Luego de olas de calor abrasador, producto de un cambio climático que cada estación nos pasa facturas más altas, este verano sofocante nos trajo una suma cercana a las 70 personas asesinadas en Rosario, incluido un niño de 11 años que, junto a una amenaza mafiosa a la familia política de Messi, puso a esta hermosa ciudad en el centro de la agenda pública.
Pero no fue sólo bajo el sol ardiente que nos enteramos de estos angustiosos episodios antes que el período estival le pase el mando al otoño, también lo fue al calor de la popularidad adquirida por el presidente salvadoreño a Nayib Bukele, fenómeno que desató una veloz carrera mediática en la que actores políticos y del espectáculo informativo compiten por alinearse con la máxima autoridad de El Salvador.
Guerras, Bukelismo y nuevas tácticas de invasión cultural
Los peligros que ponen en riesgo a nuestra especie obedecen a consecuencias del orden social que hoy organiza el comportamiento humano. Algunos se manifiestan en desastres climáticos, otros en avances escalofriantes de la Inteligencia Artificial (IA) generativa que amenaza en arremeter contra la realidad y nuestra propia esencia, dejándonos inútiles para el sistema, a la par que en las “manos equivocadas” desataría catástrofes mucho más drásticas que el mero desempleo global, si bien personas versadas de la ciencia y la filosofía afirman que hasta podría hacerlo sin necesidad de manipulación humana.
Otra de las consecuencias de nuestro sistema social-económico es el clima bélico que se vive a nivel mundial. Podemos encontrar distintas clases de conflagraciones; la de aquellos países que se encuentran en guerra entre sí, la de aquellos que invierten masivamente en defensa para una futura contienda y por último la de aquellos países que libran la guerra dentro de sus fronteras, contra los declarados enemigos públicos, con un armamento nada despreciable destinado a tal fin.
La guerra contra las drogas se libra dentro de las naciones, y el enemigo a suprimir no es un ejército extranjero que las invade, al menos no en sentido belicista. La figura del “narco” instaura en las últimas décadas un estereotipo ideal que despierta el mayor odio social. Llegado el punto, la sociedad puede ser indiferente a cómo el aparato estatal desaparece esta amenaza, aún siendo de la peor manera posible. Lo único que importa es que desaparezca, y así volverá la paz y la concordia.
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele durante un discurso presidencial.
Los cuerpos armados policiales alrededor del mundo pasan a militarizarse y endurecerse de forma estrepitosa tanto en armas como en temperamento hacia la población civil, al extremo que ya no logramos distinguir con nitidez a un soldado en zona de guerra ucraniana de un policía golpeando a un jubilado manifestante en la plaza, arrastrando de los pelos a una activista ambiental o asaltando en tropa el domicilio de un trabajador denunciado por vandalismo.
Por su parte, las redes sociales avanzan en la construcción subjetiva de las personas y en el moldeado de las sociedades de la información. La intervención de las fake news, el odio a lo diferente y la emisión de discursos efectistas y simplificadores, resultan muy eficientes para instalar un sentido común plagado de ideas, significantes y prácticas que alimentan el interés de unos pocos.
Este fenómeno no fue ignorado por líderes políticos como Nayib Bukele —ni mucho menos por su equipo de comunicación— que con preparados y selectivos discursos pseudo-progresistas al inicio de su campaña, un delicado uso estratégico de las redes y un gigantesco y agresivo ejército de Bots, Spiders y Tuiteros, mostró a los ojos del mundo una eficaz estrategia proselitista para llegar al gobierno. Y no son pocos los políticos en estas latitudes que aprovechan su gran difusión mediática para embanderarse con las ideas del publicista.
Otro dato útil a remarcar, es que un año antes de finalizar su mandato presidencial, se puso manos a la obra y en una operación relámpago arrestó y encarceló a más de 60 mil personas alegando que eran terroristas, utilizando un polémico “estado de excepción de garantías constitucionales” e invocando razones de “seguridad nacional”. Así ejecutó miles de detenciones y allanamientos a domicilios sin ninguna clase de autorización judicial. Finalmente un impactante “ejército policial” los derivó a una mega cárcel construida en tiempo récord, a la cual denominó Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot).
Berni es Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires.
Esta razzia policial, al estilo de invasión bélica en suelo enemigo, le resultó posible gracias al pretexto de la prevención contra el terrorismo. El clavado a la pileta fue sin escuchar las críticas y denuncias de organismos internacionales, pero le disparó la imagen positiva, según resultados de encuestas llevadas a cabo por la Firma Cid Gallup la misma subió a un 90%, lo que probablemente le garantice más años en el poder, pese a que la constitución de su país ya no se lo permita.
Hay una realidad de fácil aprovechamiento por las campañas políticas: Un estudio de la empresa Global Web Index calculó que ya en el segundo semestre del 2022 una persona promedio dedicaba alrededor de 6 horas y 43 minutos navegando en la web y en redes sociales, tiempo que obviamente va en alza; un gran pozo digital donde la humanidad se encuentra continuamente buceando entre fake news, publicidades engañosas y nuevos modelos de hegemonía en la política, la moda y el espectáculo.
El efecto bukelista no impactó sólo sobre las propuestas para Rosario, sino que está presente en muchísimos contenidos digitales vinculados a delitos, abuso de autoridad y fuerzas de seguridad. Los comentarios pidiendo mano dura, “que lo traigan a Bukele” o exclamando que “con Bukele no pasa” se acumulan debajo de estos contenidos.
Bullrich fue Ministra de Seguridad entre 2015 y 2019. Actualmente es precandidata presidencial.
Dentro de este gran escenario virtual que impacta de lleno sobre el plano de la realidad, un momento frente a las cámaras como el que ofrece el fenómeno narco en Rosario como centro de atención de la agenda pública puede desatar una cadena de consecuencias trágicas e irreversibles. El razonamiento “tiempos desesperados requieren medidas desesperadas” es riesgoso en casos como el presente, máxime en lapsos temporales donde los actores políticos se desenvuelven en un año eleccionario.
Militarización y democracias que tambalean
Existen dos formas de militarización de la seguridad interna de los países: la que implica dotar de equipamiento y formación militar a las fuerzas de seguridad y, la más clásica, la intervención directa del ejército nacional en temas de seguridad interna. Veamos la primera.
La militarización de las Fuerzas de Seguridad es un proceso estructural de los estados mediante el cual los agentes estatales destinados a la seguridad interior —prevención del delito, resguardo del orden público, asistencia a las víctimas, etc— proceden a incorporar tácticas, adiestramiento y adoctrinamiento de origen militar.
Uno de los antecedentes originarios de esta corriente militarizante ocurrió a comienzos de los 80 en EE.UU., cuando por razones de seguridad nacional y de combate contra el narcotráfico el pentágono transfiere armas, tanques de guerra y equipamiento a las fuerzas de seguridad federales con el fin de dar una lucha “más eficaz” contra estos fenómenos delictivos, en especial, en el tema del narcotráfico.
En los 90 una nueva decisión gubernamental acompañada por el Congreso refuerza estas inversiones y a partir del atentado contra las torres gemelas, aparecen nuevas fuerzas policiales de características militares en otras partes del mundo. Con desconfianza por la ciudadanía, de corazón frío para reprimir, uniformes tipo robocop y equipamientos especializados se constituye el modelo de seguridad imperante a lo ancho y largo del planeta.
El militarismo de la seguridad justifica su existencia —de fines nobles a simple vista— en un discurso oficial que lo promueve para: combatir el crimen, restaurar la ley y el orden, erradicar el narcotráfico, etc. El principal problema termina siendo los medios empleados, y desde luego el eterno resultado fallido de las promesas estatales en erradicar los supuestos males para los cuales estaban creados “excepcionalmente” estos cuerpos; de modo paradójico, los incrementan a todos con mayor caos, violencia estatal y crecimiento galopante del narcotráfico.
A estas alturas, el fenómeno de la militarización permite identificar a cualquier ciudad o metrópoli del mundo por enormes ejércitos policiales similares a los stormtroopers, que bajos órdenes de sus gobiernos se abalanzan sobre masas de manifestantes con dureza, trátese de París, Lima o Andalgalá, estos escuadrones son invocados generalmente bajo razones de seguridad nacional para disolver voces críticas y molestas o reprimir reclamos por el extractivismo de recursos naturales, reformas educativas o previsionales. Todas pueden asimilarse en un momento único con estas escenas de violencia estatal, incluso aquellas en las que el objeto de protesta es justamente el cese de la brutalidad policial.
Una medida más extrema de “combate al narco» es la militarización del problema; esta estrategia consiste en utilizar directamente a las Fuerzas Armadas (ejército) en la lucha cuerpo a cuerpo contra el denominado enemigo interno. México adoptó esta estrategia en 2006, no sin pocas presiones de su influyente vecino norteño.
Buenos Aires, Argentina, 2006. Fotografía de Pepe Mateos.
Narconarrativa y militarización en México
Oswaldo Zavala, escritor y periodista mexicano, autor del libro “Los carteles no existen”, señala en una entrevista que sólo en la Ciudad Juárez, de donde es oriundo, hubo alrededor de 340 asesinatos entre 2006 y 2007, eso fue en el primer año de la militarización que implementó México. Esa suma se disparó a más de 1.300 asesinatos en 2008, llegando el 2009 las personas acribilladas eran 2.000 y para 2010 ya alcanzaban los 3.000 asesinatos anuales.
El incremento escalofriante de las muertes durante la guerra contra las drogas en suelo mexicano y su fracaso rotundo en la reducción de la oferta y la demanda de las sustancias ilegalizadas, llevó a que su actual presidente, Andrés Manuel Lopez Obrador (AMLO), prometa en su campaña el abandono de la estrategia bélica. Sin embargo, el propio AMLO dijo el año pasado que “cambió de opinión”, y decidió transferir la Guardia Nacional —una fuerza creada bajo mando civil— a la Secretaría de la Defensa Nacional, el organismo que también tiene bajo su órbita al Ejército y a la Fuerza Aérea. Distintos sectores denunciaron que se trata de una progresiva profundización de la militarización.
AMLO en la ceremonia del 3° aniversario de la Guardia Nacional, junio de 2022.
La experiencia mexicana de militarización —y también la colombiana—, a grandes rasgos, fue un fracaso: cientos de miles de cadáveres y la desaparición de unas 70 mil personas. Claro, la militarización fue acompañada de una narrativa hegemónica estatal que justifica tamaña decisión política en procura del orden público.
Volviendo al destacado escritor Oswaldo Zavala, el mismo aporta un interesante enfoque sobre lo que él denomina la “narconarrativa”.
«(…) un relato efectivo por su simpleza conceptual que yo denomino narconarrativa y que puede reducirse a la siguiente aseveración: los ‘cárteles’, con un ‘gran poder’ —económico, social militar—, ante ‘la ausencia y debilidad histórica del Estado mexicano’, desataron una guerra por el control de las rutas y las plazas del mercado de la droga, provocando ‘una tragedia de dimensiones colosales”.
“(…) se trata de un relato efectivo por su simpleza conceptual que yo denomino narconarrativa y que puede reducirse a la siguiente aseveración: los ‘cárteles’, con un ‘gran poder’ —económico, social militar—, ante ‘la ausencia y debilidad histórica del Estado mexicano’, desataron una guerra por el control de las rutas y las plazas del mercado de la droga, provocando ‘una tragedia de dimensiones colosales”, explica el autor en la introducción de su último libro “La guerra de las palabras”.
La narconarrativa ha sido aceptada primero por la mayoría de los periodistas, quienes legitimaron las estrategias de seguridad desplegadas como parte de la “guerra contra las drogas”.
La narconarrativa permite a la clase política designar un enemigo permanente que justifica la militarización de la sociedad y el estado de excepción que violenta los derechos ciudadanos. En esta misma operación discursiva se utiliza al “narco” para deslindarse de su participación en el crimen organizado. Esta narconarrativa fue apropiada por la opinión pública, que repite el relato oficial y culpa a los narcos.
La violencia es real, no discursiva, pero la narconarrativa permite a las autoridades ejercer la más cruel violencia en contra de la población, siempre legitimada por la reciclable excusa del “avance del narco”.
¿Con qué objetivo crearían semejante falacia? Simple, para sostener el statu quo: que el estado de guerra se perpetúe, que la oferta y la demanda sea regulada por los verdaderos jefes del negocio; quienes muchas veces deciden cuando se le acaba la suerte al enemigo público.
De esta forma, ante la aparición de un nuevo “Jefe de los carteles” la promesa de los estados en eliminar al ejército enemigo siempre puede renovarse, siendo al mismo tiempo una de las excusas para la guerra más rentable de todas, no sólo por las ganancias de la venta de sustancias prohibidas, sino por el pago de protección, el tráfico de armas y las grandes extorsiones en juego.
Uno de los ejemplos que analiza Zavala es “el juicio del siglo” al Chapo Guzmán. Allí muestra que las principales acusaciones en torno a su riqueza y concentración de poder se presentaron de manera sobredimensionada, y con el resultado final del juicio no fue posible acreditarlo ni de cerca. Aún así, los gobiernos de su país y de EE.UU. emitieron un mensaje de victoria y de fin contra el ejército narco por su condena a prisión perpetua. Pero como la historia nos enseña, la “victoria” sólo dura hasta que se encuentra un nuevo “Chapo”, o un nuevo “Jefe de Jefes” que acapare la atención mediática.
Que el narco no te tape el bosque
Volviendo ahora a Rosario, una mejor manera de conocer la conformación y funcionamiento de las organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico lo muestra el trabajo de un equipo independiente de periodistas, coordinado por el periodista especializado en política de drogas Emilio Ruchansky.
Que el narco no te tape el bosque, la obra colectiva a la que hago referencia, nos sumerge llevándonos por distintos tópicos relacionados a la guerra narco en Rosario, a través de un recorrido que nos hace replantear lo que sabemos. Sus autorxs lo presentan como una obra que busca darle voz a “los apestados”, quienes son perseguidos por la Policía y la Justicia por consumir o vender poca cantidad de droga. Personas que cometen delitos menores pero solo por ser pobres enfrentan penas que los ricos nunca tendrían.
Presentación del libro. Cortesía El Ciudadano Web.
Entre las filas de las organizaciones de tráfico y venta de sustancias, la vulnerabilidad que proviene de la pobreza, el analfabetismo, el género, la edad y el crecimiento de una narcocultura que promete la adquisición de dinero rápido en un mundo profundamente consumista, conforman las principales causas de enrolamiento. Son la carne de cañón del sistema penal. El mismo que con investigaciones más sofisticadas termina descubriendo detrás de la trama a Comisarios y Fiscales, auténticos regentes locales.
Las noticias sobre estos episodios de corrupción son abundantes y están muy bien documentadas en “Que el narco no te tape el bosque”, pero veamos un dato que recoge la obra colectiva.
Solo a fines de 2018 se estimaba que alrededor de 5.000 funcionarixs policiales se encontraba denunciado por corrupción —25% de la planta policial activa en Rosario y sus alrededores para ese momento—, en su mayoría vinculada al narcotráfico.
Solo a fines de 2018 se estimaba que alrededor de 5.000 funcionarixs policiales se encontraba denunciado por corrupción —25% de la planta policial activa en Rosario y sus alrededores para ese momento—, en su mayoría vinculada al narcotráfico, según informó Carlos Del Frade en el capítulo “Vigilar y recaudar”. Del Frade es un periodista de investigación y legislador santafesino que denuncia hace décadas la corrupción político-judicial-policial del fenómeno narco en esta región.
Otra de las perlas del libro es la entrevista a la ex-defensora pública federal Matilde Bruera, que ayuda a entender la persecución a pequeñxs vendedorxs, que nunca continúa por las grandes redes de tráfico. El actor principal —resalta Bruera— es la Policía, que toma denuncias anónimas para intervenir y justifica su salario con operativos y detenciones que no tienen impacto en las redes de droga, pero sí en las estadísticas que luego alardea el ministro de seguridad de turno.
La esperanza no es la IA, es la regulación
¿Vivimos tiempos difíciles? Por supuesto. ¿Tenemos las respuestas para retrotraer las fatalidades que se avecinan? Quizás la Inteligencia Artificial se regocije de tenerlas, pero posiblemente sus propuestas no provengan de su corazón humanista, que estoy seguro nunca podrá tener.
La militarización de la policía es una cuestión que no puede tomarse a la ligera. Por una parte, su vinculación con la Inteligencia Artificial está cada día más unida siendo ya polémica en las calles neoyorkinas la tentativa de insertar a los “Digidogs” para el patrullaje policial, intento de avance futurista que la emblemática obra de Charlie Brooker “Black Mirror” nos escenificaba en su escalofriante capítulo Metalhead.
Por otra parte, los cuerpos armados también son víctimas de esta nueva realidad, la deshumanización de las personas debajo de las armaduras policiales es una exigencia de las instituciones que las moldean para obedecer a los sectores que detentan el poder. La supresión de las barreras morales y éticas ocurre en continuos desgastes por órdenes que implican la violencia contra grupos de personas más indefensas.
Al igual que en las filas de las organizaciones de tráfico de drogas, la enorme dificultad de acceso al empleo y a la educación superior, sumado a las necesidades básicas de alimentación y subsistencia son los móviles principales del enrolamiento en las fuerzas de seguridad.
Esta forma de explotación inhumana en ocasiones estalla y son estos mismos cuerpos policiales los que bajan las armas y piden perdón a la población. Sin una sindicalización o sin la elección de jefes de policía por el voto popular, nada bueno podría salir de esta revuelta; mucho menos si son directamente reemplazados por robots carentes de humanidad y más eficaces para la represión sin remordimientos.
Hay una pregunta válida que podemos hacernos: ¿Llegará el día en que todas las sociedades estarán en contra de la militarización/deshumanización de la seguridad y las nuevas figuras políticas promoverán la paz real como medida para resolver estos problemas? Es que los desastres que se avecinan son tan reales y fatales que no quedará prácticamente grupo humano sin motivo legítimo para protestar contra los gobiernos, sea por sus ahorros, el desempleo, la escasez y falta de los servicios básicos de luz, agua y gas o el aire infestado de humo.
Como vemos, la guerra contra las drogas es el programa perfecto para justificar la militarización y deshumanización de los cuerpos policiales en aquellos países que no sufren climas bélicos ni guerras civiles más graves.
También podemos apreciar que el narcotráfico es una verdadera empresa trasnacional, un gigante y poderoso grupo económico que destina a la gran masa obrera —prácticamente esclava— a hacer el trabajo sucio de venta al menudeo de tóxicos adulterados según la capacidad económica del consumidor.
En definitiva, presentado el narcotráfico como realmente funciona, es decir: controlado y regenteado por complejos entramados político-judiciales-policiales-económicos, sólo la propuesta de regulación de los mercados de drogas ilegalizadas le podría dar solución a la maraña de corrupción y violencia paraestatal. Cualquier política manodurista nos lleva al lugar donde ya estamos. Es urgente aplicar políticas de regulación legal, ya que no hay otras alternativas efectivas, ni siquiera provenientes de una inteligencia artificial.