Evelina tiene 12 años y está jugando en el comedor de su casa. De repente, frente a sus ojos aparece un extraño destello de luz, que jamás había visto, y que a partir de ese momento la acompañaría durante toda su vida. La luz pasa y la enceguece: ahora ve todo fragmentado, y le duele muchísimo la cabeza. Con el tiempo aprendería que el fenómeno, que llegó a sucederle una vez por semana, se llama “migraña áurica”, y empezaría un largo periplo por distintos médicos, sin mayores resultados: los neurólogos le llegaron a decir que tenía fotofobia y que la solución era “encerrarse”.
Varios años después, luego de ser madre, Evelina volvió a experimentar fenómenos nuevos y desagradables en el cuerpo y en la psiquis, que se sumaron a sus habituales migrañas. “Se me despertó una ansiedad terrible, con ataques de pánico, insomnio y miedo a la muerte”, me cuenta en el mismo comedor, en la misma casa.
Los muebles están repletos de chiches: muñequitos, juguetes, figuras de distintos materiales y elementos para dibujar, cortar y pegar. Es que Evelina, que hoy tiene 49 años, estudió en la Escuela de Teatro y Títeres de Rosario, donde nació su primera hija. Luego volvió a Santa Fe junto a Pablo, su pareja, y recaló en la misma casa de la infancia, donde nació su segundo hijo. Dio clases de teatro en la cárcel de Coronda –cuatro años– y en la de Las Flores –dos años–, y desde 2008 es coordinadora pedagógica en la Esquina Encendida, uno de los espacios culturales públicos de la ciudad.
“Para seguir sumando al combo en un momento me agarra perimenopausia, imaginate”, me sigue contando Evelina, que luego me explicaría que la menopausia es un sólo día, y que el prefijo “peri” refiere al período que está alrededor de ese día, diez años para atrás y para adelante, que trae aparejado una serie de cambios físicos, psíquicos y hormonales muy fuertes. Y encima, entremedio de todas estas cuestiones, una cirugía de útero que aceleró los procesos del cuerpo y derivó en una depresión. El panorama era complicado, pero Evelina tenía una certeza: quería que la solución se diera de la forma más natural posible, sin “pepas”.
Su convicción tenía raíces muy profundas. Desde muy chica, su mamá, que era enfermera, le había inculcado el autoconocimiento del cuerpo, el cuidado, la alimentación sana y consciente. En su casa no había golosinas ni nada empaquetado. “Mamá enfermera, hermano farmacéutico, y toda la vida usamos hierbas medicinales: lo último a lo que se accede es a un fármaco sintético”, relata.
—Yo ya venía escuchando del aceite, pero no conocía a alguien que me diera confianza. Pablo —su compañero— conoció a la gente de Santa Fe de la Asociación de Usuaries y Profesionales para el Abordaje del Cannabis (AUPAC), y empecé a recibirlo de ellos.
—¿Cómo fue tu primer acercamiento?
—Hace dos años pedí una consulta con Rocío y Luciana y les conté cómo estaba. En ese momento recién salía de la cirugía del útero, que me pegó fuerte, había quedado medio para atrás. Desde ese momento hacemos un seguimiento y me siento muy contenida.
—¿Es sólo de CBD?
—Sí. La primera fórmula era una mezclita de THC y CBD, pero por el insomnio pasamos a todo CBD. Y me lo solucionó. Gracias al aceite también se redujeron un montón las migrañas, de una manera impresionante. Antes tenía un episodio una vez a la semana, y ahora tengo cada tres meses o más.
Evelina, como tantas otras personas en todo el mundo, encontró un aliado importantísimo en un frasquito muy pequeño, que cabe entre las puntas de sus dedos. Parece magia, pero no lo fue. Hasta hace no tanto tiempo, acceder a eso que le cambió la vida era ilegal, y no es una garantía que el día de mañana no vuelva a serlo.
Auditar la salud integral
Hace menos de dos meses, el vocero presidencial Manuel Adorni anunciaba que se revisarían las condiciones de inscripción al Registro del Programa de Cannabis (Reprocann) con el objetivo de limitar las patologías habilitadas, eliminando aquellas que no tengan “evidencia científica”. Esta es la herramienta que permite a personas como Evelina poder acceder de forma legal al cannabis para la mejora de su calidad de vida, sin distinción de enfermedades o condiciones de salud, en sintonía con una idea de salud integral.
En otras palabras, el gobierno anuncia una limitación de patologías que en los hechos podría significar el retroceso a los orígenes del programa, en 2017, cuando se llamaba Registro Nacional de Pacientes en tratamiento con Cannabis (Recann) y solo otorgaba permisos a pacientes diagnosticados con epilepsia refractaria, que debían importar productos cuyo costo superaba los 300 dólares. En aquel momento no estaba reglamentado el autocultivo, hoy el gobierno nacional promete mantenerlo, pero reducido para las 9 patologías a las que planean limitar el registro.
En la actualidad el Reprocann se volvió un verdadero embudo. Más de 90.000 trámites aguardan su turno, mientras se realizan sólo 40 revisiones por día y el gobierno analiza solicitar antecedentes penales y de buena conducta a las ONG que esperan autorización para cultivar y abastecer pacientes. En este contexto, las organizaciones cannábicas aúnan fuerzas para defender el programa: “El Repro no se toca” fue el cántico más entonado en calles de todo el país en la última Marcha Mundial de la Marihuana, el pasado 4 de mayo.
En el fondo de la cuestión reside, además del ajuste y los recortes en todos los organismos del Estado, una discusión más profunda acerca del concepto de salud. ¿Se trata sólo de curar enfermedades? ¿O debe abordarse desde un enfoque más integral?
Conexión sagrada
A un costado de la mesa, acostada en su cucha, Luisa se pone a sollozar. Es una perra flaca y graciosa; “pará que Luisa quiere que la tapemos, porque se dejó la frazadita acá”, me dice Evelina. Siempre que llegan visitas hace lo mismo: se levanta, va a saludar a la puerta, en el camino se le cae la frazada que la protege del frío, la deja tirada, se vuelve a acostar y con llanto pide su abrigo desde la cucha. Evelina le tira la frazada encima, y Luisa no se mueve más por un largo rato; le encanta estar tapada por completo.
Cuando termino de reírme de Luisa —o, mejor dicho, con ella—, vuelvo a preguntar:
—Hablás de cómo te ayudó el aceite en un montón de facetas de tu vida. Hoy en día el gobierno quiere auditar el Reprocann argumentando que había muchos certificados entregados “sin evidencia científica”. Siento que esto proviene de un paradigma que prioriza sólo lo físico, entonces dicen “bueno, el cannabis está bien para tratar epilepsia, pero no para depresión o procesos de duelo”. ¿Qué pensás de eso?
—Yo creo que es todo un camino nuevo, y que tanto las personas que lo consumimos como las que acompañan tenemos que documentar y registrar todo. Las chicas siempre están anotando, registrando, comparando, estudiando. Primero se atendieron las cuestiones más patológicas, pero hay todo un camino por recorrer y por investigar que tiene que ver con estas otras cuestiones emocionales y psíquicas. Creo que es un desafío.
—También me da la sensación de que con el cannabis se incentiva más la autonomía. Quizás las médicas te dan ciertas indicaciones o recomendaciones, pero después te dejan la libertad de decidir: si sentís que es mucho bajar, si sentís que es poco subir. En otros tratamientos no es así, los médicos dicen “tomá una pastilla cada tantas horas” y listo.
—Sí, es así. Un día tomás una gota, al otro dos, vas autoconociéndote y viendo las modificaciones en vos. Cuando estoy enroscada y sé que no voy a dormir, por ejemplo, tomo más. Tiene que ver, sí, con un concepto de salud más integral y no invasivo.
—Yo siempre recuerdo la definición de salud que aprendí en la escuela: “el completo bienestar físico, mental y social”. Y nunca hay un completo bienestar, es algo totalmente ideal; entonces estamos siempre enfermos. Y quizás sí estemos siempre un poco enfermos —pienso en voz alta, y me río—, pero habría que darle la vuelta y verlo desde otro lugar, ¿no?
—Sí, por eso trato de no dejarme llevar. Tengo amigas que están todo el día “che, ¿te hiciste la endoscopía este año?”; “no, recién terminé con el PAP”. Te pesa, te agobia, te sentís en falta, cuando a lo mejor para estar sano hay que hacer un montón de otras cosas. No digo que no haya que ir al médico, porque no es así. Pero hay un montón de mandatos que nos enferman. Por eso digo que el cannabis es sagrado, porque cuando vos tenés la mente en calma, todo se acomoda, y el cannabis sirve para poner la mente en calma, si la conexión es la indicada.
“Hay un montón de mandatos que nos enferman. Por eso digo que el cannabis es sagrado, porque cuando vos tenés la mente en calma, todo se acomoda, y el cannabis sirve para poner la mente en calma, si la conexión es la indicada”.
Evil Evelina
El mes pasado Infobae publicó una nota de Esteban Wood titulada “Cannabis medicinal: un instrumento creado en 2020 desvirtuó el espíritu original de la ley”, un verdadero compendio de falsedades y prejuicios que sintetiza los preceptos ideológicos del sector que se opone a una herramienta de ampliación de derechos como el Reprocann, escudándose, por supuesto, en la ausencia de “evidencia científica”.
Según Wood, que se posiciona a sí mismo en contra de las posturas basadas en “manipulaciones y sesgos ideológicos”, no existe “mucha evidencia sobre las potencialidades terapéuticas de los cannabinoides presentes en la planta de marihuana”. Difícil imaginar una postura más arraigada en un sesgo ideológico que la suya, teniendo en cuenta la cantidad inmensa de estudios que lo contradicen.
Hace un mes, un grupo de médicos formados en terapéutica cannábica realizó una exhaustiva recopilación de la evidencia científica disponible en relación a los beneficios del cannabis en numerosas disciplinas. La compilación, que fue llevada a cabo en el marco de la preocupación expresada por la comunidad médica frente a la avanzada del gobierno nacional contra el Reprocann, puede encontrarse aquí.
En el texto que acompaña su publicación, las y los profesionales garantizan que el cannabis es “una herramienta terapéutica con seguridad respaldada científicamente” que “es empleada por un enorme sector de la sociedad argentina para mejorar su calidad de vida, mediante el acompañamiento, las decisiones basadas en la evidencia y la respectiva indicación de un profesional de la salud habilitado”. Además, defienden su autoabastecimiento a través del autocultivo por tratarse de una estrategia segura y de fácil implementación y afirman que su restricción a un listado de patologías definidas por el gobierno “no contempla el universo real de personas que lo emplean o que pueden llegar a necesitarlo, así como las condiciones de salud que se abordan desde el sector asistencial”.
Haciendo caso omiso de esto, Wood se coloca a favor de la Ley “original” nº 27.350 (la del Recann), de límites mucho más acotados, y que prevenía “posibles desvíos” como el autocultivo y los diagnósticos que no se ajustan a su limitada concepción de “evidencia científica”. “Ocho de cada diez prescripciones indicadas son por trastornos de ansiedad, insomnio y/o dolores”, afirma en tono de denuncia. ¿Qué sería lo extraño? ¿Debería sorprendernos que una serie de trastornos comunes en una época gobernada por el estrés y la explotación sean los que más consultas motivan? ¿O está insinuando que dolencias como las de Evelina no son lo suficientemente válidas y no merecen ser tratadas?
Para Wood (y para quienes piensan como él), “nos han convertido en conejillos de indias de una industria paralela del sanitarismo ilegal”. “Existen informes que demuestran que la marihuana no es mucho más efectiva que un placebo en, por ejemplo, paliar el dolor”, afirma con soltura –sin citar dichos “informes”-, y luego sostiene que “lo medicinal fue la posverdad perfecta para modelar el imaginario social y abrir las puertas a la legalización de la marihuana”. ¿Esa legalización está con nosotros en esta habitación? ¿Qué es esta afirmación sino un sesgo ideológico?
—Prohibir el cultivo solamente hace que en la ilegalidad sigan ganando algunos pocos, y te quita soberanía. Porque si el que cultiva no puede cultivar más, va a ir al mercado ilegal —considera Evelina, que me cuenta que pasó de fumar marihuana todos los días a dejarla por completo luego de haber tenido a su hija: “Ahora te fumás un porro en cualquier lado y está bien, pero antes la gente no fumaba en la calle, se escondía. Si fumabas porro eras un drogadicto”.
—O sea que vos eras una drogadicta —le digo jodiendo.
—Claro, yo era una drogona —afirma con una sonrisa—. En un momento mi mamá no quería que consumiera y me mandó a un club a nadar.
—Bueno, tenía un punto, fumar nadando es muy difícil.
—Sí —me dice mientras se ríe—. Pero yo siempre decía, y esto es como una filosofía de mi vida, que no quería depender de nada que no fuera de mí. Creo que esa forma de pensar me ha permitido ir y venir por algunos lugares sin riesgo.
Del prensado a las flores de la planta sagrada
La marihuana no fue su única experiencia con drogas ilegales. También me cuenta de un episodio con hongos que la marcó mucho. Tenía 18 años y decidió probar quién sabe qué dosis con amigxs en la playa (“la inconsciencia, el desconocimiento, y obviamente también la curiosidad”). Esa tarde vio el día y la noche al mismo tiempo; vio jeroglíficos en la arena, sintió danzar al agua y a las estrellas y presenció cómo el reloj se detenía eternamente en la misma hora. Esa fue la parte linda del viaje; después vino la fea, cuando decidió volver a su casa, se confundió de colectivo y terminó bajándose y corriendo sola por Guadalupe. “Sentía que era como un videoclip de los 80, viste, que el personaje va corriendo así, y las cosas pasan así al lado”, dice, mientras mueve las manos. Cuando llegó, su mamá se dio cuenta inmediatamente de su estado, y la mandó a bañar. Nunca más volvió a consumir drogas psicodélicas: prefiere no experimentar la sensación de perder el control.
—¿Y por qué dejaste de fumar?
—Me empezó a dar ansiedad después de que nació mi hija. Creo que tuvo que ver con esto del cuidado hacia otra persona, y sentir que tenía que estar todo el tiempo atenta, con miedo de que le pasara algo a mi hija.
—Cuando dejaste, ¿tuviste algún tipo de abstinencia?
—No, nada. No me costó.
—Y cuando fumabas, ¿cómo la conseguías? ¿La cultivabas?
—No, en los 90 poca gente cultivaba. Se vendía prensado.
El panorama, por fortuna, ha cambiado. Según la Encuesta Nacional de Consumos y Prácticas de Cuidado (ENCoPraC) realizada por la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (SEDRONAR) en 2022, el 88,1% de la población que usa marihuana de forma “no terapéutica” consume flores, y sólo el 10,1% fuma prensado.
—¿Todo prensado?
—Sí, era una porquería. Por ahí mi hermana conseguía alguna flor. Y Pablo, mi pareja, fumaba también. Y cuando nos vinimos de Rosario para acá no sabía a quién comprarle y empezó a cultivar en el techo de casa. Yo después dejé de fumar, pero nuestros hijos crecieron viendo a Pablo fumar y cultivar sus plantas. Sabíamos que algún día iba a venir la pregunta. Y un día mi hijo, que habrá tenido 7 años, me dijo “che ma, esa plantita que tenemos ahí en el patio se parece mucho a una planta de marihuana”. “Sí, es una planta de marihuana”, le dijimos, y le empezamos a explicar que era una planta sagrada, que tiene muchas propiedades sanadoras, y le dijimos: “para el mundo exterior, tener una planta de estas es ilegal, entonces esto es un secreto que queda acá en casa, para nosotros”.
Un día mi hijo con 7 años, me dijo “che ma, esa plantita que tenemos ahí en el patio se parece mucho a una planta de marihuana”. “Sí, es una planta de marihuana”, le dijimos y aclaramos: “para el mundo exterior, tener una planta de estas es ilegal, entonces, esto es un secreto que queda acá en casa, para nosotros”.
—Qué fuerte para un niño procesar a tan corta edad todo eso: que algo es sagrado, a su vez definir qué es lo sagrado, y también que algo pueda ser sagrado y a la vez ilegal. Es mucha información.
—Sí. El uso recreativo está muy estigmatizado. ¿Por qué tienen que decirte cómo tenés que recrearte? Yo me acuerdo cuando se hizo la primera marcha de la marihuana en Rosario, a Pablo lo entrevistaron y le preguntaron “¿por qué necesitas cannabis para recrearte?”. ¿Y vos para recrearte a veces no te tomás un vaso de cerveza?
—Además esa cuestión de “necesitás”. Nadie está diciendo que necesita, sino que lo elige, que es algo completamente distinto. De hecho es casi opuesto, porque cuando uno necesita algo depende de eso, y por lo tanto no hay elección. Pero es como si no concibieran esa posibilidad.
—Exacto. Me acuerdo que una vez se ve que andaba un ladrón en los techos, y la policía vino y nos pidió revisar el techo. Entraron y zafamos, porque Pablo había tapado las plantas por la helada. Esa vez nos re cagamos. Pero es así. Bueno, viste que te dije que mi familia tenía farmacia. A principio del siglo pasado los boticarios preparaban todo, cuando no existían los laboratorios. Preparaban la pastilla, la pomada, el supositorio. Ahora son los laboratorios los que producen los medicamentos. Todo eso tiene que ver con sacarnos la libertad. Te sacan la libertad si no participas de la producción de la propia medicina, o de la comida.
Compañía, calma y equilibrio emocional
Con el aceite de cannabis como fiel compañero, Evelina transita la entrada a su vejez con plena conciencia de las transformaciones profundas que implica para su cuerpo y su vida. Es un proceso que compara con el de la adolescencia, aunque en la otra orilla: cambios fuertes y rápidos, preguntas que surgen, subidas y bajadas hormonales abruptas. Siempre con la firme convicción de aceptar los procesos naturales y acompañar a su cuerpo en ese camino.
—Yo no estoy de acuerdo con esto de no querer envejecer. Yo quiero ver cómo soy, cómo me va a cambiar la vejez, cómo ya me está cambiando la cara, la piel. Quiero ser como la naturaleza me da, no quiero ser de otra manera. Y milito a favor de la vejez. El mundo no está pensado para las personas viejas, y esas personas cada vez tienen más sobrevida. Necesitamos crear espacios y redes para tener una vida que tenga sentido y no simplemente estar esperando el día que te vas a morir. Pero es un tema jodido, porque los viejos le molestan a todo el mundo. Y todos vamos a ser viejos: aunque tengas toda la piel estirada, tus órganos envejecen igual. Mis órganos tienen 50 años; por más que yo me estire la piel, por dentro mi corazón hace 50 años está latiendo. Pero vivimos en el mundo de las apariencias. Y en una sociedad de contradicciones, porque negar la muerte es negar la vida. Vos vivís porque vas a morir. En otras sociedades se vive de otra manera la muerte. Pero nosotros le tenemos mucho miedo a la muerte.
—Miedo que viene acompañado de una negación, ¿no? Como le tenemos tanto miedo actuamos como si no existiera, o como si nunca fuera a pasar.
—Sí, es negación. Se mueren los otros. El que se muere siempre es otro.
Lo contrario de la negación es la aceptación, tanto de la muerte de los otros, como de la muerte propia, que, de algún modo, es lo mismo. Hace un año, luego de un doloroso proceso de enfermedad, la mamá de Evelina falleció. Se trató de un duelo fuertísimo, que profundizó aún más su relación con el aceite, y le confirió a su compañía otro significado, realmente espiritual.
—El aceite me acompañó en ese proceso. Me sirvió para encontrar calma, para poder descansar. Es como una comunicación que una tiene con la planta y con una misma.
—Y en ese proceso, ¿qué significado le diste a tu relación con el aceite, teniendo en cuenta que en un momento estabas tratando cuestiones más físicas, y de repente pasa algo que excede lo físico?
—Me siento emocionalmente más estable, y se lo adjudico al aceite. Antes sentía que mis emociones fluctuaban, podía pasar muy rápidamente de la euforia a la depresión. No sé qué cosa tocó el cannabis, pero me equilibró. No siento esos sacudones entre una emoción y otra, la transición entre un sentimiento y otro no es tan abrupta. Para mí la planta es sagrada, hizo un cambio en mi vida.
Como muchas cosas en la vida, Evelina traza un círculo que cierra perfectamente. Desde aquella charla con su hijo, en la que intentó que comprenda el carácter sagrado de la planta de cannabis, hasta su cotidianeidad de hoy, en la que experimenta esa propiedad de la marihuana todos los días. Con la tranquilidad de saber que hoy, para el mundo exterior, tener una planta ya no es —tan— ilegal, y ya no tiene por qué ser un secreto. Porque es inimaginable que algo pueda ser, a la vez, sagrado e ilegal.
Si un niño puede entenderlo, ¿por qué no podemos nosotrxs?