Por Ariana
No era un día como cualquier otro. Era la tarde del 7 de agosto, al día siguiente viajábamos al Congreso en la ciudad de Buenos Aires, se debatía en Cámara de Senadores la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Estábamos con una compañera, de esas que son como una hermana, preparando todo para viajar, escuchando Chocolate Remix desde mi teléfono, hasta que se cortó y entró una llamada, era mi sobrina.
—¿Tía estás sentada? Tengo que contarte algo.
En ese mismo momento presentí qué era lo que pasaba. La gurisa de 16 años que yo vi crecer estaba embarazada.
—¿Lo querés tener? Yo te puedo ayudar si no es así. No te preocupes, va a estar todo bien. Yo vuelvo el jueves y lo primero que hago es ir a verte.
—Sí, creo que lo quiero tener— fue lo único que me contestó mi sobrina.
El miércoles salí para el Congreso. Entre tantas personas reclamando el derecho que se nos es negado desde siempre a las mujeres y a los cuerpos gestantes, entre tanta lluvia. Entre tanta emoción, tantos sentimientos encontrados y la sanción de les senadorxs dinosaurios, lo único que hice fue mandarle un mensaje preguntándole cómo estaba. Nunca supe qué me respondió hasta que llegue a casa, me había quedado sin batería.
Cuando pude cargar el teléfono vi que me había contestado.
—Mi mamá me va a obligar a sacármelo, me dijo que yo no le iba a cagar su vida.
Me contó que la había llevado a un hospital y que cuando la doctora le preguntó si quería tenerlo tuvo que contestar que no. Prefirió hacer eso antes de que se pudran más las cosas en su casa. Mi hermano, su padre, es violento y tiene problemas de consumo de drogas. A mi sobrina ya la echaron de la casa y la dejaron sola en otras situaciones horribles. Mi cuñada naturaliza toda esa violencia que vive en la casa y la sigue reproduciendo. Por todo esto mi sobrina no se animó a decir que sí, que quería tenerlo.
La doctora actuó muy bien, salvo que nunca supo ni sabrá que la adolescente que estaba embarazada, realmente quería tener a le niñe. Le indicó cómo usar el Misoprostol, le dio una receta para que lo retire desde la farmacia del hospital y le pasó su número de teléfono para poder acompañarla mientras interrumpiera su embarazo. La doctora fue una gran socorrista.
Cuando llegué a la casa el jueves, mi sobrina ya tenía cuatro pastillas en su boca. Su mamá me inventó que ella estaba en cama porque le había venido y le dolían los ovarios. Nadie en la casa sabía que yo estaba al tanto de todo. Mi hermano estaba en el patio, ya muy borracho y pronto se iría para volver a las 17 del día siguiente. Mi hermano se fue y al rato se fue mi cuñada. En la casa quedé con mi sobrina, que estaba interrumpiendo su embarazo y con su hermano, que tiene seis años y no sabía qué estaba pasando, pero estaba tan mimoso que algo presentía.
Por suerte nos habíamos quedados soles, podíamos actuar y hablar con total libertad. Se metió cuatro pastillas más mientras charlábamos y aunque se le dificultaba hablar entre lágrimas y bronca me contó todo lo que su papá y su mamá le habían dicho. Desde para qué había abierto las piernas hasta el alivio que sintió mi hermano, por no tener que gastar tanta plata en el Misoprostol que el hospital había facilitado. Lloraba y sufría del dolor que sentía, en un momento se fue al baño y me quedé con mi sobrino que sentía todo lo que estaba pasando. Aunque él no estaba al tanto de la situación, lo presentía y acompañaba a su hermana como nadie de la familia lo estaba haciendo. De repente la escuché gritar en el baño, salí corriendo, ella gritaba del dolor y lloraba. Yo la escuchaba desde el otro lado de la puerta.
—Gurisa ¿estás bien? ¿Necesitas algo?.
No contestó nada, me senté en el piso a esperar que saliera o respondiera. Volvió a gritar muy fuerte, su hermano se sentó conmigo y me abrazaba tan fuerte como ella gritaba. La puerta del baño se abrió y salió con la cara toda mojada por sus lágrimas.
—Creo que salió. Acabo de ver el coágulo de sangre más grande de mi vida.
Su mirada estaba totalmente perdida, se fue arrastrando los pies hasta llegar a su cama y quedó profundamente dormida.
Hoy la llamé por teléfono y estuvimos hablando un buen rato de cualquier boludez, trato todo el tiempo de distraerla para que no se la pase maquinando por lo que le pasó. La invité a comer milanesas en casa, su comida favorita.
—Me baño y voy tía— contestó y cortó el teléfono.
Para una adolescente que queda embarazada es muy difícil saber cómo actuar, poder tomar la decisión que crea correcta. No hay decisiones correctas. Sea cual sea su elección hay que apoyarla y acompañarla. Ni obligarla a parir ni tampoco obligarla a abortar. Debería hacer lo que ella desee.
Sonó el timbre. Abrí la puerta y saltó para darme un fuerte abrazo. Cuando nos vimos a la cara, en su mirada seguía algo perdido, algo que nunca iba a volver.