Por Jésica Dittrich
Arranquemos.
Como siempre, se debe empezar con el título. El mismo reza: “Niñas madres con mayúsculas”. Un oxímoron, dos términos opuestos en una sola oración: niña y madre. Una nena embarazada es una nena violada, que sufrió una de las peores violencias que puede sufrir una persona. Y a las mayúsculas, sería más pertinente ponerlas en una palabra ausente: delito.
Arranquemos ahora sí con el cuerpo del artículo. “Algunas niñas madres a edades en las que mejor habría correspondido que estuvieran estudiando y atendiendo su formación”, dice el segundo párrafo. El problema acá, es la construcción “mejor habría”. No. Mejor habría nada. Las niñas, las víctimas, deberían estar haciendo lo que les corresponde, sin ponernos moralistas, a los 12 años: jugar, ir a la escuela, quejarse, enamorarse, fanatizarse con algo, bailar. No parir, no sostener un embarazo. No ser violadas. No ser vulneradas. No ser estigmatizadas.
Párrafo siguiente: “Perdió a ese bebé naturalmente y quedó nuevamente embarazada al año siguiente cuando su tía se la “olvidó” en casa de un muchacho”, se lee refiriéndose a una nena. Las comillas culpabilizan a la tía. No, La Nación, el problema no es que la familiar la dejó sola. Nadie tiene derecho a tocar a nadie. Y menos violar. Una vez más, se culpabiliza a las mujeres. ¿Cuánta diferencia hay entre esta oración y el comentario del facho preguntando por los padres ante un abuso sexual? Poca.
Dos oraciones más tarde: “Otra niña, identificada como “L”, que sufrió abuso sexual y fue mamá a los 13, expresó(…)”. No, estimades periodistas, no fue abuso, fue violación. La víctima tenía 13 años y hubo acceso carnal. Violación y con mayúsculas. Acá sí van.
Avancemos. La nota no mejora. “El relato de estas realidades mueve a reflexionar sobre lo que es natural en la mujer, lo que le viene de su instinto de madre, lo que le nace de sus ovarios casi infantiles”, se escribe. ¿Cuál es el problema de esta frase? Hablar de un supuesto instinto maternal, lo cual es una falacia servicial a quienes dicen que nuestro destino es ser madres. El supuesto instinto no es más que una construcción sociocultural y patriarcal. Asimismo, esta idea quita de un lugar de responsabilidad al padre ya que “naturalmente” el cuidado de les hijes recae en la mujer. Qué oportuno…
Otro párrafo: “resulta admirable y emocionante ver desplegarse el instinto materno”, escribe le periodista sobre las dos niñas en las que se basa la nota. No, no romanticemos nenas embarazadas y pariendo. No, no las pongamos en un lugar de ternura. No, no son adorables: son víctimas, son violentadas, están, muchas veces, desinformadas con respecto a sus derechos y a todo lo que conlleva la Educación Sexual Integral. Recordá como eras vos a los 12, o mirá a tu hermanita, a tu prima, a tu vecina de esa edad. ¿Te parecería adorable pensarte/la pariendo? Pariendo, como la nena jujeña de 12 años a la que le practicaron una cesárea, en contra de su deseo. ¿No te corre un frío por la espalda?
El mismo párrafo va en declive. Cito y comento. “Despedaza el pañuelo verde, al error inducido del “yo decido sobre mi cuerpo””. Paremos ahí. ¿Acaso es un error decidir sobre nuestros cuerpos? ¿Acaso no nos pertenece lo que llevamos a todas partes? ¿Acaso somos propiedad privada de otras personas? Y podemos seguir con los “acaso”, pero continuamos con la nota: “al feto como desprovisto de vida”, escribe le autore, refiriéndose al discurso feminista. Error. Las personas que luchamos por el aborto legal, seguro y gratuito, afirmamos que el feto es una vida, pero no una persona. Sin embargo aclaramos que se trata de una vida que ni siquiera tiene desarrollado el SNC y que, antes de las ocho semanas, es apenas un embrión. Ni un feto ni un embrión se compara con la existencia de una niña violada, con identidad formada, con deseos, con sueños, con miedos, con conciencia de sí misma. La equiparación es peligrosa. Y violenta, sobre todo. Horror.
El artículo continúa: “(…)de un bebé por nacer que se desea eliminar asesinándolo”, se puede leer en esta nota cargada de odio. Aborto no es asesinato. Aborto, para estas niñas, es un derecho casi centenario. Un derecho negado o ni siquiera conocido por las nenas y las familias que suelen estar en estado de vulnerabilidad casi total. Y, si nos ponemos más fines, hablemos de que un feto o un embrión no es un bebé. Un bebé se convierte en tal desde el momento en el que nace, antes es cigoto, embrión o feto, en ese orden. La biología, a febrero.
Hasta acá, vomitivo, pero continuamos: “Admiración hacia las niñas madres, madrazas por cierto.” Asco. Una niña que parió (no me atrevo a usar el término madre) no es una heroína, aunque el patriarcado le quiera poner la capa. Es solo una pequeña a la que la violencia sexual no le permite vivir una infancia sana. Una pequeña que ve vulnerada su calidad de vida. Nada para aplaudir. Nada para festejar.
Seguimos, queda poco. “Bienvenida a los felices niños”, se lee. Felices, se asevera, desconociendo las condiciones en las que van a vivir eses niñes. Condiciones tanto económicas como de afecto y salubridad. No queremos más casos como los de Esperanza, que nació tras seis meses de gestación obligada, para solo vivir una agonía.
La nota sigue y comenta: “Tristeza para las “abuelas abortistas” que felizmente no lograron su criminal propósito”. ¿Acaso le periodista que siente “tristeza” sabe si esta familia tiene los recursos edilicios y económicos para traer al hogar a une bebé? ¿Sabe si la niña conocía la ley que le permite abortar? ¿Sabe si la niña accedía a la ESI? Otro problema: el término “abortista” está usado de forma despectiva. Y acá no hay respeto, acá no hay una postura abierta al diálogo: acá hay misoginia pura y dura. Acá hay una militancia antiderecho.
Casi termina este párrafo: “tanto si sus embarazos fueron deseados como si fueron causados por una violación, por ignorancia o estado de necesidad”, dice quien redacta. Y esto es peligroso por dos motivos, primero porque equipara un embarazo deseado con otros que son producto de violencias múltiples. Y, por otra parte, un embarazo a los 12 años jamás puede ser deseado, porque es consecuencia de una violación. Y esto es macabro.
La nota continúa, podemos escribir aún más. Sin embargo, caeríamos en redundancias innecesarias. Sí nos parece expresar, como medio, nuestro repudio hacia este artículo, que reproduce la opresión patriarcal hacia las mujeres y que justifica y romantiza la tortura de parir tan pequeñas.
Los medios de comunicación tienen una responsabilidad social inmensa. Más aún los hegemónicos, que calan tanto en la conciencia y forman opiniones. Por eso es fundamental contar con comunicadores formados en materia de género, para que los discursos propios de dinosaurios antiderechos, vayan volviéndose olvido en pos de una sociedad que garantice una vida más vivible para todes.
Y por último: estimade periodista que escribió la editorial, no me da tristeza ser “abortista”. Tristeza es apoyar el aborto clandestino y cargar con tantas mujeres muertas sobre tu pañuelo celeste.