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27 julio, 2024

La cuarentena y lo virtual del sexo

Luciano Lutereau es filósofo y psicoanalista, en esta nota reflexiona sobre el sexo virtual en tiempos de pandemia corriendose del reduccionismo que posiciona a esta práctica como simple masturbación. La fantasía y el erotismo como componentes fundamentales del acto sexual “virtual” y también del convencional. ¿Qué es el sexo? ¿Qué hace del encuentro con otro cuerpo algo diferente a una masturbación ampliada? ¿cómo pensar un orgasmo sin el pasaje por otra carne?

El psicoanálisis no es una moral. Esto quiere decir que no distingue entre modos mejores y peores de satisfacción. Fácil es decirlo, pero ¿es así? Si la afirmación quedase en un tono general y abstracto, sería una buena declaración… moral. Decir que no hay moral en el psicoanálisis, es una posición moralista. La pregunta concreta más bien sería si no hay distinciones entre las satisfacciones que puedan desprenderse del dispositivo que el análisis implementa.

Psicoanálisis, Freud y el sexo

En estos días se discute mucho acerca del llamado sexo virtual. Algunos analistas se pronunciaron en contra. Se dice “eso no es sexo”, pero ¿qué es sexo? Yo no tengo una respuesta para esta pregunta. Tengo dos. La primera, que la idea de sexualidad para el psicoanálisis no se reconduce a una práctica; esto diferencia al psicoanálisis de una sexología. Más bien en el dispositivo inventado por Freud, la sexualidad se manifiesta a partir de síntomas. Dicho de otra manera, el sexo es sexo –para el psicoanálisis– en la medida en que implica algún tropiezo, algo que falla en el encuentro sexual, en fin, lo diría de esta manera: la sexualidad es tal –para el psicoanálisis– cuando se encuentra un síntoma en otro cuerpo. El ejemplo que mejor da cuenta de esto es la impotencia de los varones, en la medida en que no hay varones que sean impotentes al masturbarse.

¡Ahora sí! Me anticipo al lector tendencioso, que seguro pensará que mi estrategia argumentativa es acercar el sexo virtual a la masturbación y, por elevación, plantear que la masturbación es algo peor que el sexo “de verdad”. Típico de moral psicoanalítica. Y es cierto, yo soy moralista, pero no tan tanto. En efecto, no creo que tener relaciones sexuales con una persona física sea mejor que masturbarse. Suscribo más bien la idea de ese cineasta hoy innombrable, que decía que la masturbación es tener sexo con alguien a quien uno ama mucho. El punto para mí, entonces, es más bien otro; porque además, el acto sexual cuerpo a cuerpo no deja de incluir múltiples componentes masturbatorios. Incluso es posible masturbarse con otro cuerpo. Por lo tanto, la pregunta es otra: ¿qué hace del encuentro con otro cuerpo algo diferente a una masturbación ampliada?  

Lo real y lo virtual de la fantasía

Por esta vía, una primera indicación podría estar en la fantasía; pero lo asombroso de la fantasía es que demuestra que incluso cuando se está con otro, en la cama siempre hay muchos más que dos. El ejemplo más hermoso es el de la persona que no necesita fantasear con otra persona, diferente de aquella con la que se acuesta, sino incluso con esa misma persona en otros contextos. Es que la fantasía interviene como una especie de separación del cuerpo del otro; en efecto, es el complemento masturbatorio del acto sexual, porque la masturbación también recurre a la fantasía, ¡es el sexo de la fantasía! ¿No es esto lo que se pone en juego en el sexo virtual que, por lo tanto, no alcanza con ser nombrado como meramente masturbatorio, sino a partir de ese elemento que, en el sexo, separa del cuerpo del otro, de ese cuerpo extraño, al que cuando la fantasía fracasa no queda más remedio que responder con un síntoma?

El sexo virtual no es un sexo mejor o peor que otras formas de sexos. Sí es un sexo sin síntoma. Es un sexo sin tropiezo y, por cierto, muchas de las llamadas “relaciones sexuales reales” tienen el mismo tenor que las “virtuales”, ya sea porque se repliegan en la fantasía masturbatoria, no van más allá del autoerotismo de a dos, pero ¿es posible este “más allá”? Sí claro, esto es lo que se conoce como “orgasmo”, que no se confunde con la eyaculación ni con el desprendimiento de excitación que se llama “acabar”.

Hay sexo para “acabar” y sexo para tener orgasmos. Otra vez la moral de este analista. Ahora decidido a querer enseñar sobre el orgasmo. Aunque nuevamente quiero anticiparme a mi lector malintencionado y decirle: no sé qué es el orgasmo; aunque sí escuché a personas que pueden hacer la distinción que mencioné y, en particular, que algo de eso que llaman orgasmo acontece cuando se encuentran con algo de otro cuerpo y les genera una suerte de resistencia, incluso una incomodidad inicial, hasta que ocurre algo que una mujer nombre una vez como “empecé a tener otro cuerpo”. Es extraño, lo sé, pero es una idea interesante: ahí donde estaba el síntoma, es el mismo lugar en que puede aparecer un orgasmo y, de un cuerpo, se puede pasar a otro, a través del pasaje por un cuerpo ajeno, esa carne que otro nos da. 

No digo nada que Freud no dijese, soy un psicoanalista ortodoxo, prejuicioso y moralista. En el centro del pensamiento freudiano está la idea de que el síntoma es un equivalente del orgasmo; pero en este aspecto no soy ni tan prejuicioso ni moralista, digo algo bastante simple: ¿cómo pensar un orgasmo sin el pasaje por otra carne? Es difícil pensar que un dispositivo móvil o una computadora puedan ofrecer esa misma resistencia o disparidad de la que hablé antes; por eso tampoco, lector malévolo y un poquito perverso, tampoco vale incluir aquí un pedazo de bife o una oveja. Eso que resiste en otro cuerpo, lo que le da su condición de carne, no es su materialidad.

Ilustración de Isa Muguruza

La práctica sexual no es garantía erótica

Dije antes que tenía dos respuestas, ahora puedo mencionar la segunda. El sexo que no atraviesa la prueba del síntoma, es un sexo refugiado, de consuelo, “virtual” sea con el objeto material que sea (lo mismo da, sea con la pantalla de un teléfono o con la de la fantasía), mientras que el orgasmo –si alguien lo consigue con un objeto inanimado, que no se sienta juzgado, ¿quién escapa al fetichismo del deseo?– es la puerta que lleva a otra experiencia, la de hacerse un cuerpo antes que persistir en vivir como una simple superficie estimulable.

¿Cuántos cuerpos tuviste a lo largo de tu vida? ¿Cuántas veces cambiaste de cuerpo últimamente? Estas son preguntas interesantes. Son las preguntas del erotismo. He aquí mi segunda respuesta: la práctica sexual no es garantía erótica. Es lo que cuenta una mujer que dijo, enojada con su pareja impotente, que a “él no se la para la chota”. Le hice un chiste al respecto, dado que “chota” es una expresión que se usa también para nombrar lo que falla, ¿cómo iba a funcionar algo que ella nombraba desde la disfunción? Incluso le dije que a veces hay quienes les ponen nombres cariñosos a los miembros de sus parejas. Ella respondió lapidaria: “Una pija es una pija y todas las pijas son iguales”. Me quedé pensando, ¿en serio? La creencia de que todas las pijas son iguales es lo que las vuelve equivalentes a un dildo, pero no ese que puede llegar a ser especial, amado como algunas mujeres pueden llegar a amar los suyos y no quieren otros; sino el dildo devenido mero instrumento intercambiable, objeto impersonal, deserotizante.

No puedo ser indiferente a estas distinciones y, como psicoanalista, creo que el erotismo es preferible. Aquí sí creo que hay algo mejor y algo peor, porque las soluciones que no son eróticas son más costosas psíquicamente. Si alguien encuentra el erotismo en la masturbación, lo mismo da; como ya dije, hay quienes encuentran la masturbación en otro cuerpo. El problema está cuando se deja el erotismo de lado y ahí ya no puedo ser indiferente, ahí soy moralista, ahí sí creo que hay algo mejor; porque incluso la vía erótica, aquella en cuya serie está implicada la relación síntoma-orgasmo, es la que lleva a una vida singular, en la que alguien se realiza como sujeto de deseo.

Quisiera ser más explícito con una cuestión: la masturbación puede ser un recurso erótico, antes que un refugio narcisista. Aunque cuando se convierte en un regodeo narcisista (y aquí le doy al narcisismo una acepción tan estrecha como injusta: lo que se opone al deseo, para reflejar el conflicto básico según Freud, entre narcisismo y deseo) inicia un camino que lleva a la deserotización, a una afirmación de sí que no es más que un encierro en uno mismo, una forma de estar en cuarentena. Poco importa si afuera hay una cuarentena obligatoria, o no. La cuarentena puede ser un modo de vida.

Llegados a este punto, la cuestión “Sexo virtual, ¿sí o no?” toma otro sentido, uno más específico, vinculado con el erotismo como forma de buscar un afuera (de sí) y encontrar un cuerpo (en otro cuerpo); este el camino, la verdad y la vida, a contrapelo de las fuerzas deserotizantes que se imponen cada vez más en este tiempo.

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#Psicoanálisis #SEXOVIRTUAL #SEXTING AISLAMIENTO
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