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Las drogas de la vida cotidiana

Ilustración de Román Harrand
Luciano Lutereau es filósofo y psicoanalista. En esta nota reflexiona sobre la relación entre las drogas y las canciones. Además, el autor piensa el papel del psicoanálisis respecto al consumo y les usuaries de sustancias. Y se pregunta: ¿Por qué las más hermosas canciones de amor se escribieron para las drogas?

No se puede vivir del amor”, dice una canción de Andrés Calamaro. Y, sin embargo, ¿cuántas canciones hablan de la necesidad del amor? No se puede vivir del amor, no se puede comer el amor, una casa no se puede comprar con amor; pero tampoco se puede vivir sin amor. Esta circunstancia recuerda el principio de la película Alta Fidelidad (2000) en la que el protagonista se pregunta:

“¿Qué vino primero, la música o la tristeza? La gente se preocupa porque los niños jueguen con pistolas, o vean videos violentos, que la cultura de la violencia se apodere de ellos. Nadie se preocupa de que los chicos escuchen miles, literalmente miles de canciones sobre corazones rotos, rechazo, dolor, tristeza y pérdida. ¿Escuchaba música pop porque estaba triste? ¿O estaba triste porque escuchaba música pop?”

Ahora bien, ¿por qué las más hermosas canciones de amor se escribieron para las drogas? Sería vano decir que la letra “en realidad, trata de” (tal o cual sustancia) y no, por ejemplo, de una mujer, cuando “en verdad, trata de” amor.

Un amor particular, que –para el caso– hace que una mujer se sustancialice, o bien que una sustancia pueda adquirir atributos femeninos y/o feminizantes. Hagámosla fácil: todas las canciones hablan de amor, porque todas las canciones hablan de drogas, en una sociedad en la cual el erotismo no es un consumo problemático más, sino la forma contemporánea de nuestro deseo.

“Es verdad que soy una rata de ciudad; no tengo religión, tengo ansiedad”; así describe Juanse de Ratones Paranoicos el pasaje a la vida moderna, a la filosofía diletante, al paseante melancólico que todavía podía gozar de la literatura (como lo explora Tomás Otero en su artículo en este volumen). Hoy la literatura es más bien una forma muerta; el goce musical, en cambio, es el que necesitamos explorar para entender nuestras formas actuales de consumo, ¿quién puede vivir sin canciones? ¿Quién puede definir una canción? Hay tantas como drogas imaginables, lo que demuestra que no es ese u otro objeto, más o menos prohibido (o prohibible), de lo que se goza en el consumo, sino de un sonido o, mejor dicho, una voz que arrulla y duerme, o sobresalta y estimula. Quien quiera entender el proteico mundo de las mal llamadas “adicciones”, tiene que volver a estudiar canciones de cuna en un mundo en el que ya no es posible la experiencia de leer una novela de amor de 500 páginas, porque tampoco existen ya historias de amor de 500 páginas.

* * *

Tomemos una canción de Virus. Pronta entrega es una letra que amo y muchas veces que amé pensé en esta canción, pero nunca me había dado cuenta de que es una canción profundamente triste. Hay quienes dicen que trata del encuentro entre dos amantes, otros dicen que habla del encuentro con un dealer… pero, ¿no es un encuentro entre amantes también el encuentro con el dealer?

Hace un tiempo un paciente que se las arreglaba con el consumo de cocaína me contó que recibió un mensaje de su dealer, que simplemente le decía: “No te olvides de mí”.

La letra de Virus empieza “Recordando tu expresión, vuelvo a desear”. Hace poco fue la primera vez que noté que no describe el encuentro de dos cuerpos, sino al amante solitario, cuyo deseo nace del recuerdo. Qué cruel. El deseo no nace de la visión, sino de la memoria, de la pérdida. Son dos modos incompatibles: el deseo-percepción-presencia; el deseo-recuerdo-ausencia. El deseo melancólico del amante solitario, en la canción, habla del cuerpo que busca, distante, lejano y, por eso sufre. Qué tristeza me produce esta canción. “Me puedo estimular, con música y alcohol”. El amante idiotiza su deseo, lo narcotiza, porque le resulta insoportable, “pero me excito más, cuando es con vos”. En esta parte me impresiona la confianza en Eros que, incluso herido, derrotado por la ausencia, es más fuerte que el autoerotismo, que la satisfacción replegada sobre sí misma. “Siento todo irreal”, sigue la letra. Ahora vuelvo a encontrar un nuevo sentido: la fantasía sale victoriosa, porque sólo podemos desear con esa falta que, aunque nos lastima, hace que lo real no sea lo que vemos sino lo que más extrañamos (que produce extrañamiento); lo irreal no es no-real, sino lo real en sentido pleno, plenitud vacía. Por último, el título Pronta entrega que, en la letra, reclama “por favor”, suplicante (¡el “amor mendigo”!)… ¿se puede recuperar lo perdido? El deseo dice que sí, pero el sujeto no lo cree.

A veces con el deseo no se hace nada. Es una canción tristísima, de la que no dudaría en pensar que expone una contribución fundamental para el análisis del consumo en nuestra sociedad.

* * *

Recostado en el diván, un paciente me habla de una canción de Babasónicos que se llama Rubí. Me dice que habla sobre la marihuana. Lo interrumpo para decirle que siempre había creído que esa canción hablaba del sexo oral con una mujer: “Tu aliento carmesí, tu flor de lis junto a mi boca, fumar de tu rubí, quererte así, beberte a gotas”, dice la canción. Después de esta observación comenzamos a reírnos y me dice: “Cada uno fantasea con lo que puede”.

¿Cómo pensar, entonces, esa ecuación entre la droga y la mujer? Acaso, no es ya una reducción el vínculo estrecho que suele hacerse entre el autoerotismo y el consumo de sustancias. La hipótesis del autoerotismo generalizado puede volverse algo simplista y serían necesarias nuevas vías de elaboración.

Es momento de pasar a hablar de “usuarios de drogas” y levantar la hipoteca médico-jurídica que pesa sobre el consumo. Ahora bien, el efecto indeseado de una perspectiva demasiado amplia es que podría borrar toda especificidad de la noción de consumo.

“Todos somos adictos”, dice una conocida canción de Soda Stereo. Esta expresión refleja el movimiento que el pensamiento clínico sobre las adicciones ha realizado en los últimos años. Por un lado, hacia la indeterminación del lugar privilegiado del objeto-droga, saldo del paradigma médico que recogiera implícitamente la perspectiva jurídica y el planteo de sustancias prohibidas o ilegales. Por otro lado, la ampliación del registro de la conducta hacia instancias de la vida cotidiana que pueden resultar más o menos compulsivas. En este último caso, se trataría de las llamadas “adicciones sin drogas”, que incluyen desde relaciones amorosas hasta las nuevas tecnologías. En este campo, el concepto rector desde el psicoanálisis fue el de “impulsión”. A expensas de los fundamentos pulsionales del sujeto, hemos visto aparecer propuestas clínicas de especialización, determinaciones de pacientes que ya no serían como los “clásicos”; pero, ¿estas orientaciones no tienen el problema de que suelen llevar hacia una teoría del déficit, en la medida en que sólo podríamos pensar estas formas de subjetividad a partir de lo que les faltaría para ser tratables por el psicoanálisis?

Asimismo, como ya dije, otra dificultad radica en la pluralización de la noción de consumo: en ciertos trabajos se amplía la aproximación a las adicciones a partir de la descripción de las formas actuales del consumismo capitalista. Es en este sentido que podríamos suscribir nuevamente la afirmación de Gustavo Cerati mencionada en el comienzo. En esta misma dirección avanza una descripción reciente formulada por Zygmunt Bauman en su libro Vida de consumo:

“En el camino que conduce a la sociedad de consumidores, el deseo humano de estabilidad deja de ser una ventaja sistémica fundamental para convertirse en una falla potencialmente fatal para el propio sistema, causa de disrupción y mal funcionamiento. No podría ser de otra manera, ya que el consumismo, en franca oposición a anteriores formas de vida, no aso- cia tanto la felicidad con la gratificación de los deseos […] sino con un aumento permanente del volumen y la intensidad de los deseos, lo que a su vez desencadena el reemplazo inmediato de los objetos pensados para satisfacerlos.”

En este punto, la posición de Bauman podría converger con el desarrollo lacaniano del discurso capitalista, en el que el partenaire del sujeto es un objeto, lo cual explica por qué no es en sentido estricto un discurso, dado que rompe con el lazo social.

Sin embargo, el aspecto que podría invalidar esta aproximación radica en la presuposición de que sujeto y subjetividad son equivalentes. La sociología expone los cambios en los modos de constitución de formas históricas de subjetivación, mientras que el psicoanálisis es una teoría del conflicto, del sujeto entendido como división; de ahí que la investigación que releva “cambios” de un tiempo a esta parte (de la sociedad moderna a la liquidez contemporánea), poco dice respecto del conflicto que el consumo representa para quien padece su carácter “problemático”.

* * *

Ni por el lado del autoerotismo, ni por el lado del capitalismo, hablar de consumos problemáticos hoy en día necesita nuevas hipótesis, refrescar el campo de producción.

Es lo que ocurre con las canciones: no sabemos muy bien porqué, pero las necesitamos, nuestra sensibilidad es la de quienes viven de acuerdo con la música popular de nuestro tiempo. Un efecto breve, dos o tres minutos, una intensidad que recorre y mueve el cuerpo y la necesidad de más. A veces ni siquiera sabemos qué dice, pero nos tocan el alma. Las canciones son la droga de nuestra vida cotidiana.

#CONSUMOSPROBLEMÁTICOS #MÚSICA Drogas

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