se adapta a la perfección para poder tratar la salud, no importa en qué época, en qué contexto, en qué reto estemos. Eso es lo fascinante que el Estado colonial se ha privado de poder encontrar. Si el futuro es ancestral, estamos volviendo al origen. Afortunadamente están las voces que cuidaron la palabra para hoy poderla pronunciar, diciendo: “ese síndrome de estrés postraumático, que ya no se los quita ningún antidepresivo, se llama rompimiento con la tierra”.

GF: Me detengo un poco en la palabra y su importancia para recordar: ¿qué rol cumple la narrativa latinoamericana en este presente?

NR: Creo que es fascinante. Primero porque no sabemos realmente cuál es, la estamos descubriendo, y al ser de esta región también traemos pensamiento colonial. Por otro lado ha sido tan oprimida, tan desprestigiada, tan extraída… El tema de las dictaduras fue devastador y pasó desapercibido por la historia. El Cono Sur ha sido guardián de una resistencia a un costo muy alto y no nos hemos podido recuperar. Es como si estuviéramos en la contracultura de los 60´s. Desde mi punto de vista ese movimiento fracasó porque sabían lo que no querían, pero cuando les preguntaron que sí querían, no supieron. Aquí decimos no a las patentes, no a la biomedicina como la única forma de ejercer nuestro derecho a la salud, no a las empresas extranjeras que extraen nuestra tierra, no a la imposición de lo científico, ¿y qué sí? No sabemos.

Al mismo tiempo es una voz muy potente y nuestro “no” va cobrando cada vez más fuerza. Tenemos las voces que preservan la memoria antigua. Y aunque nosotros solo tenemos el no, los indígenas saben perfectamente qué sí. Saben que es momento de volver a la tierra, es momento de retejer su piel como la única forma de alcanzar la salud. Y saben que es momento de trabajar en lo individual, pero de manera colectiva, priorizando la vida y no la ganancia. Saben que ya es momento de entender este ciclo: las mismas empresas que nos enferman son las que nos dan la cura, por no decir Bayer que compró Monsanto hace un tiempo.

Aquí hubo un tiempo en donde la hoja de coca era la guardiana de la relación con la vida. Era un momento en el que, con honorabilidad, se entregaban los alimentos en un sistema a base del trueque. Donde se medía la grandeza de un imperio en virtud de la biodiversidad de sus alimentos. Eso sí está en este continente. De pronto la salud explota en una cosmovisión, en un concepto que va mucho más allá de la ausencia de enfermedades. Tiene que ver con la salud de la tierra, con los alimentos que tomamos. Es un estado armónico, recíproco, allá le dicen el Buen Vivir.

GF: Entonces, de cara a la regulación de estas sustancias, ¿cuáes son los aprendizajes o aciertos que estas cosmovisiones ancestrales traen para occidente?

NR: El principal acierto es que se hace dentro de un contenedor cultural. Y una ventaja que tenemos como región es que la medicina tradicional nunca se fue. Es más fácil recordar para una región que nunca olvidó del todo. El componente cultural es algo muy importante y no creo que sea posible regular todo de igual manera. No creo que la hoja de coca o el peyote o la ayahuasca se puedan regular igual en un país o en otro. Lo que hay que cuidar principalmente es la casa de esas sustancias y por casa me refiero a la salud del territorio, a la potabilidad del agua, a los pueblos indígenas que las han custodiado, consultar qué es lo que quieren, escuchar la voz, integrar esas voces. Y si bien hay cosas que hay que mirar de manera global, creo que en temas como la regulación diferenciada de sustancias, hay que mirar los contextos locales, incluso dentro en un mismo país.

“Lo que hay que cuidar principalmente es la casa de esas sustancias y por casa me refiero a la salud del territorio, a la potabilidad del agua, a los pueblos indígenas que las han custodiado”

Podemos hablar de política de drogas y de cuál es la mejor manera de regular el cannabis, y la verdad no tengo la menor idea. Lo único que sé es que hay una sociedad dispuesta a tejer una relación con una planta en aras de alcanzar su salud. La pregunta es: ¿qué podemos revivir culturalmente en eso? A lo mejor no sería tan sano que haya una mirada corporativista o donde las empresas puedan otra vez venir a lucrar con la salud pública, porque eso interrumpe el flujo armonioso con el que estamos re-entablando nuestras relaciones con las personas no humanas.

GF: En enero de 2023 se realizó un foro intercultural de medicina enteógena que tuvo lugar en el Senado de México ¿Qué nos podés contar de esa experiencia? ¿Qué retos y desafíos pudieron identificar al poner en práctica la interculturalidad?

NR: Me gusta pensarme como una mujer de procesos más que de resultados, y del foro me parece más interesante esa parte. El pensamiento colonial se cristaliza todo el tiempo, es silencioso, es fino, es sutil, es difícil de detectar. Y del otro lado se cristaliza un colonialismo que todavía no se ha purgado, una dolencia que está viva. Hay un trauma transgeneracional que ha ido pasándose, lo vemos por ejemplo en las culturas afrodescendientes. Imagínate la ruptura y el dolor de esas familias que fueron traídas de América como esclavas. Lo que quiero decir con todo esto es que en las poblaciones indígenas existe ese trauma y aunque tengamos buenas intenciones o pensemos que van a beneficiarse, muchas veces la respuesta es no. Y nos toca respetar.

Esto es un proceso, lleva su tiempo, su ritmo y tienen derecho a decir no, tienen derecho a sentir que es una apropiación cultural, más allá de que lo sea o no. A mí me formulan mucho esa pregunta: ¿hay o no hay apropiación cultural? Y lo he pensado muchísimo. Si yo respondo esto, ya lo está siendo. Nadie puede definirlo más que ellos y si ellos sienten que es apropiación cultural, respetamos eso.

Esa es la parte más difícil de la interculturalidad: hay que ser muy cuidadosos al pisar la tierra en cada paso que damos, porque no sabemos si estamos lastimando a alguien en el camino. Y debemos partir sabiendo que somos profundamente ignorantes.

GF: El año pasado también hubo una segunda iniciativa en el Senado, que buscó recategorizar a los hongos psilocibios iniciando a la par un proceso de consulta a los pueblos originarios ¿Qué ocurrió durante ese proceso?

NR: Cuando vemos que un país reclasifica, legaliza o despenaliza alguna sustancia, normalmente es como una entidad ajena que nos hace el favor de reconocer nuestro derecho. Y para mí lo simbólico en este caso fue que dijimos: “si se va a hablar de esto, el Senado tiene que estar pintado de colores, porque en ese Senado no hay personas indígenas”.

No se trata sólo de una ley donde la psilocibina pasa de la lista tres a la cuatro. Escuchamos todo lo que este debate nos ofrecía y fue una conversación incómoda para todas las personas presentes. También para los indígenas porque sienten como una amenaza el hecho de no saber qué van a acabar haciendo estas personas con los hongos.

Fue muy simbólico escuchar desde el miembro del Instituto Nacional de Psiquiatría diciendo “por favor, ya no tenemos cómo tratar a los pacientes con salud mental” hasta la persona indígena a la que se le pidió que hable acerca de la importancia de los hongos para tratar a la salud y acabó hablando de cuando su abuelo iba caminando en la sierra protegiendo un ecosistema. Porque su visión es amplia. Desde la senadora o el senador al que le dijeron “ustedes nos han robado toda la vida” hasta la sociedad civil que pensaba y ahora, ¿qué hacemos? Porque no podemos simplemente sacar las palomitas de maíz y mirar. Y eso también es muy delicado.

La única respuesta que tengo es que el proceso tiene que hacerse de abajo hacia arriba. Me gusta pensar que todas las soluciones están en la tierra. Si la tierra estaría sentada en esta mesa de toma de decisiones, ¿qué diría? Hay que empezar a darle una voz, un voto y una silla en el consejo de decisiones. En la agricultura, la salud, en política de drogas, en el agua. Lo que yo pienso qué diría es: no se pierdan. Es la comunidad, es volver a autogestionarse. Por eso hemos apostado mucho por la autorregulación. Porque lejos de perpetuar este Estado paternalista, maternalista, que viene a decirnos qué hacer, es tomar esta responsabilidad y decir: ¿por qué no hacemos una autogestión de nuestra modulación de la conciencia? Para mí es algo fundamental porque lleva implícito que las comunidades estén integradas, que las voces indígenas nos enseñen a recordar.

GF: Te escuché decir que según el calendario azteca, actualmente estamos en un momento de transición, en el que estamos pasando del quinto al sexto sol. ¿Por qué algunas cosmovisiones dicen que es un privilegio estar viviendo esta transición y por qué crees que esta transición puede ayudarnos a navegar este momento de ambivalencia con un poquito más de paz?

NR: Creo que el privilegio viene de que nunca hemos estado tan vivos y por vivas me refiero a la conciencia. Porque hoy en día el discernimiento y la voluntad son una opción. Podemos elegir si queremos ser gente de conciencia, gente rezada por los que caminaron antes o si queremos ser parte de la sociedad dormida. Hoy la prisión realmente es el miedo, es interna.

A mí me encanta pensar que además de que pasa solamente cada casi siete mil años o más, si tú te fijas cómo funciona el universo, este se expande todo el tiempo, pero no es que lo haga gratuitamente porque sea tan generoso. El costo es la contracción. El universo se expande, pero se contrae y por eso nuestro corazón también probablemente late así, porque es el ritmo universal. Y nuestra manera de ver el tiempo de forma lineal, es únicamente una forma de marcar nuestra existencia ansiosa y está bien. Necesitamos cómo medirnos en este tiempo del olvido. Pero si te fijas, el verdadero pulso de la vida es ese. Es la expansión y la contracción y entonces lo que me gusta mucho pensar es que cuando se siente la contracción, lo que viene es la expansión. Eso es una ley universal, como abogada sé es la única ley universal que no tiene jurisdicción, no se puede apelar, impugnar, amparar, revertir. No existe remedio para cambiarla, manipularla, transformarla, frenarla.

En tercer lugar, la luz es intermitente, no es constante, lo que hace que sea constante es nuestra retina. ¿Cómo viaja la luz en el vacío y en la oscuridad? A diferencia del sonido que necesita una ola electromagnética para viajar. Por eso es que un rayo se ve primero y luego se escucha. Si nos vamos a los básicos de cómo funcionan estas cosas dices ¡qué maravilla! porque venimos de contracción, contracción, contracción y lo que sigue es la expansión, al menos de la conciencia. Y cómo navegamos eso, es una elección. A mí me da muchísima paz en estos momentos, porque pienso que tal vez estamos como en un sistema de parto. Está incómodo, está rarísimo. Avanzamos por acá. Retrocedemos por allá. Estamos mejor que nunca pero nunca hemos estado peor. Es la ambivalencia en su totalidad, pero eso nos habla de la expansión en gestación. Y eso coincide con los pueblos indígenas, en sus formas de medir el tiempo.

GF: ¿Qué crees que ven los pueblos indígenas para el futuro?

No me siento con la capacidad de responder esa pregunta. Pero sí puedo decir que los pueblos indígenas ven que la tierra está empezando a cantar, porque ya hay quien escucha. Mientras haya quien la escuche, la tierra va a cantar más y más y más.

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