“Las ciencias de hoy, si las abordamos sin conformismo científico,
dialogan con los antiguos magos, alquimistas, taumaturgos.
Se produce una revolución ante nuestros ojos,
y es el inesperado matrimonio de la razón,
en la cima de sus conquistas,
con la intuición espiritual.”
El retorno de los brujos – Louis Pauwels, Jacques Bergier – 1960
…Y quizás sea en el terreno de la Ciencia Psicodélica y la fármacoenteognosia donde más fecunda se encuentra aquella visión pronunciada hace ya sesenta años en El retorno de los brujos.
Magos, alquimistas, taumaturgos… también chamanes, curanderas y herbolarias, cabría agregar. Pues ¿qué sería de la Ciencia Psicodélica de hoy, sin la colaboración de la sacerdotisa mazateca María Sabina? ¿De dónde hubiese obtenido Arthur Heffter los medios para aislar la mescalina, de haberse ignorado el peyote como medio sacramental por excelencia de indígenas norteamericanes?
Y cómo no resaltar que (si bien la dimetiltriptamina fue sintetizada por primera vez en 1931, y los inhibidores de la monoaminooxidasa unos veinte años más tarde) con el descubrimiento del uso centenario del ayahuasca por parte de tribus amazónicas, se puso en evidencia que éstas ya conocían los complejos mecanismos para hacer de la DMT una sustancia activa oralmente, la que (sin combinación con IMAO’s) sería completamente inocua.
Pero hay que poner este hallazgo en su verdadera dimensión: “He aquí, pues, que gente sin microscopio electrónico ni formación en bioquímica, selecciona las hojas de un arbusto entre las sesenta mil especies amazónicas de plantas superiores, que contiene una hormona cerebral precisa, y que combinan con una sustancia que bloquea la acción de una enzima específica del aparato digestivo, encontrada en una liana, con el fin deliberado de modificar su estado de conciencia.” (La serpiente cósmica. El ADN y los orígenes del saber. Jeremy Narby, 1997).
Albert Hofmann es compelido en 1943, por una intuición, a volver sobre esa molécula que dejó de lado cinco años atrás y al revisitarla, encuentra el psicodélico más poderoso del planeta, cuyos precursores ya utilizan nativxs mexicanos desde hace siglos; Schultes es acogido, durante largas estadías, por pueblos indígenas de la cuenca de la Amazonía, aprendiendo sus lenguas, y participando de sus ceremonias, reportando el uso de centenares de plantas y diversos compuestos psicoactivos desconocidos para occidente; Gordon Wasson le retribuye a Maria Sabina un frasco de psilocibina, aislada y sintetizada en el mismo laboratorio que se descubrió el LSD. Stanislav Grof desarrolla un método, con técnicas de respiración, en un contexto adecuado, que desencadena los mismos efectos que los rituales indígenas. Jacques Mabit, psiquiatra francés, funda un centro de rehabilitación para drogadependientes en plena selva peruana, brindando psicoterapia y medicina indígena por igual, luego de haber sido iniciado por los propios nativos en el arte del curanderismo ayahuasquero.
“Lo que importa es ver hasta qué punto la ruta esencial del pensamiento llamado tradicional desemboca en el movimiento del pensamiento contemporáneo. La física, la biología, las matemáticas, en su extremo último, vuelven hoy a manejar ciertos datos del esoterismo, resucitar ciertas visiones del Cosmos, relaciones de la energía y la materia, que son visiones ancestrales.” – El retorno de los brujos – Louis Pauwels, Jacques Bergier – 1960
En este vaivén entre científicxs y chamanes, comienzan a expandirse y brotar, en la segunda mitad del siglo pasado, técnicas de cultivo de hongos en las ciudades; Jonathan Ott divulga ingredientes para elaborar análogos del ayahuasca en cualquier cocina, a fin de resguardar la selva y a sus pobladores del turismo chamánico. Alexander Shulgin se dispone a sintetizar cuanta molécula psiquedélica pueda, siguiendo las rutas de las triptaminas y fenetilaminas, y así produce más de doscientoscincuenta compuestos, los cuales prueba en sí mismo y cuyas recetas publica en dos libros, en co-autoría con su pareja Ann Gotlieb.
Comienza a establecerse así un diálogo entre el saber tradicional chamánico y la ciencia de vanguardia. Nacen de estos hallazgos, los gérmenes de lo que hoy llamamos Ciencia Psiquedélica. Pero de este intercambio ¿se han beneficiado ambos mundos por igual?
La Ciencia Psicodélica
Esta Ciencia de la Conciencia, tan joven como entusiasta, encabeza investigaciones y proyectos actuales que son sumamente prometedores. Es bien conocido el hecho de que se han aprobado una enorme cantidad de ensayos clínicos con psilocibina (ingrediente activo de los hongos mágicos) en estos últimos años, demostrando su capacidad para tratar depresiones profundas, estados de ansiedad en pacientes terminales, además de tabaquismo, alcoholismo, anorexia nerviosa, etcétera. Es por lo tanto muy posible que veamos pronto a psiquiatras de distintas partes del mundo recetar el compuesto activo de los hongos, bajo forma comercial sintética.
Esto explica en paralelo, la oleada de nuevos cultivadores y vendedores de hongos que están llegando por las redes sociales, desde el norte del continente. También explica la aparente tolerancia para con los talleres de cultivo y la circulación de kits a la luz del día, dentro de nuestras propias fronteras.
La misma suerte que la psilocibina corre para la MDMA (éxtasis) con las pruebas hechas por la ONG MAPS, en el país del norte, pero en este caso orientado hacia el trastorno de estrés postraumático, cuyos tratamientos han sido dirigidos ¿estratégicamente? hacia veteranos de guerra.
En ambos casos, resta la fase 3 de ensayos clínicos, con lo que la eficacia debe ser demostrada en grupos mayores a un millar de personas. Si los resultados vuelven a ser positivos, es muy factible que ambas drogas sean aprobadas pronto para uso médico en EEUU y, como de costumbre, que la mayoría de los países occidentales adopte esta medida. Al mismo tiempo, ya es un hecho que en distintas ciudades de aquellas latitudes, como Denver, Oakland o Santa Cruz, se han despenalizado cannabis, hongos, cactus y otros compuestos visionarios. También sucede que ya se ha aprobado el uso de la ketamina como antidepresivo.
Es decir, la Ciencia Psicodélica viene de la mano de una Medicina Psicodélica, la cual en muchos casos le precede. En lo que respecta a nuestro país, cabe destacar que la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) está poniendo de relieve, en sus cursos de actualización sobre psicofarmacología, las propiedades de las antedichas esperadas nuevas medicinas: Psilocibina, Mdma y Ketamina.
Debemos también resaltar que el laboratorio COCUCO, dirigido por el físico y neurocientífico Enzo Tagliazzucchi, ha realizado el año pasado el primer experimento psiquedélico de la historia de la ciencia argentina, con la molécula DMT, en contextos “orgánicos” o naturales, es decir: fuera del laboratorio. El director del proyecto está entre quienes, una vez más, señalan: “Es interesante pensar en la enorme sabiduría acumulada por las comunidades amazónicas a lo largo de siglos que fue capaz de conducir -sin ningún conocimiento académico de química orgánica o farmacología- a la combinación justa de ingredientes para liberar el potencial psicodélico del DMT” (Un libro sobre drogas, El gato y la caja, 2017).
El tablero del escenario actual
Ahora bien, para quienes no sabemos qué tan alentador es este escenario, tal vez tanto el optimismo como la preocupación estén justificadas. Y en la incertidumbre cotidiana que nos está tocando vivir, podemos declararnos también en esta temática con emociones encontradas.
Porque por un lado, ¿quién puede dudar de que la raza humana necesita un salto astronómico en sus medicinas para el alma? ¿Qué persona que alcanzó el éxtasis con plantas no ha querido compartir su dicha con toda la humanidad? ¿No somos muches acaso les que pensamos que tenemos como especie demasiado por aprender y por sanar, de modo inversamente proporcional a la cantidad de tiempo que le estamos dando al Planeta Tierra antes de un irreversible colapso?
¿Cómo olvidarnos de que estas aparentes innovaciones se están dando en el seno de un sistema orgullosamente materialista, donde las farmacéuticas tienen intereses económicos incalculables muy bien instalados, y dudosamente cedan un ápice de su poder?
En este sentido, que la ciencia, la medicina y la sociedad se abran a estas “nuevas” medicinas ancestrales, resulta tan crítico como necesario y prometedor. Ahora bien, ¿cómo olvidarnos, al mismo tiempo, de que estas aparentes innovaciones se están dando en el seno de un sistema orgullosamente materialista, donde las farmacéuticas tienen intereses económicos incalculables muy bien instalados, y dudosamente cedan un ápice de su poder? ¿Cómo no tener en cuenta que toda esta medicina prometida puede venir de mano de una psiquiatría que año a año sigue agrandando sus manuales y catálogos de trastornos, en los cuales estamos todes incluides, y de los que nadie se escapa sin chaleco de fuerza?
¿Habremos de devenir todes locxs para recibir estas sublimes pócimas? ¿Y de qué servirá si éstas permanecen bajo diez llaves en una caja fuerte, cuyos candados sólo puede abrir la mano autorizada de la medicina, para dárselas bajo receta triplicada a quien supuestamente corresponda (y pueda pagarlas) bajo criterios diagnóstico-industriales, mientras que cultivadores y usuaries no-medicinales siguen siendo perseguides, estigmatizades y encarcelades, vulnerades en sus derechos, como de hecho aun sucede con cultivadores cannábicxs?
En fin, ¿serán psicodélicos y enteógenos, disimulados bajo guardapolvos médicos, el caballo de troya que destrone el monopolio de la consciencia y nos restituya las innatas libertades cognitivas? ¿O por el contrario, correrán la misma suerte que la energía atómica, puesta al servicio de fines tan innobles como opuestos a los del origen de su descubrimiento? ¿Serán coaptados por el mercado y el sistema capitalista para convertirse en un láudano más del sufrimiento cotidiano, o aprovecharemos su potencial transformador para revolucionarnos y revolucionarlo todo? ¿Serán el Soma de Un mundo Feliz o el Moksha de La Isla?
Yo no tengo las respuestas a estas preguntas. De hecho, no tengo más que preguntas. Pero en este mundo en jaque no podemos dormirnos en los laureles, ni en ninguna otra planta. No deberíamos conformarnos o fascinarnos con meros espejitos de colores, así sean psicodélicos. Necesitamos perpetrar el pensamiento crítico y reflexivo sobre aquellas prácticas disimuladas tras lo aparente, así se trate de (y principalmente si se imponen como) supuestas verdades científicas incuestionables… y comercializables.
Ilustración de Adriel Radovitzky
¿Muerte del ego o inflación del yo?
Sin dejar de celebrar que los psicodélicos estén hoy bajo el microscopio de la óptica médica, siguen habiendo tensiones que sostener, debates que plantear, aspectos implícitos que hacer manifiestos:
– La ciencia psicodélica no deja de ser mayormente parte de “La Ciencia” con mayúsculas. Es decir, responde en gran medida al paradigma positivista hegemónico, reduccionista, racionalista y materialista (donde la conciencia sería un mero epifenómeno de la suma de las partes del cerebro.)
– Esta ciencia tiene, desde ya, un enorme potencial técnico y tecnológico a disposición, para nada despreciable, y del todo aprovechable. Pero en su afán tecnicista incurre indefectiblemente en una obsesiva actitud disociativa/diseccionadora: lo que le interesan no son tanto los entes vegetales (hongos, cactus, plantas) como aislar sus principios activos; no atiende tanto al contenido de las experiencias visionarias, pues busca los receptores cerebrales involucrados; y menos aún le interesa contemplar los contextos ecológicos y culturales de donde estas medicinas provienen, si no las pruebas doble-ciego de laboratorio. (Ejemplo: del cannabis se ha reducido todo el potencial terapéutico a dos principios: CBD y THC)
– No olvidemos que, incesantemente, la ciencia hegemónica se confunde con (y es puesta al servicio de) intereses económicos clasistas, patriarcales y euro-antropocéntricos. En un mundo que entrona la meritocracia pero ausculta el sistema de privilegios subyacentes, puede que una ciencia psicodélica mainstream no quede por fuera de esta lógica.
– Cobra cuerpo y se robustece así una Psicodelia “del yo”, que aboga por Estados Ampliados de Conciencia pero borra todo rastro de lo inconsciente: como narra André Green en El Inconsciente y la Ciencia (1991) “Saber del hombre más que de la mujer, saber del cerebro izquierdo más que del diestro, y saber del psiquismo del individuo despierto más que del dormido, sin hablar de la referencia al adulto, blanco, civilizado”
– En esta línea, parece perpetuarse la invisibilización, explotación y extinción de los saberes indígenas y sus poblaciones, de quienes, debemos recordar, proviene la mayor cantidad de conocimiento farmacobotánico del que hace uso la propia medicina occidental, y quienes son los menos beneficiados de todo este progreso, sino acaso los más perjudicados. Jeremy Narby (1997) señala que el “74% de los remedios o de las drogas de origen vegetal utilizadas en la farmacopea moderna han sido descubiertas, en primer lugar, por sociedades «tradicionales»”.
Redondeando: el paradigma “psicodélico” y su ciencia, es un fenómeno eminentemente anglosajón, y cabe preguntarse si no es (o no le permitimos ser) también en buena medida, colonialista. Y mientras el arsenal técnico de la ciencia, psicodélica, es estridente y aparatoso, es evidente que ésta no ha traído aparejada una “filosofía” psicodélica igual de resonante, que no sea a fuerza de préstamos o apropiaciones epistémicas, culturales. Por mencionar una excepción destacable, existen espacios como el Congreso Universitario de Sustancias Psicoactivas, realizado desde 2014 año a año en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
¿Psicodélicos o Enteógenos?
Puede que el contrapunto necesario para balancear el sobrepeso tecnicista-materialista-reduccionista de la Ciencia Psicodélica sea atender y reivindicar, por lo pronto, el concepto de Enteógeno (en=interior, theos=divinidad, genos=generación). No hay en este el “tufo teológico” que acusaba Terence Mckenna, cabe aclarar que a esta apreciación de Mckenna, expuesta en El manjar de los dioses, Jonathan Ott le recrimina la contradicción de expresarla en una obra que lleva ese nombre.
Lo que busca es no perder el diálogo con la concepción “animista” y sacramental, tanto de los medios extáticos, como de los contextos en los que se utilizan. La connotación refiere a un paradigma, o aún mejor una cosmovisión complementaria (y no necesariamente excluyente) de la que impera hoy, donde se destaca la trama que todo lo une; la red de relaciones de la que nada ni nadie se escapa. Podríamos también decir Medicinas Visionarias, dándole raigambre más próxima a las tradiciones del Abya Yala.
Es evidente que hablar de Sustancia, Set & Setting (propio de la Ciencia Psicodélica) acarrea la voluntad de enfriar el fenómeno, dándole un tono neutral y racional, desprovisto de toda suntuosidad ritual-ceremonial. Por otro lado, el mero concepto de “droga”, propio de una sociedad consumista, ya mostró su obsoleta estrechez o imprecisión. Y no es para menos, cuando hablamos de compuestos que favorecen conexiones profundas con la naturaleza, las energías, los espíritus y el Ser; que se han utilizado por milenios como medio de aprendizaje y terapéutica. Por lo que tomarlos como simples “psicodélicos” se queda corto, en tiempo y alcance. Lejos están de quedar reducidos a elementos de una experiencia individual, lúdica y autocomplaciente (sin que nada de esto sea peyorativo per se).
La etimología de psicodélico dicta: psique- mente/espíritu dellos- manifestación… “que (se) manifiesta (en) la mente.” Eso está bien, pero ¿es suficiente? ¿No describe así sólo la más superficial de las profundidades de la experiencia (subjetiva, mental, egoica)? Pero no se trata de invalidar un término por otro. Se trata de elucidar sus acepciones y comprender sus contextos.
Finalmente, ¿qué utilidad evolutiva tendrían los Estados Ampliados de Conciencia si, en el límite, dicha ampliación no nos procurase una apertura de nuestra clausura individual? En esa dirección van los aportes de la moderna Psicología Transpersonal. Pues el tan proclamado “despertar de la conciencia” individual no puede sino conducir, en el límite, a una toma de conciencia de lo social. Puesto que, ¡ay! ¡sólo puede darse en su seno!
Pero aún más: la toma de conciencia social no puede sino acarrear, en el extremo, un despertar de la conciencia ecológica, planetaria, de la cual emerge y cuya condición es sine qua non para la subsistencia y permanencia en la Tierra.
Sirva toda esta digresión aparente para intentar sentar las bases de un abordaje amplio: somos seres naturales, pero también culturales. En nuestros cerebros residen potencias empírico-lógico-racionales, e igualmente, facultades mítico-mágico-simbólicas, echando mano de los conceptos de Edgar Morin propuestos en El Método III: El conocimiento del conocimiento (1977). Y si la ciencia psicodélica se sirve de las primeras, la concepción visionaria-enteogénica es solidaria con las segundas.
Somos seres bi-hemisféricxs. No se trata de amputar ningún lóbulo a nuestro órgano más caro, si no de comenzar a gestar un verdadero diálogo entre ambas partes, lo cual no es diferente a poner a dialogar distintas cosmovisiones.
Tampoco se trata de equilibrar todas las fuerzas, dejándolas en cero. No proponemos una síntesis globalizante, resultante de la armónica dialéctica entre tesis y antítesis. Debemos vérnosla con la ruptura, la confrontación, la contradicción, la discontinuidad, las paradojas e incertidumbres permanentes de habitar, y estar habitades, por un pensamiento mítico-mágico-simbólico (“enteogénico”) y otro empírico-lógico-racional (científico “psicodélico”).
Quizás por este camino dialógico, recursivo y fractal-hologramático, citando nuevamente la terminología de Morin propuesta en “El Método”, comencemos a procurarnos, además de una necesaria Ciencia Psicodélica, también una verdadera Filosofía Psicodélica. La que a su vez nuevamente, en el límite, haga parir una inminente e indispensable Epistemología Psiquedélica.