Con la llegada de la cuarentena obligatoria, ocurrió que cedimos (y perdimos) la libertad de circular por el espacio público, de una manera abrupta. De golpe, tuvimos que cambiar nuestros hábitos, las rutinas y quedarnos en nuestras casas. También empezamos a consumir información en tiempo real, minuto a minuto, y monotemáticamente sobre el COVID-19 . Eso, por supuesto, tiene efectos directos en nosotres, en nuestra psiquis: desde cierta paranoia social hasta las singularidades de cada sujetx, ante la incertidumbre de este tiempo de reclusión social.
Muches pensadores están filosofando sobre los efectos que está produciendo la pandemia y la cuarentena, a nivel sociológico, político, económico. Desde el psicoanálisis, también se están elaborando las primeras interpretaciones. Luciano Lutereau, nuestro entrevistado, es psicoanalista y doctor en filosofía por la UBA. Allí, es docente e investigador. Publicó varios libros, entre ellos: Esos raros adolescentes nuevos y Edipo y Violencia. En la conversación, Luciano se expresa sobre el aislamiento y la cancelación del espacio público, de las fantasías paranóicas y las sesiones online. Sobre el final, comenta que podríamos pensar a la cuarentena como un duelo forzado.
Con la pandemia del Coronavirus se delimitó un afuera marcado, que tal vez no era tan claro antes en lo que era aquella cotidianeidad, porque podíamos transitar entre “los afuera y los adentros”. ¿Cómo podemos entender estos nuevos límites? ¿Por qué nos angustia todo esto?
Una cosa es la pandemia y otra la cuarentena obligatoria. Creo que con esta última, lo que se estableció es que ya no hay afuera. Hay simulacros del afuera, pero adentro, en el patio, en el balcón, etc., pero no como espacio público. Ni siquiera las redes sociales, ya que esta situación muestra lo indoor que son estas vías virtuales. Nadie es una persona pública en redes, somos personajes más o menos catárticos, más o menos publicitarios, en fin, nada de eso tiene que ver con la vida pública. Se trata de un espacio de interioridad ampliada, estetizada, sin una voz en sentido estricto. En las redes hay puro murmullo, nadie se constituye como sujeto a partir de lo que postea o en base a quienes odia. Este adentro es un espacio declarativo y trivial. La vida pública es otra cosa, pero con la pandemia lo que para mí queda de manifiesto es otra cuestión, que es hasta qué punto todo esto se enmarca en una crisis general del deseo. En el final de mi libro Edipo y violencia propuse la hipótesis de que el deseo ya era una forma vacía en Occidente y que la pulsión de muerte era la conservación de la mera vida. Era una idea, no pensaba que iba a tener razón, ¡hubiera querido todo lo contrario! ¿Sabés qué es lo que más que asusta en todo esto? La sumisión. El desplazamiento que se produjo, que lleva del miedo al virus al temor al oficial que pide un formulario irrisorio. El problema de la pandemia no es solamente a cuántos va a matar, sino cuántos antes ya estábamos muertos subjetivamente. Todos haciendo una cola para entrar a un supermercado, la más vulgar de las fantasías paranoides, que lleva a que muchos se den vuelta en la calle, calculando la proximidad, la gente que trabaja gratis de policía. La pandemia pone de manifiesto que no somos una sociedad civilizada, sino que el estado internamente opresivo ya es una realidad en cada uno de nosotros. El superyó ya no es una instancia de autoridad introyectada, ante la que rebelarse, sino una proyección policíaca en el semejante, que revela la poca resistencia del deseo”.
Te leía, primero en Instagram y después en Cheek, hablar de la cuarentena como un duelo forzado. ¿Qué hay para pensar, descubrir, de nosotros en esta restricción social? Más allá de que cada uno de nosotros lo atravesará de manera singular…
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A mí me preocupa la deserotización, la melancolía, el dejarse caer. Dejame que te cuente una anécdota. A principio de los ’80, Paul McCartney grabó Pipes of peace. Yo compré el cassette en los ’90 y lo escuché durante varias semanas seguidas. Luego lo olvidé. A fines de la década vi el video en Music21 y me volví a copar con la canción que le da título al disco. En el video, dos ejércitos enfrentados hacen una tregua en un día de fiesta, los generales se dan la mano y cada uno saca de su chaqueta una foto de su amada. Se las muestran, se felicitan por tener mujeres tan lindas. Entonces cae una bomba y todos corren a su trinchera. Ya apostados junto a las armas, cada general mete la mano en su bolsillo y se da cuenta de que tienen la foto ¡de la mujer del otro! Sonríen. Me parece un detalle muy divertido, porque demuestra que la paz sin un poquito de fantasía no sirve de nada. El video sería una tontería sentimental, si de fondo no tuviera el deseo de robarle la mujer al rival, de seducir a la mujer de otro, en fin, un deseo edípico. Pero esto no es lo más interesante, sino cómo a través del Edipo se juega algo más: ¿Qué guerra no es el erotismo por otras vías? Ahora la escena puede leerse al revés, ¿El amor no es una manera de que el estado de guerra no concluya? “Hagamos el amor, no la guerra”, se dijo una vez, pero esto demuestra que los términos son intercambiables. El problema es qué ocurre cuando no hay guerra, cuando ésta se enfría y se convierte en espionaje; esto es una pandemia, ¿cuáles son los deseos que quedan? ¿Qué deseos no ceden frente a las tecnologías de la información y el tiempo administrado, del home office, del amor por celular? Anoche charlaba con un amigo, que me preguntó, con ironía retórica: “¿Y si el virus no nos termina matando?”. Yo estaba medio bajón y le respondí lo que ya te dije: “Vamos a terminar descubriendo que ya estábamos muertos desde antes”. Hoy vuelvo a escuchar a Paul McCartney, es una pieza de museo, como el Edipo. Aunque también es cierto que en estos días escuché a diferentes personas que pasaron de tener miedo de morir por el virus, a fantasear con morirse de otra cosa: de soledad, por intoxicación, en un accidente yendo rápido de un lugar a otro, de sobredosis de porno, en cana, etc., y ¿sabés qué es toda ese morbo con el que fantasean? ¡El deseo! ¡Algunos ya están generando las defensas! Eros no se rinde del todo, al menos un poco resiste, agónico.
Siguiendo a Freud: ¿podríamos hablar de esta pandemia como una herida narcisista al ser humano?
Siguiendo a Freud, podríamos pensar en lo que está ocurriendo con aquellos casos en que algunas personas desarrollaron los síntomas sin estar contagiados. Esto demuestra que la pandemia no sólo es cuestión del organismo, también del psiquismo. Con Freud podríamos hablar de una pandemia psíquica, basada en la sugestión de quienes viven aterrorizados, para quienes el contagio acontece incluso sin haberse contagiado de manera efectiva. Interesante, ¿no? Ya en 1920 Freud hablaba de esto, por eso creo que el conjunto de medidas tomadas en estos días descuidaron la salud mental de las personas, que en muchos casos quedaron libradas a ataques de pánico, a crisis de angustia, a las más diversas formas de ansiedad, a veces sin cobertura de sus obras sociales o prepagas, sin que nada de eso estuviera previsto y, vos me dirás, ¡pero era una emergencia! Y yo te voy a responder que sí, pero que la emergencia se trató solamente desde el punto de vista de la hegemonía del paradigma médico, sin tener en cuenta las consecuencias que esto va a tener en la vida psíquica de las personas, pero porque como decía antes, se trata de conservar la vida, aún cuando sea una vida desubjetivada. Si yo creyese que la vida desubjetivada es vida, habría sido médico; por eso me dediqué al psicoanálisis y, a propósito de este contagio psíquico, recuerdo que en febrero de este año dicté con mis amigos Carlos Quiroga y Marina Esborraz un seminario que se llamó “¿Dónde están las histéricas?” y, acá tenés, un mes después nuestra idea confirmada: que la histeria no está en el cuerpo, salvo en ligeras incomodidades que se tratan mejor con fármacos, sino en lo social. Antes que una psicosis social, la pandemia generó un brote de histeria paranoide, ya no sintomática, por eso como dice Carlos, habría que distinguir entre la histeria como normalidad y la histeria de conversión, que produce afecciones en el cuerpo; esta histeria sin cuerpo es la que vive amenazada por un virus, al que imagina como un bicho, un intruso que se metería sin consentimiento, abusivo, en fin, no sería complicado corroborar aquí los elementos de una fantasía de seducción; cuando exposición no es sinónimo de contagio, contagio no es equivalente a desarrollar una enfermedad, desarrollar una enfermedad no es lo mismo que estar en el pequeño porcentaje de personas cuya vida podría peligrar. No minimizo nada, pero sí me parece que es momento de distinguir la eficacia de ciertas fantasías.
Ya que mencionaste la complejidad de la asistencia en salud mental en este contexto de pandemia. ¿Qué pensás de las sesiones online? Hay quienes han decidido dejar los tratamientos. Entre psicólogues, algunes las aconsejan, otres no.
Esto se relaciona con lo que dije antes sobre la histeria como normalidad. Invertiría la cuestión y diría que me llama la atención el caso de aquellos para quienes se trató de pasar a lo virtual sin ningún tipo de fricción. Es una resistencia básica, la aparición mínima del sujeto que, desde su histeria fundamental, niega, dice que no, dejame pensar, muy bien, eso es saludable. Si después de todo, es una exigencia del contexto, qué más sano que sublevarse. Conozco varios casos de personas que, al principio, dijeron que no y, luego de unos días, restablecieron los tratamientos. Otros lo harán más adelante. En fin, no se trata de la oferta de un servicio, sino del erotismo con que los analistas trabajamos. Incluso me pongo histérico yo y, en chiste, te pregunto: ¿cómo va a darme lo mismo que un paciente venga a verme a que no? ¡Por favor! Me divierte todo esto porque no se trata de una cuestión técnica ni tecnológica. Es lo que llamamos “transferencia”. Cualquiera que se dedica a esta práctica está acostumbrado a que los pacientes, que pagan por sus sesiones (independientemente de lo que cada analista cobre, digo esto para distinguir entre pago y cobro, como lo hice en mi libro El psicoanálisis no es un trabajo) también facturan lo que les pasa en su vida cotidiana, sea una ruptura amorosa, una desacierto laboral, lo que sea, es la más simple de las formas de vínculo con el analista, la más infantil, porque es semejante a la del niño que le echa la culpa a la mamá por aquello que lo frustró. Entonces, después de hablar de amor durante meses en análisis, tuve un desengaño, ¡dejo el análisis! Lo mismo si llega una pandemia y mi vida se limita en muchos aspectos, ¡castigo el análisis! Lo central es que el analista pueda maniobrar con eso y lo vea como parte de la dinámica misma del tratamiento. Enojarse, castigar, depositar la culpa en el otro, dirigir un poquito de ese odio ridículo, ¡es preferible esto a que se haga una cuenta en Twitter!, son formas básicas del amor, un modo en que el erotismo resiste y hace lazo, una modo prístino del sujeto, ese que tanto necesitamos para que haya análisis, aunque en un momento implique que el paciente se vaya, ¡al menos se va como sujeto! En fin, a veces quisiéramos que esa histeria elemental se cure, otras alcanza con que al menos sea un punto de llegada.
Me interesó mucho la pregunta que reformulaste en una nota de Infobae. ¿Por qué incluso amenazados, necesitamos celebrar ciertas ceremonias mínimas como los cumpleaños?
Justamente por esto que dije antes, porque en esos pequeños ritos cotidianos se instituye la subjetividad. El sujeto es corte, ruptura con lo continuo, mientras que hoy estamos atados a la continuidad de las horas, de los días, ¿cómo se distingue el momento en que se trabaja del que no? ¿Cómo se distingue un día hábil de un fin de semana? ¿No vemos a los padres devenidos maestros perseguir a sus hijos con tareas los domingos? Por cierto, hoy es feriado, ¿para quién tiene sentido esto? Es la vida enfermante del home office, para la cual no cualquiera está preparado, me acuerdo una vez que respondí un correo de la organización de unas jornadas, que me llegó un domingo, diciéndoles que se dejen de joder, que hay que estar mal de la cabeza para mandar un mail de laburo un domingo; en casa siempre se trata de ganar tiempo, por eso la primera reacción en esta cuarentena fue la de “aprovechar”, aunque ahora parece que la gente ya empezó a tranquilizarse, pero entonces se jactan de aprovechar que no aprovechan, en fin, al igual que todos yo trato de sobrevivir: me dedico a tocar la guitarra y a cantar en estos días.
“Si algo caracteriza al adolescente es vivir por fuera del tiempo productivo” dijiste en una nota en Página12, sobre tu libro Esos raros adolescentes nuevos. En esa línea de pensamiento: ¿Qué pasa con la demanda externa de productividad que tienen los adolescentes cuando ese imperativo –de los adultos- ya no puede sostenerse en este contexto de cuarentena?
No sé si entiendo bien la pregunta, pero creo que después de una primera respuesta defensiva, por parte de los jóvenes, hoy en día son quienes la están llevando muy bien. Con aquellos que converso, me cuentan que se dedican a cocinar, hacen algunas tareas domésticas, esto me parece interesante: es como si se estuvieran apropiando de aquello que los padres habitualmente demandan, pero en la medida en que estos están medio quemados. En el libro yo hablo justamente de lo contrario, del problema de que estemos en camino a una generación de jóvenes inútiles, que no sepan cambiar una bombita o poner la ropa a lavar. En estos días, empiezo a notar lo contrario. Es aliviante. Porque no escuché que los jóvenes hablasen especialmente de las privaciones que impuso la cuarentena, pueden dejar eso para más adelante y, mientras tanto, encuentran un hacer que no es necesariamente productivo aunque sus efectos lo sean.
Pensándolo a la inversa. ¿Se puede pensar en un “regreso” a la adolescencia de los adultos, con la cuarentena?
Buena pregunta. ¿Lo decís porque me paso el día tocando la guitarra? —responde Luciano entre risas, que puedo percibir atrás del teléfono. —Puede ser. Igual toco mal, el regreso a la adolescencia no va a ser para mejorar. Sí podría decirte que me llamó la atención que, en estos días, muchos varones adultos soñaron con sus novias de la juventud. No sé si es algo para generalizar. No lo es, pero por eso hagámoslo, para no tener que decir algo verdadero, sino para jugar con la idea. ¿Qué te parece si pensamos que los varones adultos están por fin haciendo el duelo por esas novias de antaño y a las que tan mal trataron? ¡No estaría mal! ¡Ahí está la cuarentena como duelo forzado! Y habría hecho por la deconstrucción de la masculinidad hegemónica mucho más que los grupos de varones que se juntan a tejer. Me gusta esta idea. Dejémosla planteada y veamos en un tiempo si se sostiene.