La ciencia avanza, los estudios se acumulan, pero las leyes se mantienen ancladas en el pasado, negandonos el derecho a explorar una alternativa que podría aliviar el sufrimiento de mi padre y de tantos otros. Mientras la desesperanza crece, me pregunto: ¿cuánto tiempo más tendremos que esperar para que la empatía y la razón prevalezcan sobre el deseo de castigar y la ignorancia?
Si bien la investigación sobre el cannabis y sus posibles beneficios en enfermedades neurodegenerativas como la demencia y el Alzheimer está en curso, la criminalización de esta planta representa un obstáculo significativo para el avance científico.
Desde hace varios años, existen instituciones y científicos valientes que se atreven a desafiar el statu quo y explorar el potencial terapéutico del cannabis en enfermedades neurodegenerativas.
En 2015, científicos del Instituto Salk en California publicaron un estudio en la revista Aging and Mechanisms of Disease que demostraba cómo el THC podía reducir la inflamación y la acumulación de proteínas beta-amiloides en neuronas humanas cultivadas en laboratorio, dos procesos clave en el desarrollo del Alzheimer.
En España, el grupo de investigación en Neuropsicofarmacología de la Universidad Complutense de Madrid ha realizado estudios preclínicos que sugieren que el cannabidiol (CBD) podría tener efectos beneficiosos en modelos animales de la enfermedad de Alzheimer, mejorando la memoria y reduciendo la neuroinflamación.
Por otro lado, científicos del Instituto de Investigación Scripps en California han investigado el potencial del CBD para tratar la demencia frontotemporal, una forma de demencia menos común pero igualmente devastadora. Sus estudios en modelos animales han mostrado resultados prometedores en la reducción de la neuroinflamación y la mejora de la función cognitiva.
Además de su potencial en enfermedades neurodegenerativas, el cannabis ha mostrado beneficios prometedores en una amplia gama de padecimientos, lo que subraya aún más la necesidad de una investigación más profunda y un acceso más amplio a tratamientos basados en esta planta.
Los costos de la prohibición
La demencia está desdibujando lentamente la imagen de mi padre, borrando recuerdos y confundiendo su realidad. A veces mira con los ojos llenos de desconcierto y dice ¿“vamos?”, como si el hogar que ha habitado durante años se hubiera transformado en un lugar extraño e irreconocible.
Sabe que tiene una hija que se llama Noelia, un nombre que repite con cariño, pero en ocasiones la conexión se rompe y, al verme, me observa con la misma curiosidad que a un extraño. Incluso, si nos cruzamos con alguien en la calle, me pregunta en un susurro: “¿Esa es Noelia?”.
Es desgarrador presenciar cómo la enfermedad le arrebata pedazos de su vida, de su identidad, y nos deja a nosotros, su familia, atrapados en una dolorosa incertidumbre, luchando por aferrarnos a los fragmentos de su memoria que aún persisten.
En una consulta con la psiquiatra sobre los avances de la demencia de mi padre y las potencialidades del cannabis, mi corazón se llenó de frustración y desesperanza. Su respuesta fue tajante y realista: “Lamentablemente, no hay suficientes estudios concluyentes para que yo le prescriba cannabis a su padre”.
Sus palabras me permiten concluir que todos estamos atrapados en un laberinto burocrático, donde la ciencia se ve frenada por el miedo y la desinformación.
El deseo de castigar a quienes hacen uso adulto de la planta, impide avanzar en los estudios respecto a los beneficios médicos. Cada vez se descubren más, pero para evitar el consumo recreativo, se condena a la sociedad en su conjunto a no poder aprovechar su potencial terapéutico.
¿No sería más sensato regular y educar, en lugar de prohibir y castigar? Abrir la puerta a la legalización del cannabis, para todos sus fines, podría ser la clave para desatar su potencial y permitir que la ciencia y la sensibilidad florezcan, en beneficio de todas las personas.
Hasta que la razón prevalezca
La demencia de papá avanza, y con cada paso que da hacia el olvido, mi indignación crece. Es inadmisible que, en pleno siglo XXI, la ciencia siga siendo rehén de la ignorancia y el miedo. La criminalización del cannabis no solo frena el avance de la investigación médica, sino que también nos priva de la posibilidad de aliviar el sufrimiento de quienes más lo necesitan.
A pesar de la existencia del Reprocann (Registro del Programa de Cannabis), el acceso al cannabis medicinal en Argentina sigue siendo un camino lleno de obstáculos burocráticos. Muchas personas que necesitan tratamientos con cannabis se enfrentan a trabas que les impiden obtener la autorización y se ven obligadas a recurrir a la justicia para acceder a su derecho a la salud.
Las demoras excesivas en el proceso de aprobación del Reprocann exponen a los pacientes a ser perseguidos por la justicia penal, ya que se ven obligados a cultivar o adquirir cannabis de forma ilegal para aliviar sus dolencias, lo que los coloca en una situación de vulnerabilidad e inseguridad jurídica.
Quizás es hora de replantearnos nuestra postura frente al cannabis y permitir el consumo adulto, para todos los fines. Solo así podremos romper las cadenas que atan a la ciencia y abrir las puertas a un futuro donde el potencial terapéutico de esta planta pueda ser aprovechado en su totalidad, sin condenar a quienes buscan alivio en ella.