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De la selva al consultorio: Domingo Nanni y la psicoterapia con ayahuasca

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Imagen de Adriel Radovitzky
Podría haber hecho una carrera en el exitoso laboratorio bioquímico de su familia, pero eligió seguir su pasión por la psicología. Viajó a la selva y junto a distintos pueblos tradicionales amazónicos conoció la ayahuasca. Aún con críticas, combinó tecnologías rituales con la clínica psicoanalítica y escribió un libro para dar testimonio de sus prácticas.
La Ayahuasca es una puerta, sí, pero no para huir sino para entrar, en estas y otras naturalezas; para recorrer las provincias de la noche, que no tienen distancia; inabarcables.
“Ayawaska, viaje de curación”, de Tito La Rosa.

Domingo Nanni estaba nuevamente frente a una gran puerta. Sus recientes experiencias con la ayahuasca y su extensa trayectoria como psicoterapeuta, desplegaban un camino inexplorado. El brebaje ancestral podía ser provechoso en el marco de la terapia psicoanalítica: ¿qué le impedía integrar ambas prácticas?

Miró de arriba a abajo la puerta que tenía enfrente e imaginó el largo sendero que se extendía tras ella. “Al fin y al cabo, ¿en qué difiere decir ‘el inconsciente existe’ y decir ‘los espíritus existen’?”, se preguntó. Y la abrió.

Muchos años atrás, Domingo abría la pesada puerta de madera de la calle Dr. Álvarez, en Rosario, y sentía el inconfundible aroma a libro viejo, que era también el aroma del conocimiento. Se acercaba al mostrador y, como quien va a un bar del que es habitué y pide que le traigan lo de siempre, preguntaba casi siempre por un libro de Freud. Lo agarraba, iba hasta la mesa y empezaba a leer en silencio.

La escena se repitió religiosamente durante tres o cuatro años. Domingo estudiaba Bioquímica, la carrera que la tradición familiar le había encomendado; pero, apenas tenía un rato libre, se iba hasta la Biblioteca Argentina y se sentaba a devorar libros de psicología, su verdadera pasión. Un día se cansó y resolvió abrir una puerta más grande: la de su propio destino. Se reunió con su padre, Domingo Ildefonso Nanni, el fundador del laboratorio más grande de Paraná, y le comunicó que había decidido abandonar la carrera. Sólo tres años después, gracias a todas esas tardes de lectura en la biblioteca, se recibió de Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba.

La voz de Varinia Nanni es dulce y pausada, como la del común de lxs entrerrianxs. Es sobrina de Domingo y se emociona al hablar de su tío, a quien recuerda como alguien disciplinado y perfeccionista. Con décadas de trayectoria en el campo del psicoanálisis, una cuestión de salud personal lo llevó a tomar contacto con la ayahuasca, y pronto percibió en el brebaje amazónico un potencial para su labor terapéutica. Al poco tiempo, estaba internándose en la selva peruana para convivir con comunidades shipibo y conocer de primera mano su experiencia con la planta.

—Este viraje se dio en sus últimos 10 o 15 años de vida —cuenta Varinia—. Tuvo acceso a ceremonias y luego viajó varias veces a Perú, Colombia, Ecuador; se instalaba diez o quince días en las comunidades. Allí empezó a trabar relación con algunos de sus referentes y se comprometió ante las comunidades a hacer un uso del poder sanador de la planta.

A finales de los sesenta, según reseña Domingo en su libro “Cinco escritos sobre el uso de ayahuasca en psicoterapia” (Fundación La Hendija, 2017), ya había usado sustancias psicodélicas en su propio tratamiento terapéutico, las que le permitieron experimentar “muy vívidamente fantasías, sentimientos, emociones, sensaciones corporales, y evocar recuerdos significativos de mi historia familiar”.

La ayahuasca, sin embargo, presentaba para Domingo algunas ventajas en comparación con otras sustancias. En primer lugar, Domingo interpretó que no estaba prohibida como otros enteógenos. Además, valoraba su “activación de intensas sensaciones corporales y emociones, en contraste con la activación que producen otros psicoactivos, predominantemente de carácter ‘mental’”.

Marco legal de la ayahuasca

El DMT, las harminas y harmalinas, las sustancias activas principales de la ayahuasca, están en la lista de sustancias controladas de Argentina. Aunque la decocción de plantas que contienen DMT se encuentra en una laguna legal en Argentina, el escenario es poco claro y demanda precaución, ya que hubo al menos 8 causas judiciales por ayahuasca en Argentina. Más información acá.

 

Para Varinia, la experiencia con la ayahuasca “abrió algo” en Domingo.

—Yo le llamo “portal”. Lo escuché decir que sus mejores años fueron los últimos años de su vida, en los que pudo transformar algo del orden de la ampliación de la conciencia y abordar algunas cuestiones que para él históricamente habían sido difíciles. Eso era visible. Quienes lo conocíamos podíamos ver en él una energía de vitalidad. Tal es así que se le abrió esta inquietud de decir “si yo estoy pudiendo abordar cosas que nunca pude, ¿por qué no mis pacientes?”. Entonces se lo empezó a proponer a algunos de ellos.

El consultante llegaba a la tarde a la casa de Domingo, donde estaba su consultorio, y lo primero que hacía era ponerse ropa cómoda. Se preparaba el lugar con colchones, se colocaba una luz especial más tenue, y comenzaba la sesión. Domingo le pedía permiso a la planta, sahumaba el lugar con tabaco, usaba agua florida, ponía música y también la tocaba con un set de percusión y chauchas de chivato. Durante la sesión las palabras eran escasas; la idea era que la persona se entregara a la experiencia y recibiera todo lo que le ocurría, sin intentar elaborarlo. Si el paciente quería, podía repetir la toma para seguir profundizando en su búsqueda. Luego dormía allí y se iba recién la mañana siguiente.

—Domingo mantenía la liturgia –dice Varinia—. Si bien no era un contexto ceremonial, conservaba ciertos ritos, cierta mirada, reconociendo que la planta no era un producto que uno pueda desvincular cultural, espiritual o ambientalmente.

—¿Y cómo cayó su iniciativa dentro del campo del psicoanálisis?

—Al principio empezó a tener resistencia de sus colegas y temía que el Colegio de Psicólogos de Entre Ríos pudiera, por ejemplo, tomar alguna medida, porque lo que él estaba haciendo podía ser cuestionable. Entonces al principio era algo que hacía muy en secreto. Después empezó a trascender y recibió cuestionamientos y fue resistido por los colegas más tradicionales. Sé de algunos que estaban horrorizados. Y también sé de personas que cuestionaban que él, en una psicoterapia occidental, interviniera con algo de otro paradigma, en un contexto que no era el ceremonial. Él guardaba todas las precauciones posibles por una cuestión de respeto, y creo yo que de convicción también. Pero bueno, lo hacía en su casa, en su consultorio, y el material que aparecía en ese trabajo después era reelaborado en un contexto psicoterapéutico.

El trabajo de Domingo no se agotó en su propia labor profesional, sino que se materializó en la fundación de un grupo de estudios conformado por psicólogos, médicos, psiquiatras y abogados, entre otros, que estudiaba la utilización de la ayahuasca en el contexto terapéutico.

—Entre 2013 y 2015, una vez que me estaba yendo de su casa me puse a llorar —relata Varinia—. Yo estaba en un momento de mucha tristeza, y él cuando me abraza para despedirme me dice “creo que puedo acompañarte” y me ofrece la posibilidad de hacer con él algunas sesiones. Yo nunca había escuchado hablar de la ayahuasca.

—¿Y sentís que eso sirvió para acercarlos, que generó otra cercanía en tu vínculo con él?

—Sí, desde ahí se abrió otro plano entre nosotros. En sus últimos años yo tuve un acercamiento especial, distinto, a partir de la planta. Compartir sesiones con la planta generó entre nosotros una estrechez, un acercamiento y una intimidad mayor y distinta.

Domingo siempre había sido para Varinia un personaje peculiar, con un halo de misterio potenciado por algunas particularidades: no tenía celular, nunca tuvo televisor y poseía una vasta colección de obras pictóricas y escultóricas (“su casa era un museo”). Pero fue a partir de la ayahuasca que su relación se afianzó y se profundizó.

—Era muy cariñoso, sensible, afectivo. Y fue una referencia muy significativa para muchas personas. En su velorio eso me impactó, no solo la cantidad de personas, sino la heterogeneidad. Había mucha gente muy grande y mucha gente joven. Era un tipo honesto y tenía una profunda convicción de que podía aportar al bienestar de las personas. No lo movía lo comercial, ni generar una tendencia, ni siquiera ser transgresor, sino, simplemente, compartir con sus pacientes algo que había sido muy bueno para él.

“No lo movía lo comercial, ni generar una tendencia, ni siquiera ser transgresor, sino, simplemente, compartir con sus pacientes algo que había sido muy bueno para él.”

***

Pucallpa, en plena selva amazónica, es la décima ciudad más poblada de Perú. El vigoroso sol tropical baña con su luz la frondosa vegetación, pero el indiscutido rey del paisaje es el río Ucayali, que más adelante, en su confluencia con el Marañón, da a luz al Amazonas, el río más largo y caudaloso de todo el mundo. A la vera del Ucayali, en diversas comunidades, se desparrama el pueblo shipibo.

Domingo ya había estado allí, y sabía exactamente cómo llegar hasta uno de los maestros, que son quienes dirigen las ceremonias. Después de tres días con él, le explicó el trabajo que hacía en su ciudad y le preguntó si le podía vender un poco de ayahuasca. Se fue con una botella de un litro y medio, que es un montón.

—¿Y cómo pasás una botella de ayahuasca por el aeropuerto?

—Y, es un tema. Pero acá hay bebidas de la selva embotelladas, mezclas de raíces, que tienen su registro sanitario. Lo hicimos pasar por algo así, pusimos que era algo medicinal para él. Seguimos haciendo eso hasta que en un momento se pusieron más firmes y empezamos a buscar en Brasil.

Sonia Llerena cierra los ojos y lo ve a Domingo echado en su hamaca paraguaya, en la sala de su hogar, leyendo a Freud o a Winnicott durante horas. Son las mismas hamacas que están en todas las malocas, las edificaciones que son el epicentro de la vida comunal en los pueblos del Amazonas. También psicoterapeuta, el vínculo entre Sonia y Domingo comenzó en Lima, Perú, país del que es oriunda. Se conocieron en un taller de Psicodrama que dio Domingo en dicha ciudad, del que Sonia participó.

—¿Vos habías conocido alguna experiencia similar a la que proponía Domingo? ¿O conociste alguna posteriormente?

—No, es algo que no he visto en otro lado. Aquí en Perú, por ejemplo, se estudian los efectos en las personas y si eso puede favorecer en su tratamiento; pero no es una práctica involucrada dentro de un tratamiento, no se saca a la ayahuasca del contexto ceremonial. Él era un psicoanalista reconocido, y que haya pasado de la estructura clásica a plantear esto me parece que refleja mucho de sí mismo.

—¿Cómo fue la experiencia del grupo de estudios?

—Domingo se veía trabajando muy solo. Él quería la mirada de otros sobre su trabajo para poder enriquecerlo, y empezamos a estudiar cosas de teoría y a abrirnos más a la cosmovisión de la cual surgía la ayahuasca, y así fuimos avanzando.

—¿Quiénes conformaban el grupo?

—La gran mayoría eran colegas psicoanalistas de Paraná. Había un psiquiatra, un comunicador, y también estaba yo, que me había formado en otra escuela. Nos reuníamos semanalmente para leer textos y una vez por mes teníamos una experiencia con ayahuasca.

—¿Y cómo caía este modelo que proponía Domingo dentro del campo del psicoanálisis?

—Él respetaba la posición de quienes decían que eso no era psicoanálisis y decía “sí, es verdad, no es psicoanálisis así tal cual”, y con eso abría la pregunta acerca de qué es el psicoanálisis. Asimismo, él también respetó la posición de quienes lo criticaban por estar apropiándose de algo que no era suyo, la entendía. Y a la vez se preguntaba: ¿por qué una planta que es parte de la naturaleza, del hogar donde todos vivimos, tiene que ser propiedad de solo una comunidad? El tema está en cómo se usa, en el cuidado, en el respeto, en la intención que uno tiene.

“Él respetó la posición de quienes lo criticaban por estar apropiándose de algo que no era suyo, la entendía. Y a la vez se preguntaba: ¿por qué una planta que es parte de la naturaleza, del hogar donde todos vivimos, tiene que ser propiedad de solo una comunidad?”

En septiembre de 2018, cinco meses después del fallecimiento de Domingo, Sonia presentó su libro en Lima junto a otro colega, Eduardo Gastelumendi, en el Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis. Poco tiempo antes había tenido lugar en Paraná la última experiencia con ayahuasca del grupo de estudios; la única en la que Domingo no estuvo, aunque quizás estuvo más presente que nunca. A diferencia de las otras, fue de tipo ceremonial: “Fue muy impactante y muy importante: nos ayudó a poder tramitar el duelo”, recuerda Sonia.

—Algo que recuerdo mucho de él es su presencia. Sabías que estaba ahí incondicionalmente. Era sanador, únicamente con su presencia. Era un “estoy para ti y aquí estoy para lo que necesites”. Creo que eso también fue importante en el proceso con sus consultantes.

—Y justamente ese carácter sanador es también lo que se busca de un chamán. Hay una conexión ahí, ¿no?

—Sí, sí, la hay. Es algo que voy a llevar siempre conmigo.

***

Entre 2002 y 2012, Domingo se desempeñó como profesor de Teoría Psicoanalítica I y II en la Facultad de Filosofía, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Al igual que en el campo de su profesión, en su paso por las aulas también intentó abrir las puertas a nuevas perspectivas. “En 2007 organizó una actividad de extensión de prevención y psicoprofilaxis (proceso de preparación psicoterapéutica frente a una intervención médica), con materias de formación teórica en salud mental y talleres grupales con técnicas psicodramáticas, una experiencia poco habitual en los ámbitos académicos”, rememora Diana, que lo tuvo también como director de su tesis.

—En 2012, un grupo de estudiantes tuvimos la iniciativa de armar un proyecto de extensión sobre psicología comunitaria —agrega Luciana, que hasta ese entonces sólo conocía a Domingo en su faceta docente—. A raíz de enterarnos de ese curso de posgrado en psicoprofilaxis que había dictado, yo me acerqué a hablar con él. Él daba la impresión de ser muy ortodoxo en la práctica, o al menos eso imaginábamos en sus clases. Sin embargo, me sorprendió encontrarme con otra cosa. Sí era muy puntilloso y dedicado, pero tenía interés en experiencias alternativas. Se ofreció a brindarnos un taller de psicoprofilaxis vivencial, dirigido exclusivamente al grupo de estudiantes que estábamos en esta búsqueda.

—¿Aceptaron?

—Sí. Lo armó en su consultorio, totalmente gratis. Había creado una atmósfera particular: el lugar estaba cálido, había mantas, música instrumental, de a ratos incluía alguna percusión. Fue una suerte de viaje guiado y un compartir grupal. Al tiempo me enteré de sus estudios sobre psicoterapia y ayahuasca y fui a la presentación de su libro.

***

“El uso de psicoactivos (LSD, mescalina, psilocibina) en la práctica de la clínica psicoanalítica tuvo lugar en nuestro país en las décadas de los 50, 60 y hasta el inicio de los 70. Un grupo de psicoanalistas (María Luisa Álvarez de Toledo, Alberto Fontana, Alberto Tallaferro, entre otros) incluyeron en su trabajo clínico el uso de drogas alucinógenas. Las autoridades de la institución a la que pertenecían les dieron a optar por seguir perteneciendo a la institución abandonando el empleo de drogas o bien renunciar. Algunos se alejaron y continuaron con sus actividades clínicas hasta 1971, cuando el Ministerio de Acción Social de la Nación decretó la prohibición del uso de drogas alucinógenas en el contexto psicoterapéutico.”

La reseña pertenece al libro de Domingo, que inscribe su trabajo en una genealogía de la cual se conoce muy poco. Él lo hizo con catacterísticas particulares, incorporando a la psicoterapia no solo un psicoactivo –la ayahuasca-, sino también algunos elementos propios de las tradiciones medicianles de las que proviene.

Uno de los aspectos que Domingo tomaba del contexto ceremonial originario de la planta tenía que ver con la distancia prudencial adoptada por el chamán, que intentaba replicar en sus sesiones: “La actitud del Sanador suele no ser intrusiva. Muy rara vez puede llegar a intervenir verbalmente, y cuando lo hace sus comentarios suelen ser muy escuetos. Resaltan la ausencia absoluta de intentos explicativos (‘a usted le pasa tal cosa…debido a que…’) y la ausencia de cierres o conclusiones (‘y en consecuencia…tal cosa es así…’)”.

domingo nanni psicoterapia con ayahuasca
Imagen de Adriel Radovitzky

Para Domingo, la ayahuasca no era una solución mágica ni algo para cualquiera: su ingesta se recomendaba solo en algunos casos, y era condición necesaria que el consultante ya estuviera inmerso en un proceso terapéutico: “Ayahuasca tiene el poder de activar en nosotros aquello que necesitamos activar. Es fundamentalmente, esencialmente, una experiencia, la experiencia inefable, singular e intransferible de un ser humano en el momento de su búsqueda libre, decidida e infinita de sí mismo”, describía en su libro.

Por sobre todas las cosas, Domingo resaltaba la “ampliación inconmensurable de lo que cotidianamente llamamos ‘conciencia’”: “La impresión subjetiva suele ser la de ‘estar en condiciones de poder conocerlo todo’. Y esto es tan así que, paradójicamente, en ese mismo estado subjetivo, simultáneamente, resulta también posible percibir con nitidez profundamente asombrosa todo lo que de hecho no conocemos; en este sentido, es un acto de percepción profunda de nuestra ignorancia. Es una experiencia que a un mismo tiempo nos permite sentirnos enormes y pequeños”.

***

—A Domingo lo conocí en la juventud en el club de Rowing, él remaba y hacía pesas. Después nos volvimos a encontrar, ya cada uno con su vida armada, en 1982, y ya no interrumpimos más la relación.

Quien habla es Armando Salzman, amigo íntimo de Domingo y titular de Fundación La Hendija, la editorial que publicó su libro. Si uno tuviera que contabilizar la cantidad de mates que tomaron a lo largo de su vida, no alcanzaría la producción yerbatera de Misiones en un año entero. Y si uno tuviera que recopilar las conversaciones que tejieron entre mate y mate, probablemente no alcanzarían las palabras del idioma castellano, y habría que inventar unas nuevas. “Había temas recurrentes, como los avances científicos, la universidad, el sentido de investigar”, enumera mientras me pasa el mate. Estamos en la sede de la editorial, con miles de libros apilados a nuestros costados. Armando interrumpió su actividad matutina en la imprenta para charlar conmigo.

—Yo creo que el uso de la ayahuasca fue la culminación de un proceso de apertura del pensamiento en Domingo. Era muy inquieto hacia las nuevas cosas, no solo en su profesión, sino con la ciencia en sí como forma de progreso de la humanidad. Era lo que lo apasionaba y por eso llega a la ayahuasca, porque creía que era una herramienta poderosa para ayudar a la gente con sus problemas.

domingo nanni psicoterapia ayahuasca
Armando Salzman (derecha) junto a Domingo Nanni (izquierda) en la presentación de su libro.

—Una de las cosas más interesantes del libro es la genealogía que recupera de los psicoanalistas que experimentaban con drogas en los 60.

—Claro, él viene de una época del psicoanálisis en la que se experimentaba con distintos tipos de drogas, lo cual después fue prohibido en Argentina. Esa experiencia está en la base de su búsqueda. Hay una cuestión que es eminentemente política: esto funciona así porque no lo pueden manejar los laboratorios. Fijate lo que pasó con la marihuana y los cannabinoides: a medida que los laboratorios han podido sintetizarlos o extraerlos de los vegetales, se empezó a legalizar. Es lo que pasa siempre en el capitalismo: hasta que las empresas no pueden manejar el recurso para su propio beneficio, está prohibido.

—Quizás en ese sentido el hecho de que la ayahuasca siempre vaya acompañada de un montón de ritos, atenta contra eso. Porque si es una sustancia que sintetizan y ya, es muy sencillo, pero, ¿cómo hacés para sintetizar una experiencia ceremonial? Va mucho más allá de la sustancia en sí.

—Sí. Domingo se sometía a la ceremonia de cada chamán y veía cómo cada uno la hacía y después traducía sus conclusiones por escrito. Experimentaba, como todo buen científico, y al mismo tiempo iba registrando. Ese espíritu lo llevó a estudiar mucho, estuvo en Perú, en Colombia, y siempre iba al hueso, arriesgando patrimonio y tiempo. Él creía que la ayahuasca en el contexto psicoanalítico podría ser un dispositivo poderoso, por eso siguió trabajando y escribiendo, para que alguien lo retome.

—¿Y se ha retomado su trabajo? El libro, por ejemplo, ¿ha tenido un rebote?

—El libro se ha tomado como una experiencia literaria, pero no tanto como una hoja de ruta dentro de la profesión. Los psicólogos lo toman como algo bueno, pero es una experiencia que conlleva riesgos y también mucho trabajo. No es sencillo irte a Perú y hacer todo ese camino; Domingo lo hizo porque económicamente podía hacerlo. Y también hay que estar dispuesto a estar en la frontera de algún conocimiento, a trabajar con algo que nadie trabajó nunca. Es un costo en la vida profesional y científica. Domingo tenía ya una carrera construida, un renombre, una maduración, y en ese sentido quizá su proceso de los últimos años adquiere otro sentido, como un propósito.

***

“Mi conciencia, mi persona se ensanchaban en el tiempo compartido. Listo para aceptar y emprender lo hondo del viaje, para vivir la densidad, el espesor, la profundidad del tiempo. Me decías casi susurrando que observara, que no rechazara nada. Después de aquellas sesiones largas me invitabas a compartir el cielo. Los grillos, las estrellas, un sapo y el tiempo pasando sobre nuestras cabezas coronaban con algunas frutas y galletas la intensa calma de sentirme vivo.”

El contacto que más me costó encontrar para esta nota fue el de un paciente de Domingo. Finalmente, Sonia me comentó que ella podía conseguírmelo, y me pasó su número. Cuando lo quise agregar, saltó una notificación en mi celular. “El contacto que está intentando añadir ya existe”, decía. Recién ahí noté, sorprendido, que era Juan Manuel Giménez, que había sido mi profesor en la facultad. Me reía por dentro mientras le escribía: de Santa Fe a Paraná hay 30 kilómetros de distancia, pero en el medio hubo que hacer una breve escala en Perú.

Juan Manuel fue su paciente durante muchos años antes de probar la ayahuasca. Para ese entonces, ya se había iniciado el proceso terapéutico, ya había transferencia, ya estaba trazada su estructura psíquica. Domingo había notado en él una apertura, y, por sobre todas las cosas, ya había confianza entre ambos. Era para Juan Manuel una experiencia rara, desconocida y novedosa, lo que traía consigo cierto temor, pero también su contracara, que es la curiosidad. Las sesiones se realizaban una vez por mes, durante dos años y medio. De a poco, Juan Manuel fue aprendiendo que la clave estaba en soltarse, en dejar que la planta hiciera su trabajo.

—Al principio tenía una disposición medio defensiva, no me entregaba del todo. Hay un proceso donde uno va aflojando, confiando y soltando. Es muy difícil transmitir lo que acontece porque las palabras son muy limitadas para transmitir la experiencia. Yo empecé a vivenciar el acoplamiento estructural entre lo orgánico y lo simbólico, y comencé a percibir de otro modo mi propio cuerpo, a tener registro de lugares en donde la energía estaba obturada. Hay instancias más narrativas también, en las que con lo que va aconteciendo se va produciendo un sentido.

—¿De qué forma acompañaba Domingo ese proceso?

—Su aproximación era muy puntual, muy breve. Él hacía mucho hincapié en observar y no rechazar nada de lo que ocurría, en confiar. Después de la sesión charlábamos, pero en el momento uno estaba entregado a su propia dinámica. Yo sentía claramente como a través de cada sesión iba aflojando y liberando mucha angustia.

—¿Cómo experimentabas la ampliación de la conciencia?

—Siempre estás en un estado consciente, pero esa conciencia se va ampliando y van permeando elementos de otro orden, incluso de otra temporalidad, podríamos decir inconscientes. Venían imágenes de personas, por ejemplo mi abuela, que yo no conocí. Imágenes de mi padre, de mi madre. Eso le venía muy bien a la labor terapéutica. Pensamientos, ideas, imágenes, todo se va integrando. Es una comprensión que llega rápido, capaz con una terapia tradicional lleva mucho más tiempo hacer algunas asociaciones de ese tipo.

—¿Qué resultados positivos te trajo la experiencia?

—Me permitió llevar una vida más libre, menos estructurada por miedos, temores o limitaciones propias. Hoy vivo como una persona mucho más integrada, todos esos elementos que antes estaban disociados, hoy están integrados. Mejoré el vínculo con los otros, desde jefes hasta amistades o mi pareja. Incluso en relación a concepciones políticas, yo tenía un montón de información que con la experiencia fui dándole otra forma. El trabajo con Domingo me dio una mayor conciencia de esas posibilidades transformativas.

—¿Cuáles son esas concepciones, o esas posibilidades?

—Me parece que hay una necesidad de la sociedad en su conjunto de volver a lo primario, a lo originario. Uno en las tomas expresa formas que existen en uno y que el proceso civilizatorio, la educación, etcétera, de alguna forma van acotando. Se genera otro modo de ordenar las cosas. Y uno siempre es con otro, con otros, y pueden ser otros que están en otra dimensión. El agua está viva, la tierra está viva, la planta da la idea de que todo es un ser.

Alberto Fontana fue uno de los pioneros en la experimentación con psicodélicos en el psicoanálisis en Argentina, a mediados de la década del 50. “El concepto de cambio es fundamental para comprender la tarea psicoterapéutica”, escribió alguna vez. “Cada vez que alguien pregunta si el psicoanálisis cura habría que responder que si curar es tratar de llegar a un estado más o menos estático y extático donde no se experimenten demasiadas molestias y no inquiete mayormente lo que sucede alrededor, entonces el psicoanálisis no cura. Pero si curación significa cambio, es decir, una conexión con el mundo, una actitud flexible ante lo que nos rodea y una convicción de que lo nuevo siempre merece conocerse antes de ser aceptado y rechazado, entonces la respuesta debe ser afirmativa”, dijo.

El camino que desandó Juan Manuel le permitió darse cuenta de que una de sus ideas iniciales sobre la terapia —la de detectar un nudo traumático y desatarlo, haciendo que desaparezcan todos los problemas— es sencillamente una fantasía. “Eso no ocurre; lo que sí ocurre es que uno tiene muchos más elementos para transformar los momentos traumáticos. Lo que antes era una cosa en la que te ahogabas, ahora es una cosa en la que podés nadar”.

Uno de los fenómenos que Juan Manuel pasó a percibir de otro modo fue, quizás, el más importante y terrible de todos, que es la muerte.

—La muerte de Domingo fue muy dolorosa. Habíamos generado un vínculo, y es como una última sesión larga que aún hasta el día de hoy estoy tramitando. Pasó de ser un vacío y una ausencia a tener una presencia de otro orden. Hay un corrimiento donde ya no hay una dicotomía, sino que todo el tiempo estamos de alguna manera viviendo y muriendo. Desde que nacemos empezamos a morir.

—¿Cuánto tuvo que ver la ayahuasca en ese corrimiento?

—La ayahuasca me dio la posibilidad de entender que había cosas que se transformaban, como una metamorfosis. En mi duelo hay una melancolía de la pérdida, producto de quedarme sin mi queridísimo maestro, pero también se da una situación en donde eso ya habita en mí. Hay tristeza pero no quedás empantanado ahí, sino que tenés elementos para transitar esa pérdida. Fue un acontecimiento que pude enfrentar de una manera diferente por el trabajo que había hecho con él.

Cuando Domingo partió, Juan Manuel escribió una sentida carta de despedida que tituló “Las estancias del viaje o hasta siempre Domingo”. De ella se desprenden los primeros párrafos de este capítulo, y a ella pertenece el que sigue:

“Quizá, como conversamos en una de nuestras últimas sesiones, hay algo de desilusión en un final, en el cierre de un análisis. Hoy se me ocurre pensar que lo que se cae finalmente es la ilusión de un final, la ilusión de un cierre. En nuestro viaje un final, si lo hubiera, solo reescribe un comenzar, un abrir. El viaje dura, es la duración misma. Estar siendo es estar de viaje.”

Los círculos no tienen principio ni final: se dibujan sin despegar el lápiz del papel, y el punto de partida es exactamente el mismo que el de llegada. Después de toda una vida abriendo puertas, Domingo Nanni abrió la última en febrero de 2018, dejando tras de sí un tendal de puertas abiertas para que otras y otros entren, recorran, exploren y descubran.

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